Capriles esperó el
momento justo para quitarse de encima el viejo reproche de político cobarde
El opositor venezolano Henrique
Capriles durante una conferencia de prensa este viernes. CARLOS GARCIA RAWLINS REUTERS
La consolidación de Henrique Capriles Radonski (Caracas, 1972) como uno de los dos
líderes indiscutidos de la oposición de Venezuela comenzó hace seis meses.
Cuando en octubre el régimen, amparado en el dictamen de cinco tribunales de
provincias, suspendió los trámites para organizar
el referéndum revocatorio
contra el presidente Nicolás Maduro, Capriles, intuyó que había llegado el
momento de ponerse al frente de la indignación popular. Parecía también la
ocasión para que el opositor, inhabilitado el viernes para
ejercer cargos de representación popular por los próximos 15 años, enterrase
el reproche de político cobarde que le endilgaba el ala más radical de la
oposición.
Fue una decisión coherente con su lectura de la situación
política. No había querido sumarse al sector liderado por Leopoldo López que entre febrero y junio de 2014 pretendió
acabar antes de tiempo con el mandato de Maduro. Capriles consideraba entonces
que la oposición no había construido una amplia mayoría electoral que
respaldara sus demandas de cambio. Prefirió recorrer los pueblos más
depauperados del Estado de Miranda, donde es gobernador, seguir capitalizando
el descontento que empezaba a germinar entre los más pobres debido a la
política económica impulsada por el presidente venezolano, y evitar cualquier
relación con La Salida, el movimiento que, además de López, tenía como bazas
principales a la exdiputada María Corina Machado y al alcalde metropolitano de
Caracas, Antonio Ledezma. Su indiferencia con esa causa
evidenció la fractura dentro de la oposición y las múltiples lecturas sobre la
naturaleza del régimen chavista. Todavía a Nicolás Maduro le alcanzaba con
administrar el legado de Hugo Chávez para mantenerse.
Por las mismas razones no había querido mantener a sus
partidarios en la calle cuando en abril de 2013, en ocasión de las elecciones que eligieron al sucesor
del fallecido líder bolivariano, se conoció la estrecha diferencia
que lo separó del entonces aspirante oficialista. El margen tan ínfimo y las
denuncias de fraude formuladas por el comando de campaña de Capriles provocaron
choques que dejaron nueve muertos en las 48 horas siguientes a las elecciones.
Todo estaba preparado para una gran manifestación que acompañaría a Capriles a
consignar su reclamo ante el Consejo Nacional Electoral, pero sorpresivamente
el candidato decidió cancelar la convocatoria. No quería que aumentara el
número de muertos de las jornadas previas. Prefirió procesar su queja en todas
las instancias judiciales quizá a sabiendas de que nadie reconocería su
victoria.
Desde entonces y hasta octubre pasado Capriles tuvo que
soportar los ataques de la oposición más dispuesta a provocar un cambio
inmediato en Venezuela. Se burlaron de un lugar común al que apeló para
justificar su taimada postura: "El tiempo de Dios es perfecto" en
momentos de conmoción política. Muchos otros llegaron a dudar incluso de su
compromiso con el cambio de Venezuela. Todo eso cambió desde hace seis meses y
se ha ratificado ahora que el régimen avaló dos sentencias que le quitaban al
Parlamento sus competencias y provocó una nueva ola de protestas. Capriles ha
vuelto a la calle y usa calificativos inéditos en su discurso: al régimen lo
llama dictadura. En momentos de mayor emoción lo puede llamar narcodictadura.
Capriles siempre ha advertido que es un error confundir su
talante taimado y pacífico con la cobardía. Es posible que sus compañeros más
radicales siempre hayan acertado al caracterizar el talante del régimen
chavista. Pero lo que nadie podrá quitarle es que el tiempo le dio la razón. La
debacle económica de Venezuela explica la ventaja de la oposición en las
encuestas. La inteligencia de Capriles ha sido esperar el momento justo para
ponerse al frente de la oposición.
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