El presidente venezolano acepta la derrota y avisa a los votantes de la
oposición de que “pronto sabrán que nosotros somos quienes representamos la paz
de Venezuela”
Apenas terminó el primer boletín del Consejo
Nacional Electoral (CNE), pasadas las doce y media de la noche del lunes,
cuando el presidente Nicolás
Maduro se dirigió a la nación desde el Palacio de Miraflores.
En su intervención, el mandatario venezolano aceptó oficialmente los resultados, que significan una derrota
aplastante y sin precedentes para el oficialismo.
En compañía del alto mando del Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV), ministros de su gabinete y
representantes de las Fuerzas Armadas, Maduro atribuyó la derrota a la “guerra
económica” que, dice, se libra contra su Gobierno. “No me queda duda de que la
guerra económica inhibió a parte del electorado… Por ahora”, dijo, remedando la
muletilla del comandante Chávez, que convirtió en un presagio durante su
fallida intentona golpista de febrero de 1992. Confió, sin embargo, que muchos
de quienes no votaron hoy a las fuerzas del chavismo “pronto sabrán que
nosotros somos quienes representamos la paz de Venezuela”.
La lección que saca del apabullante resultado en
los comicios –con cómputos todavía parciales, el número de escaños asignados a
la oposición era más que el doble del oficialismo- es que la tarea principal de
la revolución es promover “un sistema económico productivo” que le permita
librarse del “chantaje económico”. Valoró que su coalición, “a pesar de tantas
adversidades”, fuera capaz de captar alrededor de 42% de los votos emitidos
este domingo.
“Mundo, mundo, mundo, escúchanos: a Venezuela se le
ha sometido a una guerra”, clamó en un pasaje dramático de la intervención.
No es tiempo de
llorar, es tiempo de luchar, exhortó el mandatario venezolano
Hizo un llamado a los nuevos diputados de la
Asamblea Nacional para ponerse de acuerdo y “terminar con la guerra económica,
ya es hora”. Ese aparente llamado al entendimiento contrastó, sin embargo, con
su diagnóstico de la victoria de sus adversarios, a quienes evitó felicitar.
Dijo que no se trataba de un simple “triunfo de la oposición, sino de un
triunfo circunstancial de la contrarrevolución” que se propondría, según sus
palabras, imponer un plan para desmantelar los loros del chavismo y retornar a
la esfera del neoliberalismo.
En un segmento de la alocución dirigido explícitamente a sus seguidores,
el también ex canciller y ex presidente de la Asamblea Nacional vaticinó un
próximo reverdecer de la Revolución Boilivariana: “No es tiempo de llorar, es
tiempo de luchar”, exhortó. Maduro llamó a la unión de los revolucionarios y
propuso iniciar un ciclo de reuniones la próxima semana “para corregir lo que
haya que corregir”. Apuntó que una de esas posibles áreas de mejora reside en
el “compromiso de los revolucionarios” y puso como prueba del relajamiento de
la militancia su propia experiencia de la jornada electoral: el domingo, muchos
de sus partidarios que le vitorearon en horas de la tarde mientras recorría
algunas calles del oeste de Caracas –cerca de su mesa de votación-, contó,
“todavía no habían votado”.
Foto: El presidente de Venezuela Nicolás Maduro, durante su discurso la madrugada del lunes. /AFP / VÍDEO: ATLAS
La turbulenta travesía de la oposición venezolana
Las diferentes ambiciones y estrategias de la Mesa de Unidad han marcado
la resistencia política al chavismo
Si las encuestas aciertan, la
oposición venezolana puede sumar este domingo el primer triunfo electoral
relevante de su largo viacrucis, que arrancó el 25 de abril de 1999, en que el
87% de los votantes aprobó en referéndum la radical transformación nacional
concebida por el emergente caudillo Hugo Chávez a través una Asamblea
Constituyente. Sin consensuar un modelo de convivencia integrador, imponiéndolo
gracias a las sucesivas victorias en las urnas, los bolivarianos consolidaron
una institucionalidad a la medida de sus revolucionarios planteamientos.
La sistemática aprobación de reformas
troncales, concebidas todas para facilitar el intervencionismo económico y el
monopolio político, desencadenó el agrupamiento de las fuerzas
antigubernamentales. Denunciando que el sectarismo convertía en ilegítimos los
triunfos electorales de Chávez, un frente cívico castrense lo derrocó durante
48 horas en el 2002. También fracasó la segunda intentona por la fuerza: las
movilizaciones callejeras de febrero del 2014.
Contrariamente al criterio del
excandidato presidencial Henrique Capriles, replegado durante disturbios de
aquellos días porque había apostado por la resistencia y la vía electoral,
Leopoldo López, Antonio Ledezma y Corina Machado convocaron a la movilización.
Creyeron que esa parte que se manifestaba en las calles de Venezuela acabaría
convirtiéndose en un todo ciudadano imparable: en la trituradora de Maduro. La
irritación de una sociedad castigada por el desabastecimiento y la inflación se
encargarían de generalizar las protestas. No fue así. Contrariamente, el
fallido atajo permitió al gobierno cerrar filas y reprimir sin miramientos.
Nunca fue posible el derrocamiento a
la brava porque aunque las concentraciones antigubernamentales son
impresionantes desde hace 15 años, como corresponde a un país dividido en dos
porciones, no bastan para expulsar a un gobierno que también moviliza
masivamente y cuenta con todos los resortes del poder, entre ellos el
clientelismo político y el Ejército.
También tiene los multimillonarias
ingresos petroleros que lo explican casi todo en Venezuela. Chávez los
administró impregnados de carisma e ideología, en beneficio de los sectores más
necesitados, todavía mayoritarios en el padrón electoral. Los usufructuarios
del paternalismo de Estado y los pelotones del dogmatismo constituyen un ariete
temible. Capriles fue consciente de ello tras las presidenciales de abril del
2013, cuando su moderada reacción a su derrota por lo pelos fragmentó el bloque
opositor.
El radicalismo apostó entonces por la
rebeldía denunciando fraude porque se había perdido por sólo 234.935 sufragios:
sospecharon tramposos enjuagues durante el escrutinio. Sin muchas salidas, la
oposición decidió participar en las municipales de diciembre del 2014 para no
repetir el error de diciembre del 2005, en que el boicoteo de las
parlamentarias permitió al gobierno copar la Asamblea Nacional. En las
municipales, el oficialismo obtuvo 240 de las 337 alcaldías en juego aunque la
oposición triunfó en las grandes ciudades. Simplificando: 5.216.522 votos,
(48,6%) contra 4.373.910 (39, 3%).
El nuevo traspiés zarandeó la Mesa de
la Unidad. Capriles y sus aliados sostuvieron que sólo las victorias
electorales contundentes, incuestionables, serán asumidas por el chavismo y
protegidas por toda la comunidad internacional.
López Ledezma y Machado argumentaron
que la travesía hacia las presidenciales del 2018 sería una travesía
insoportable, sin garantías de éxito porque que el Consejo Electoral, de
mayoría oficialista, y la ventajista utilización de los poderosos recursos del
Estado habrían de condenarles a un ostracismo sin fecha de caducidad.
Propusieron la movilización
aprovechando el malhumor social causado por el desabastecimiento y la carestía.
Chocaron Capriles, López y las ambiciones y estrategias litigantes en la Mesa
de Unidad. Sofocadas las manifestaciones del 2014, Maduro ganó internamente por
partida doble: las guarimbas habían distraído la atención de
la opinión pública sobre las divisiones del chavismo sobre cómo abordar la
crisis económica, y sirvieron para encarcelar a López y acallar a los ultras.
Pero el desgobierno es inocultable. El desplome
petrolero hundió los ingresos del Estado y la financiación del populismo y
programas sociales que han beneficiado a millones de venezolanos sin recursos y
son aceitadas con nuevos fondos en períodos electorales.
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