“¡Gloria
al Bravo Pueblo!…” Ayer la dignidad de los venezolanos derrotó el
amedrentamiento oficialista. La coacción desde ministerios y dependencias, la
propaganda truculenta de “la pesadilla”, los intentos de engañar con la tarjeta
de MIN Unidad y la amenaza de violencia –“saldremos a la calle”- no lograron
torcer la voluntad de cambio de la inmensa mayoría del país, hastiada de tan
irresponsable e incompetente conducción de la cosa pública, como de sus
terribles secuelas en términos del colapso en sus condiciones de vida. Y honor
a la legión de representantes de mesa y a la gente que los apoyó, que fueron
garantes del triunfo. Finalmente, un reconocimiento justo a la Fuerza Armada,
que supo mantener una posición institucional de resguardo de los resultados de
la elección.
Quien no
entendió absolutamente nada de lo ocurrido fue el presidente Maduro. ¡Qué
discurso tan deplorable! Después de tan contundente repudio a su
gestión, insistir en echarle la culpa de su derrota al triunfo de una “guerra
económica”, muestra una incapacidad lamentable por asimilar las enseñanzas del
proceso recién concluido. ¡Si los intentos de escurrir sus responsabilidades en
el desastre económico actual argumentando semejante idiotez fue lo que el
pueblo repudió en las urnas! Si bien nadie apostaba a que las entendederas de
Maduro daban para asumir una posición de estadista –que no es que le queda
grande, sino inmenso-, hubiera sido mucho más edificante haberlo escuchado
tender la mano a la nueva mayoría en aras de generar un ambiente favorable a
los acuerdos que, por fuerza, deberán producirse para afrontar los gravísimos
problemas que desafían al país. Algunos dirán que fue un discurso para intentar
cohesionar a sus golpeadas huestes, en previsión de la guerra de culpabilidades
que habrá de desatarse seguramente al interior del PSUV. Puede que así
haya sido pensado. Pero dejarse llevar por su talante fascista y apelar al
dogmatismo, al espíritu de secta, al simbolismo maniqueo de una guerra urdida
por un capitalismo maligno contra el pueblo, no solo contraría lo que se espera
de él como jefe de Estado, sino que es cuchillo contra su propia garganta. Como
dijo alguien por ahí, solo a Maduro puede ocurrírsele inventar como ardid
político una guerra que luego lo derrota.
2016 será
un año terrible para Venezuela, peor que 2015, si no se aviene a entendimientos
con las fuerzas democráticas para instrumentar un programa de ajuste que ataje
la caída hacia niveles aun más profundos de miseria y desesperanza. La postura
confrontacionista de seguir repitiendo una estupidez en que nadie cree, lo que
hace es mostrar una conducta intransigente que habrá de provocar la
convocatoria de un referendo revocatorio de su mandato. La sirve en “bandeja de
plata”.
El
liderazgo opositor encara una enorme responsabilidad ante la nación. Las
primeras declaraciones de Chúo Torrealba y de otros voceros son esperanzadoras
por su llamado a la reconciliación, a evitar la retaliación y a poner los
intereses del país por encima de intereses mezquinos de bando. Pero ello
requiere de una reflexión importante en la acera de enfrente, capaz de asumir
sus responsabilidades y mostrar una disposición a rectificar para sacar al país
del hueco en que lo metieron. ¿Entenderá esto, más temprano que tarde, la
cúpula oficialista o se dejará llevar por sus instintos fascistas de
confrontación y de sabotaje a la nueva mayoría? ¿Arrastrará a los suyos a una
irremediable caída con su sectarismo? El primer discurso de Maduro en absoluto
es constructivo. Pero tengan por seguro que los venezolanos no perdonarán el
atrincheramiento del oficialismo en dogmas y clichés venenosos en estos
momentos tan decisivos para el país.
Humberto García Larralde, economista, profesor de la UCV, humgarl@gmail.com
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