Las diferentes ambiciones y estrategias de la Mesa de Unidad han marcado
la resistencia política al chavismo
Si las encuestas aciertan, la
oposición venezolana puede sumar este domingo el primer triunfo electoral
relevante de su largo viacrucis, que arrancó el 25 de abril de 1999, en que el
87% de los votantes aprobó en referéndum la radical transformación nacional
concebida por el emergente caudillo Hugo Chávez a través una Asamblea
Constituyente. Sin consensuar un modelo de convivencia integrador, imponiéndolo
gracias a las sucesivas victorias en las urnas, los bolivarianos consolidaron
una institucionalidad a la medida de sus revolucionarios planteamientos.
La sistemática aprobación de reformas
troncales, concebidas todas para facilitar el intervencionismo económico y el
monopolio político, desencadenó el agrupamiento de las fuerzas
antigubernamentales. Denunciando que el sectarismo convertía en ilegítimos los
triunfos electorales de Chávez, un frente cívico castrense lo derrocó durante
48 horas en el 2002. También fracasó la segunda intentona por la fuerza: las
movilizaciones callejeras de febrero del 2014.
Contrariamente al criterio del
excandidato presidencial Henrique Capriles, replegado durante disturbios de
aquellos días porque había apostado por la resistencia y la vía electoral,
Leopoldo López, Antonio Ledezma y Corina Machado convocaron a la movilización.
Creyeron que esa parte que se manifestaba en las calles de Venezuela acabaría
convirtiéndose en un todo ciudadano imparable: en la trituradora de Maduro. La
irritación de una sociedad castigada por el desabastecimiento y la inflación se
encargarían de generalizar las protestas. No fue así. Contrariamente, el fallido
atajo permitió al gobierno cerrar filas y reprimir sin miramientos.
Nunca fue posible el derrocamiento a
la brava porque aunque las concentraciones antigubernamentales son
impresionantes desde hace 15 años, como corresponde a un país dividido en dos
porciones, no bastan para expulsar a un gobierno que también moviliza
masivamente y cuenta con todos los resortes del poder, entre ellos el
clientelismo político y el Ejército.
También tiene los multimillonarias
ingresos petroleros que lo explican casi todo en Venezuela. Chávez los
administró impregnados de carisma e ideología, en beneficio de los sectores más
necesitados, todavía mayoritarios en el padrón electoral. Los usufructuarios
del paternalismo de Estado y los pelotones del dogmatismo constituyen un ariete
temible. Capriles fue consciente de ello tras las presidenciales de abril del
2013, cuando su moderada reacción a su derrota por lo pelos fragmentó el bloque
opositor.
El radicalismo apostó entonces por la
rebeldía denunciando fraude porque se había perdido por sólo 234.935 sufragios:
sospecharon tramposos enjuagues durante el escrutinio. Sin muchas salidas, la
oposición decidió participar en las municipales de diciembre del 2014 para no
repetir el error de diciembre del 2005, en que el boicoteo de las parlamentarias
permitió al gobierno copar la Asamblea Nacional. En las municipales, el
oficialismo obtuvo 240 de las 337 alcaldías en juego aunque la oposición
triunfó en las grandes ciudades. Simplificando: 5.216.522 votos, (48,6%) contra
4.373.910 (39, 3%).
El nuevo traspiés zarandeó la Mesa de
la Unidad. Capriles y sus aliados sostuvieron que sólo las victorias
electorales contundentes, incuestionables, serán asumidas por el chavismo y
protegidas por toda la comunidad internacional.
López Ledezma y Machado argumentaron
que la travesía hacia las presidenciales del 2018 sería una travesía
insoportable, sin garantías de éxito porque que el Consejo Electoral, de
mayoría oficialista, y la ventajista utilización de los poderosos recursos del
Estado habrían de condenarles a un ostracismo sin fecha de caducidad.
Propusieron la movilización
aprovechando el malhumor social causado por el desabastecimiento y la carestía.
Chocaron Capriles, López y las ambiciones y estrategias litigantes en la Mesa
de Unidad. Sofocadas las manifestaciones del 2014, Maduro ganó internamente por
partida doble: las guarimbas habían distraído la atención de
la opinión pública sobre las divisiones del chavismo sobre cómo abordar la
crisis económica, y sirvieron para encarcelar a López y acallar a los ultras.
Pero el desgobierno es inocultable. El desplome
petrolero hundió los ingresos del Estado y la financiación del populismo y
programas sociales que han beneficiado a millones de venezolanos sin recursos y
son aceitadas con nuevos fondos en períodos electorales.
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