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Se equivocan los amigos del PCV y de Aporrea, los ex ministros Giordani y Navarro, Marea Socialista y otros grupos de la izquierda marxista del bloque gobernante, por no hablar de Maduro, Cabello, Jorge Rodríguez y El Aissami –los hampones de la Nomenklatura– al hablar de lo que llaman al unísono “el voto chavista”. Los primeros cuando, con las mejores intenciones, ejerciendo el derecho a la autocrítica, le exigen a los segundos “reconquistar el voto chavista”; estos últimos cuando muestran el bojote culpándolo de traición por haberles dado la espalda.
Yo tengo la firme sospecha de que el voto propiamente “chavista”, digamos: el voto que sigue fiel al golpe de Estado del 4-F y al golpismo militarista, a Chávez, al PSUV y todos los partidos del Frente Patriótico y ahora sobre todo a Nicolás Maduro, que continúan subordinados gustosamente a la tiranía cubana, leales a la línea impuesta por el comandante supremo mientras agonizaba en el matadero del CIMEQ, a pesar de colas, desabastecimiento, inflación desbordada, miserias, tinieblas y asesinatos, está allí, aguantando el chaparrón, todavía incapaz de despercudirse, abrir los ojos, despertar y sumarse a las legiones de desencantados clientes del populismo bolivariano que decidieron tomarse las de Villadiego y desplazarse con camas y petate a las filas de la oposición. No por la oposición misma, bueno es tenerlo en claro, sino porque se cansaron de tanto abuso, tanto improperio, tanto chafarote ladrón y narcotraficante, a ver si en el próximo futuro agarra algo nuevo y distinto, manque fallo. Y sobre todo para devolver la paliza, a la que han estado expuestos, a Maduro y los últimos mohicanos de la “revolución bonita”.
Pues de creerle a Tibisay Lucena, algo tan riesgoso como apostar por Pinocho, el Chávez de madera –y yo no le creí, no le creo ni le creeré mientras viva– el 40% del 74% de los electores venezolanos siguen fieles y leales “al proceso”. Y allí sí que no me la calo: la calle me dice que encontrar un chavista de uña en el rabo, de esos del 4-F, a la hora actual, sin ir a la asamblea o a Miraflores, es más difícil que encontrar un trébol de cuatro hojas en una mata de lechuga.
Pues para seguir fieles al bíblico precepto del “polvo fuiste y en polvo te convertirás”, creo que el genérico “voto chavista” va a velocidad de crucero a enconcharse en el 5% histórico que siempre tuvo la izquierda marxista venezolana. Ese 5% del “hamos vivío marrr” de la seguidora de Teodoro Petkoff en una de esas presidenciales de la prehistoria democrática.
En primer lugar, creo que el chavomadurismo a la hora de este 2016 que amanece no llega al 20% real de elecciones justas y transparentes. Que estas últimas, a pesar de los pesares y que me perdonen mis hermanos de la MUD, de justas y transparentes no tuvieron nada. Y ese 20% es lo que Aporrea, Giordani, Navarro y otros llaman “el voto chavista”.
El 5% multiplicado por 12 el 6-D/98 por culpa de la estulticia de nuestras viejas élites; hiperinflado por 16 cuando el plebiscito constitucional de 2000 por culpa de la estulticia de nuestra clase media y llevado por poco a ser multiplicado por 20 en el clímax del desborde chavista, incluidos carne en vara, amaneceres llaneros, Un solo pueblo y otras yerbas folklórico golpistas que desquiciaran a la Venezuela de Rómulo Betancourt desde la misma madrugada del 4-F.
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Lula, Zapatero, Jimmy Carter, Hillary Clinton, Michelle Bachelet y José Miguel Insulza podrán decir misa, pero ni ellos ni ninguno de los monaguillos del Foro de Sao Paulo me convencerán de que Chávez fue “un demócrata de origen” durante sus 14 años de desempeño, luego de haber parido el golpe, apropiárselo con el auxilio de sus cómplices, los generales golpistas, y llevar adelante su campaña electoral hasta con la ayuda de la CIA. Ni lo fue de desempeño, ni lo fue de origen. Salvo las que lo elevaran al estrellato de Miraflores el 6/D del 98, elecciones tan limpias, decentes y transparentes como lo fueran casi todas las que llevaron a nuestros presidentes democráticos al gobierno durante los cuarenta años de Puntofijo. Y que le permitieran asaltar el poder con 56% de los desnortados y seducidos electores culpables del desastre que hoy vivimos.
El tren del fraude y la estafa descomunal de conciencias gracias a la mayor fortuna petrolera tenida en dos siglos de historia por Venezuela hicieron el resto: comprarse los millones de pobresía necesarios para servir de furgones de cola de la locomotora castrochavista del régimen. Y montar la más sofisticada y tenebrosa maquinaria fraudulenta montada en tiempos históricos por gobierno alguno. Y aun así: a pesar de los millones de millones de dólares empleados en esa faena, el chavismo, muy pronto dejó de superar el 50%, como lo cacareaban Luis Vicente León, Seijas, Oscar Schemel, y otros mercenarios de la demoscopia arropando las marramuncias del CNE y las sinvergüenzuras de Tibisay Lucena, puesta al bate cuando Jorge Rodríguez fuera recompensado con una insólita cuota de poder elevándolo a la Vicepresidencia de la República. Globo aerostático del que jamás nunca se apearía. Hasta ahora, que comienza a bachaquear cauchos.
Y es aquí llegado el momento de diferenciar entre “voto chavista” y “voto popular”. Aquel fue el que pasó de popular a chavista gracias a su inserción en el aparato burocrático de Estado –ministerios, Pdvsa, alcaldías y gobernaciones– la obtención de granjerías, la ideologización de los aparatos marxistas del poder, el trabajo de hormiguitas de los amigos de Aporrea, del PCV, de los Tupamaros y otros grupos de extrema izquierda radical que sí eran, han sido y siguen siendo “marxistas leninistas”, así no hayan leído una sola página de los miles de miles de las escritas por el filósofo de Treveris y no sepan de Lenin más que fue el coautor, junto con Trotsky, del asalto al Palacio de Invierno. El “voto chavista” fue el voto cooptado por ese originario 5% histórico, actualizado y reactualizado desde las arcas del Banco Central y las herramientas del poder conquistadas por el golpismo militarista. El osteoporósico comunismo vernáculo fortalecido súbita e inesperadamente por el aluvional teniente coronel. Que si no hubiera sido por su golpismo militarista y caudillesco seguirían retoñando en su corralito de 5%.
Luego de esta derrota irreversible, causada por la sumatoria del voto opositor –consciente, militante, convencido, sólido, racional y demócrata, antichavista, antimadurista y anticomunista contra viento y marea desde por lo menos el 11 de abril de 2002– con el voto popular que se ha desgajado del bloque electoral castrochavista, suman aparentemente más de 60% obtenidos en esta histórica jornada. Yo le agregaría a título de salvaguarda otro 10% birlado por los estertores del fraude, suspendido en su mero arranque ante la presión internacional y la acción del Plan República. Sin contar con otro 5% de votantes que fueran empujados al destierro por las siniestras ejecutorias socioeconómicas y políticas del régimen. De manera que si mañana se llamara a elecciones bajo sanas coordenadas impuestas por esta derrota irreversible, la masa opositora no bajaría de 75% de los electores. Y posiblemente más de 80%.
Aclarados los mitos, creo que en las actuales circunstancias, ya agravadas por la ilimitada estulticia de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, así como por la caída de los precios del petróleo, que nada parece detener, ese voto popular emigró para siempre del castrochavismo y nada lo hará devolver. Pues, como bien dice el refrán que nadie en Venezuela conoce mejor que ellos, “el que se devuelve, s’esnuca”. Creo, asimismo, que el voto propiamente chavista –ese 20% o 25% del que hablamos– está en vía crucis, se resquebraja y abandona las filas de la porfiada militancia castrocomunista.
Las manifestaciones de los amigos de Aporrea y del PCV apuntan en dicho sentido. Un proceso de legítimo decantamiento de purezas, de un lado, y de inmundicias, del otro, llevará a que más temprano que tarde aumenten las huestes de quienes piden la renuncia de Maduro y todo el gabinete ejecutivo. No para salvar la revolución de la debacle, asunto tan utópico y estrafalario como pretender resucitar a Chávez desde las catacumbas del Cuartel de la montaña, sino para recomponer lo que un día fuera ese 5% histórico de gente decente, equivocados quizás, pero jamás tan maleantes, hamponiles, rufianes, mafiosos y corruptos como los que hoy ocupan el derrengado trono del poder.
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