¿Qué clase de protesta es aquella en la cual
desnudan forzosamente a los transeúntes para humillarlos? La respuesta es
sencilla: no es una protesta. Es terrorismo. Peor aún, es terrorismo de Estado
porque se hace con el apoyo y complicidad del gobierno.
Veamos la crónica. El pasado viernes 1° de julio,
un grupo de personas armadas y encapuchadas bloquearon por la fuerza el acceso
de la Avenida Tulio Febres Cordero en Mérida. Su propósito no fue nunca
protestar. Era simplemente impedir que se realizara en esa avenida un acto
político en el cual la protagonista era Lilian Tintori, esposa del principal y
más connotado preso político venezolano hoy día: Leopoldo López. Estos grupos
armados no se conformaron solamente con cerrar la vía atravesando sus motocicletas,
sino que también quemaron cauchos, troncos y hasta vehículos que estaban
estacionados en las adyacencias. Además, se dedicaron a robar a los peatones,
saquearon comercios y vandalizaron los espacios públicos.
Quizá el asunto no hubiese pasado a mayores, porque
la mayoría de las protestas en algún momento causan daños a la propiedad, tanto
pública como privada. La cuestión radica cuando unos muchachos, cuatro
adolescentes desprevenidos pasaron por la zona y fueron rodeados por los
delincuentes. Al grito de “¿son opositores o chavistas?” ellos responden con la
candidez propia de su edad “somos seminaristas”. Acto seguido se desató la
canalla. Los muchachos fueron golpeados, desnudados, escupidos, maltratados,
amenazados de muerte quemándolos vivos. Minutos de terror que fueron infinitos.
Al final, en un gesto de sádica y cobarde magnanimidad, los hicieron correr
desnudos a lo largo de la vía, poniendo término a este ultraje al dejarlos
huir.
¿Qué tanto pudo haber pasado por la mente de estos
niños? Todo el oprobio, toda la humillación, toda la vergüenza, toda la
tristeza, toda la incomprensión, toda la desesperanza… Quizá en esos instantes,
como dignos seminaristas, elevaron una oración muda al Creador para que su
muerte no fuera en vano. O quizá solamente pensaron en sus familias, en lo que
creyeron era el final de su vida. O quizá simplemente no entendieron nada de lo
que pasaba, como el cordero manso que va al matadero sin saber que va a ser
sacrificado. Seguro que estos niños se miraron a sí mismos, desnudos,
indefensos frente a sus infames captores, preguntándose por qué los agredían,
por qué tanta violencia, por qué los iban a asesinar. ¿Por qué a ellos? ¿Por
qué a nosotros? ¿Por qué?
Terrorismo de Estado. He ahí la respuesta a esta
infamia. Es terrorismo de Estado cuando se usan métodos ilegítimos por parte
del gobierno, o con la anuencia y complicidad de éste, con el fin de inducir
miedo o terror en la población para fomentar comportamientos o fomentar
objetivos que no se producirían por sí mismo. Es terrorismo de Estado cuando el
mismo Estado crea organizaciones clandestinas convencionales y luego hay
negligencia en su persecución. Es terrorismo de Estado cuando los gobernantes
emplean el uso sistemático de la violencia sobre la sociedad civil. Es terrorismo
de Estado cuando existe la negativa de limitar o perseguir las acciones de
grupos que atenten contra la población. Es terrorismo de Estado cuando se
aplauden y aúpan acciones que conllevan a crear un estado de terror en la mente
de las personas, invocando para ello motivos políticos o ideológicos.
Lo sucedido con los seminaristas es una muestra más
del desespero del actual régimen por su pronta salida del poder. Pero los
desnudados no han sido esos estudiantes. Es posible que ellos hayan sufrido un
desnudo físico. Pero frente a ese desnudo, decenas de miles hemos sido
solidarios con ellos, porque cualquier de ellos pudiera ser nuestro hijo o
nuestro hermano. Y hemos cubierto su vergüenza con el manto de nuestro apoyo y
afecto. Para ellos siempre habrá cobijo y cariño, compasión y conmiseración.
Hoy más que nunca, y parafraseando a aquel presidente norteamericano, puedo
decir que seminaristas somos todos.
El verdadero desnudo ha sido esta miseria de
gobierno. Quedaron al desnudo sus antivalores, porque nunca han creído en la
democracia como el destino de los pueblos. Quedó al desnudo la fetidez de sus
consignas, llenas de odio a falta de un verdadero programa de gobierno. Quedó
al desnudo la pusilanimidad de sus acólitos, tristes acólitos capaces de
hacerse matar por un mendrugo de pan que les regalas, mientras los personeros
del gobierno engordan sus cuentas bancarias en el exterior. Quedó al desnudo su
bajeza moral, llena de una ruindad incalificable si eres capaz de atacar a
niños y mujeres indefensas y reírse de ello, como en efecto lo han hecho en las
redes sociales. Quedó al desnudo su evidente cobardía, porque aunque nos
humillen una otra vez usando grupos paramilitares y con la mirada complaciente
de la policía, siempre estaremos dispuestos a levantar la frente. Y finalmente,
quedó al desnudo su inminente derrota, porque los aires del cambio ya anticipan
un amanecer glorioso en este país, donde este régimen y los suyos sufrirán el
juicio severo de la Historia.
El desnudo ha sido para el gobernador de Mérida. Ha
desnudado su miseria. Y nunca jamás podrá cubrirla de nuevo.
Por Prof. Lenin Eduardo Guerra / Departamento de Políticas Públicas / ULA. leninguerra@gmail.com
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