Maduro, confundido por la colosal
derrota, le confesaría a un ex presidente que lo visitara en Miraflores que la
oposición debía enterarse de una vez por todas que en donde ellos eran
invencibles era desde las filas opositoras. De allí que no se entienda su
rechazo a asumir el papel facilitándole el control de la situación a quienes se
sentarán en las bancadas del futuro gobierno. Y dar paso a la transición de su
gente a la futura oposición. El único rol en el que pueden y debieran ir
pensando. Si el PSUV pretende sobrevivir, debiera apurar el traspaso. No
hacerlo implica una monumental e histórica ceguera.
En un remake del nefasto precedente
instaurado por su protector, impulsor y mecenas Hugo Chávez, quien ante una
derrota electoral de hondo significado institucional, pues se trataba de un
plebiscito para imponer una práctica monarquía vitalicia en Venezuela, gritó
por cadena nacional y delante de su Estado Mayor, que al igual que esta vez le
impusiera entonces el reconocimiento de los adversos resultados, que esa
victoria opositora era “una victoria de mierda”, esta vez Maduro, con retardo
pero con mayores ímpetus, trata de contener las iras de sus seguidores, mortalmente
golpeados por la descomunal derrota, desatando una aspaventosa guerra
declarativa contra la victoriosa oposición. Está acorralado entre Cabello, la
ultra y el deslave.
No osó descalificar la contundente
victoria de la oposición democrática en los mismos rencorosos términos de su
padre putativo sino que intenta descalificarla descalificando a sus principales
gestores: el propio chavismo, indignado por la incompetencia, la inmoralidad e
inescrupulosidad de las pandillas gobernantes. Obviamente: sin hacer
mención de sus sobrinos narcotraficantes, ya a punto de ser enjuiciados en
Nueva York, lo que llevará más aguas a los mortíferos molinos de la oposición,
salió a la palestra amenazando urbi et
orbi, reprochando a quienes le voltearon la espalda y prometiendo
la inquisición, hogueras incluidas, al nuevo Congreso, dominado por una mayoría
opositora calificada. Y hundiéndose aún más en su pantanoso presente, ya
rechaza un proyecto de amnistía que prepara la nueva mayoría parlamentaria,
actuando, posiblemente sin la debida asesoría, contra sus propios intereses.
¿Es el momento de reaccionar con tanta iracundia en el peor momento de su
carrera? ¿O más bien sería el momento de proponer la paz y dialogar con los
vencedores para ampliar sus espacios de maniobra? ¿No sería hora de ir pidiendo
cacao?
Dios, dice el viejo refrán, ciega a
quienes quiere perder. Y parece haberse empeñado en enceguecer al poco
agraciado y no particularmente talentoso líder que salió de la nada. Delante de
Maduro, delante de los cárteles gobernantes y de sus más próximas pandillas, se
encuentra el abismo del más furibundo descontento popular, el desamor de sus
bases, la DEA, el Departamento de Estado, los ex presidentes del hemisferio,
los tribunales internacionales de justicia y la Interpol. Pero en contra de
todo sano cálculo político, que lo obligarían a él y a sus seguidores, pero
sobre todo al partido de gobierno, a prepararse a la dura e inexorable travesía
por el desierto del poder retirándose con la sabiduría de quienes saben que la
peor derrota puede y debe ser enfrentada con una oportuna retirada, se
esfuerzan por dar un paso al frente lanzándose a las profundidades del
precipicio de esta verdadero fin de ciclo.
Maduro, confundido por la colosal
derrota, le confesaría a un ex presidente que lo visitara en Miraflores que la
oposición debía enterarse de una vez por todas que en donde ellos eran
invencibles era desde las filas opositoras. De allí que no se entienda su
rechazo a asumir el papel facilitándole el control de la situación a quienes se
sentarán en las bancadas del futuro gobierno. Y dar paso a la transición de su
gente a la futura oposición. El único rol en el que pueden y debieran ir
pensando. Si el PSUV pretende sobrevivir, debiera apurar el traspaso. No
hacerlo implica una monumental e histórica ceguera.
11 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
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