viernes, 18 de diciembre de 2015

Transiciones - Gustavo Gorriti


Los reveses electorales que sufren dictaduras desgastadas no suelen tener marcha atrás


Es tiempo de transiciones en Sudamérica. Los cambios son diferentes en cada país aunque por fortuna, todos se dan a través del voto legítimo, empezando por la elección de Macri en Argentina. En Brasil, Dilma Rousseff se enfrenta a una iniciativa congresal para impugnarla y destituirla, en medio del desprestigio que el caso Lava Jato ha ocasionado a su Gobierno. Sin embargo, Dilma no confronta ningún cargo de corrupción personal. En cambio, el promotor de la impugnación y presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, ha sido acusado de recibir sobornos millonarios y mantener una cuenta no declarada en Suiza.
En Venezuela, las elecciones del domingo 6 han supuesto un avance importantísimo de la oposición democrática que, aunque no sea aún decisivo, es probablemente irreversible.
Los reveses electorales que sufren dictaduras desgastadas no tienen, por lo general, marcha atrás. La derrota de Pinochet en el referéndum de 1988 fue el comienzo de una transición larga y prudente, pero que eventualmente terminó con casi cada quien donde debería estar.
La caída del fujimorato en el Perú el año 2000 fue el resultado compuesto de elecciones fraudulentas, intensas protestas populares, negociaciones con el balance justo entre diálogo y confrontación; y conflictos internos entre Fujimori y Vladimiro Montesinos, que destruyeron su disciplina interna y abrieron camino a la revelación parcial de los secretos en vídeo de la cleptocracia .
No hay dos transiciones iguales, y la oposición democrática venezolana deberá medir cada paso, sabiendo que el exceso de timidez puede ser tan dañino como la temeridad. Lo que está claro es que no debe perder ni la iniciativa ni la unidad.
Los problemas del cambio de régimen y la transición que confrontarán los líderes de la oposición democrática venezolana continuarán después de la victoria

Si lo que pasó en el Perú sirve de guía (y hay no pocas semejanzas entre chavismo y fujimorismo como forma de Gobierno), uno de los empeños principales de los operadores del régimen de Maduro será tratar de dividir a la oposición y provocar deserciones; aunque, dada la contundencia de su derrota, es más probable que los desertores provengan de su propio campo.
En las estrategias de cambio no violento frente a regímenes autoritarios, las fases inicial e intermedia requieren, aparte de imaginación, sobre todo de estoicismo; y la fase final exige inteligencia clara en la calibración precisa de acciones.
El cambio final se acelerará cuando un grupo relativamente pequeño, pero importante, sobre todo en la cúpula de las fuerzas de seguridad, sume decisiones personales de que el estado de cosas actual es insostenible y que no oponerse al cambio, o ayudarlo, representará luego una ventaja personal e institucional.
Los problemas del cambio de régimen y la transición que confrontarán los líderes de la oposición democrática venezolanacontinuarán después de la victoria, cuando el entusiasmo se transforme en exigencia y el desastre heredado se convierta en propiedad de la democracia. No saber actuar con eficacia y claridad entonces convertirá la ilusión en acritud y el rechazo a la dictadura doblegada podrá, si esta mantiene una cierta disciplina como oposición, convertirse en una nostalgia con capacidad de voto.
No tengo que imaginar nada. Me basta recordar los tiempos parecidos que vivimos en el Perú en nuestra propia transición hace 15 años; el corto período de justificado entusiasmo durante el breve régimen provisional de Paniagua; y luego los años de vivir la democracia peligrosamente, reducidos a escoger en cada elección entre el mal menor y el mal mayor; con el mal mayor de la última elección convirtiéndose invariablemente en el mal menor de la siguiente.
Esa serie: Toledo para que no gane García; García para que no gane Humala; Humala para que no gane Fujimori, desemboca ahora con Keiko Fujimori a la cabeza de las encuestas apenas cinco meses antes de las elecciones generales de abril de 2016.
Pese a que, a la par de una política más que mediocre, tuvimos una buena economía, las lecciones son inequívocas: despertar expectativas que no se va a cumplir, ser uno en la campaña y otro en el Gobierno, lleva a que las ridículamente llamadas “fiestas democráticas” de las elecciones devengan eventos de suspenso entre terrorífico y emético, que puedan terminar en un quinceañero deprimente, con el retorno del fujimorismo al poder.
Ya sabe Venezuela de qué cuidarse.


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