La democracia moderna parte de una fórmula muy
sencilla: la mayoría gana las elecciones.
El asunto es que los sistemas fundados en razón de una mayoría tienden a
pervertir el significado de la misma. En la Edad Media la mayoría victoriosa se
imponía sobre los guerreros derrotados y les hacían pasar penurias en nombre de
ese triunfo que le consagró la mayoría armada; en lo bélico, la historia la
cuentan los victoriosos, eso dicen, así como los victoriosos deciden el modo de
vida de quienes derrotaron, en algunas ocasiones la decisión llegó a ser el
exterminio, pero hoy por hoy se ha venido suavizando un tanto esa degeneración.
Hoy
las guerras de todos los días se libran en la opinión pública que influye en un
potencial electorado que al votar le da la autoridad a un grupo social
organizado para que tome decisiones en su nombre, y al ser ese grupo mayoría,
impone sobre los perdedores, o minoría, su modo de vida y sus intereses. Eso
así, dibujado a grandes rasgos, no es democracia, es simplemente más de la
barbarie del medioevo, pero legitimada por instituciones que llevan el control
electoral. La democracia de las mayorías es una aberración porque esclaviza a
la minoría y termina por autodestruirse a sí misma.
En
el marco actual, la democracia se ha visto manipulada por los intereses de
aquellos grupos que llegan a través de la mayoría; pero de todas esas
manipulaciones, son los movimientos oligárquicos quienes más daño causan a la
democracia moderna. A estos grupos se le ha adjudicado, con fuerza en América
Latina, el término de democracia
consociativa; los teóricos españoles les han adjudicado el significado, a
este tipo de calificativo de la democracia, de las acciones conducentes a un acuerdo
al que llegan los grupos de poder económico y político, de dentro y de fuera,
para acotar, en función de sus intereses y visiones, una cierta forma de democracia
representativa que se comporta indiferente a las demandas populares y utiliza
su legitimidad electoral para establecer como derecho el interés por lo
administrativo-financiero, en vez de social. Es una democracia controlada, de
baja intensidad que ha estado presente en Latinoamérica como producto de las
estrategias del Departamento de Estado del gobierno de Estados Unidos de
Norteamérica, para cuidar sus intereses corporativos.
Cuando
se habla de diálogo, de establecer criterios de acercamiento con el sector
privado y desmontar el Estado omnipotente, se está peligrosamente delineando
las condiciones para una democracia consociativa, y lo peor es que la
justificación para imponerla es el derrumbe del modelo económico que esté
imperando. El diálogo no puede hacerse desde una fundamentación capitalista a
ultranza, menos en un Estado que ha definido políticas públicas de tipo social,
porque el costo mayor de ese Estado renacido para mejorar su condición
económica, lo pagan las estrategias sociales que estén encaminadas. Las
circunstancias jurídicas y políticas del país, nos introduce en la fase
primaria de la democracia consociativa, puesto que al abrirse la brecha para
nuevas normas que oriente4n el modelo económico, se da la supremacía de lo
material por encima de lo social, y de allí a un estatus de miseria y
desatención al colectivo, es cuestión de tiempo.
Hay
jurisprudencia internacional que protege a los Estados que caen en este tipo de
democracia, porque es evidente que afecta los derechos humanos al no poder
responder a sus necesidades más sentidas, sino a las necesidades del capital.
El Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), estableció,
entre 1990 y en 1994, un protocolo de transición ante la posibilidad de que la
democracia consociativa alcanzara imponerse en algunas culturas occidentales.
Dice el documento que no se debe equiparar el concepto de arbitrariedad con el
de contrario a la ley, sino debe interpretarse de manera más amplia, a fin de
incluir elementos de corrección, justicia e imprevisibilidad, así como también
el principio de garantías procesales.
A
todas estas, valga lo expresado por Edgardo Bernal, en cuanto a que la
democracia consociativa es una democracia estable, en condiciones de una
sociedad homogénea, con origen étnico y religiosos comunes, sin remarcadas
diferencias sociales. Los líderes de los
grupos de poder se aprestan a tolerar sus diferencias y acomodar sus intereses
y demandas concurrentes, con la negociación paciente, pactos y acuerdos que
dieron a los demás grupos oportunidad de alcanzar el poder político. Pero como
vemos, en América Latina no hay esa hegemonía, ni ese equilibrio de intereses.
La
democracia consociativa, a todas estas, fue propuesta por Arend Lijphart (1936),
nacido en Apeldoorn, politólogo especializado en ámbitos relacionados con la
política comparada, los sistemas electorales y sistemas de votación, las
instituciones democráticas, o la etnicidad; constituye un sistema de
negociación entre las elites de una comunidad política socialmente heterogénea.
En su forma más pura, constituye un modelo distintivo de democracia que se
puede aplicar en sociedades unidas por vínculos económicos. El autor la estructura
en dos facetas: una, donde los valores se consideran como el resultado de la
democracia y no como generadores de democracia; y la segunda fase, cuando los
valores democráticos se hacen vitales para la naturaleza misma de la
democracia, de allí se vuelve al ideas de Alexis De Tocqueville, quien atribuía el éxito de la joven Republica
estadounidense, principalmente, a los valores que derivan de la religión, educación
superior, experiencia de cooperación interpersonal en gobiernos locales y
asociaciones no gubernamentales.
En
concreto cuando se hace mención a la negociación, se tiene que tener cuidado en
no crear espacios donde la democracia consociativa y sus vicios, puedan venir a
estropear el corazón y esencia de una sociedad que es contradicción del modelo
social para el cual está concedida un tipo de democracia como la mencionada. Si
no sabemos lidiar con una caja de Pandora, no la abramos, así de simple y
directo, como el concepto de democracia moderno.
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