El virus se expande por la picadura de un mosquito y se ha extendido ya a 18 países de América Latina
Impotencia. Esa es la palabra que mejor define la situación creada en América Latina por una nueva amenaza sanitaria que se extiende sin que existan medios eficaces para atajarla. Es el zika, un virus que se transmite por la picadura de un mosquito, el Aedes aegypti, el mismo que propaga el dengue o la chikunguña.
El zika se identificó por primera vez en Uganda en 1947 y ahora se expande a toda velocidad por América Latina. No es mortal pero puede provocar graves secuelas en el feto si quien se contagia es una mujer embarazada. En concreto, puede provocar microcefalia, un desarrollo anormal del cerebro que causa discapacidad. De ahí la alarma. Solo en Brasil se cree que han nacido uno 3.800 bebés con microcefalia a causa del zika.
Lo peor es que se trata de un agente patógeno frente al que no tenemos ni vacuna ni tratamiento. La única medida a adoptar es evitar por todos los medios posibles la picadura del mosquito, que por otra parte ha demostrado tener una gran capacidad de resistencia y adaptación. No es ya un mosquito rural, sino que está plenamente adaptado al medio urbano. Le basta con un poco de agua encharcada y calor para reproducirse, en un ciclo vital de apenas una semana en la que puede llegar a desplazarse más de dos kilómetros. De ahí la rápida expansión: los primeros casos se diagnosticaron en Brasil a principios de 2015 y ya se encuentra en 18 países. Algunos científicos sospechan que ha encontrado un aliado en el cambio climático, que aumenta las temperaturas y hace que el calor se prolongue más de lo normal, lo que significa más mosquitos durante más tiempo.
Llegados a este punto, parece imposible detener su avance. Cuantos más afectados, más probabilidades hay de que un mosquito les pique y transmita el virus a otra persona. Es posible que si las autoridades sanitarias de Brasil hubieran reaccionado antes, se hubieran podido prevenir algunos casos. Pero la situación no sería muy diferente. Fumigar no es solución. Causaría más daño del que se trata de evitar y no está claro que fuera efectivo. La única posibilidad es recurrir a alguna estrategia biológica. Por ejemplo, reducir la población de mosquitos creando machos transgénicos estériles o con defectos genéticos que les impidan reproducirse.
Existen ya precedentes que pueden ser útiles. Por ejemplo, científicos de la Universidad de California han logrado crear un mosquito transgénico resistente al parásito Plamodium que causa la malaria. De momento han logrado insertar en embriones de mosquito los genes modificados que les hacen inmunes al patógeno. Y han comprobado que esas modificaciones se han incorporado a la línea germinal porque al mismo tiempo introdujeron otra modificación que hacía que tuvieran los ojos fosforescentes. Luego los han apareado y el 99% de los mosquitos que han nacido son también inmunes al patógeno de la malaria. Es una puerta a la esperanza. Pero de ahí a que puedan soltarse mosquitos transgénicos por millones en la selva falta todavía un gran trecho. Y que la técnica pueda aplicarse al zika, otro tanto.
25 ENE 2016 - 00:00 CET EL PAIS
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