lunes, 7 de diciembre de 2015

Maduro atribuye la derrota a “la guerra económica” - Ewald Scharfenberg. - La turbulenta travesía de la oposición venezolana - Juan Jesús Aznarez


El presidente venezolano acepta la derrota y avisa a los votantes de la oposición de que “pronto sabrán que nosotros somos quienes representamos la paz de Venezuela”

Apenas terminó el primer boletín del Consejo Nacional Electoral (CNE), pasadas las doce y media de la noche del lunes, cuando el presidente Nicolás Maduro se dirigió a la nación desde el Palacio de Miraflores. En su intervención, el mandatario venezolano aceptó oficialmente los resultados, que significan una derrota aplastante y sin precedentes para el oficialismo.

En compañía del alto mando del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), ministros de su gabinete y representantes de las Fuerzas Armadas, Maduro atribuyó la derrota a la “guerra económica” que, dice, se libra contra su Gobierno. “No me queda duda de que la guerra económica inhibió a parte del electorado… Por ahora”, dijo, remedando la muletilla del comandante Chávez, que convirtió en un presagio durante su fallida intentona golpista de febrero de 1992. Confió, sin embargo, que muchos de quienes no votaron hoy a las fuerzas del chavismo “pronto sabrán que nosotros somos quienes representamos la paz de Venezuela”.
La lección que saca del apabullante resultado en los comicios –con cómputos todavía parciales, el número de escaños asignados a la oposición era más que el doble del oficialismo- es que la tarea principal de la revolución es promover “un sistema económico productivo” que le permita librarse del “chantaje económico”. Valoró que su coalición, “a pesar de tantas adversidades”, fuera capaz de captar alrededor de 42% de los votos emitidos este domingo.
“Mundo, mundo, mundo, escúchanos: a Venezuela se le ha sometido a una guerra”, clamó en un pasaje dramático de la intervención.
No es tiempo de llorar, es tiempo de luchar, exhortó el mandatario venezolano
Hizo un llamado a los nuevos diputados de la Asamblea Nacional para ponerse de acuerdo y “terminar con la guerra económica, ya es hora”. Ese aparente llamado al entendimiento contrastó, sin embargo, con su diagnóstico de la victoria de sus adversarios, a quienes evitó felicitar. Dijo que no se trataba de un simple “triunfo de la oposición, sino de un triunfo circunstancial de la contrarrevolución” que se propondría, según sus palabras, imponer un plan para desmantelar los loros del chavismo y retornar a la esfera del neoliberalismo.
En un segmento de la alocución dirigido explícitamente a sus seguidores, el también ex canciller y ex presidente de la Asamblea Nacional vaticinó un próximo reverdecer de la Revolución Boilivariana: “No es tiempo de llorar, es tiempo de luchar”, exhortó. Maduro llamó a la unión de los revolucionarios y propuso iniciar un ciclo de reuniones la próxima semana “para corregir lo que haya que corregir”. Apuntó que una de esas posibles áreas de mejora reside en el “compromiso de los revolucionarios” y puso como prueba del relajamiento de la militancia su propia experiencia de la jornada electoral: el domingo, muchos de sus partidarios que le vitorearon en horas de la tarde mientras recorría algunas calles del oeste de Caracas –cerca de su mesa de votación-, contó, “todavía no habían votado”.

Foto: El presidente de Venezuela Nicolás Maduro, durante su discurso la madrugada del lunes. /AFP / VÍDEO: ATLAS





La turbulenta travesía de la oposición venezolana
Las diferentes ambiciones y estrategias de la Mesa de Unidad han marcado la resistencia política al chavismo


Si las encuestas aciertan, la oposición venezolana puede sumar este domingo el primer triunfo electoral relevante de su largo viacrucis, que arrancó el 25 de abril de 1999, en que el 87% de los votantes aprobó en referéndum la radical transformación nacional concebida por el emergente caudillo Hugo Chávez a través una Asamblea Constituyente. Sin consensuar un modelo de convivencia integrador, imponiéndolo gracias a las sucesivas victorias en las urnas, los bolivarianos consolidaron una institucionalidad a la medida de sus revolucionarios planteamientos.
La sistemática aprobación de reformas troncales, concebidas todas para facilitar el intervencionismo económico y el monopolio político, desencadenó el agrupamiento de las fuerzas antigubernamentales. Denunciando que el sectarismo convertía en ilegítimos los triunfos electorales de Chávez, un frente cívico castrense lo derrocó durante 48 horas en el 2002. También fracasó la segunda intentona por la fuerza: las movilizaciones callejeras de febrero del 2014.
Contrariamente al criterio del excandidato presidencial Henrique Capriles, replegado durante disturbios de aquellos días porque había apostado por la resistencia y la vía electoral, Leopoldo López, Antonio Ledezma y Corina Machado convocaron a la movilización. Creyeron que esa parte que se manifestaba en las calles de Venezuela acabaría convirtiéndose en un todo ciudadano imparable: en la trituradora de Maduro. La irritación de una sociedad castigada por el desabastecimiento y la inflación se encargarían de generalizar las protestas. No fue así. Contrariamente, el fallido atajo permitió al gobierno cerrar filas y reprimir sin miramientos.
Nunca fue posible el derrocamiento a la brava porque aunque las concentraciones antigubernamentales son impresionantes desde hace 15 años, como corresponde a un país dividido en dos porciones, no bastan para expulsar a un gobierno que también moviliza masivamente y cuenta con todos los resortes del poder, entre ellos el clientelismo político y el Ejército.
También tiene los multimillonarias ingresos petroleros que lo explican casi todo en Venezuela. Chávez los administró impregnados de carisma e ideología, en beneficio de los sectores más necesitados, todavía mayoritarios en el padrón electoral. Los usufructuarios del paternalismo de Estado y los pelotones del dogmatismo constituyen un ariete temible. Capriles fue consciente de ello tras las presidenciales de abril del 2013, cuando su moderada reacción a su derrota por lo pelos fragmentó el bloque opositor.
El radicalismo apostó entonces por la rebeldía denunciando fraude porque se había perdido por sólo 234.935 sufragios: sospecharon tramposos enjuagues durante el escrutinio. Sin muchas salidas, la oposición decidió participar en las municipales de diciembre del 2014 para no repetir el error de diciembre del 2005, en que el boicoteo de las parlamentarias permitió al gobierno copar la Asamblea Nacional. En las municipales, el oficialismo obtuvo 240 de las 337 alcaldías en juego aunque la oposición triunfó en las grandes ciudades. Simplificando: 5.216.522 votos, (48,6%) contra 4.373.910 (39, 3%).
El nuevo traspiés zarandeó la Mesa de la Unidad. Capriles y sus aliados sostuvieron que sólo las victorias electorales contundentes, incuestionables, serán asumidas por el chavismo y protegidas por toda la comunidad internacional.
López Ledezma y Machado argumentaron que la travesía hacia las presidenciales del 2018 sería una travesía insoportable, sin garantías de éxito porque que el Consejo Electoral, de mayoría oficialista, y la ventajista utilización de los poderosos recursos del Estado habrían de condenarles a un ostracismo sin fecha de caducidad.
Propusieron la movilización aprovechando el malhumor social causado por el desabastecimiento y la carestía. Chocaron Capriles, López y las ambiciones y estrategias litigantes en la Mesa de Unidad. Sofocadas las manifestaciones del 2014, Maduro ganó internamente por partida doble: las guarimbas habían distraído la atención de la opinión pública sobre las divisiones del chavismo sobre cómo abordar la crisis económica, y sirvieron para encarcelar a López y acallar a los ultras.
Pero el desgobierno es inocultable. El desplome petrolero hundió los ingresos del Estado y la financiación del populismo y programas sociales que han beneficiado a millones de venezolanos sin recursos y son aceitadas con nuevos fondos en períodos electorales.


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