A propósito del
abominable abuso de desnudar públicamente a cinco seminaristas católicos,
menores de edad, que hace pocos días acometió, presuntamente, un grupo de
militantes oficialistas radicales en Mérida, Venezuela, me vienen a la memoria
algunas noticias, de no muy vieja data, en las que el “desnudar” es un insulto.
Por ejemplo, en Italia, con motivo de la visita del príncipe heredero de
Abu Dhabi, una estatua de un hombre desnudo exhibida en el palacio donde el
príncipe tendría una recepción, fue cubierta por el equipo del Jefe de Gobierno
italiano, pues consideraban que mostrar una representación del cuerpo desnudo
podría ofender a tan excelso visitante, el jeque Mohammed bin Zayed Al Nahyan.
Si bien es cierto que los motivos religiosos implicados en el caso deben ser
respetados (de esto no quepa duda), no es menos patente que quienes se ofendan
por ver un cuerpo humano desnudo, muy probablemente esconden un morbo o
desprecio por la figura humana, que por demás nunca dejará de ser la suya
propia. Otro ejemplo reciente, de apenas poco más de un mes, se registró en
Colombia, donde una mujer sometió a un hombre que la quería robar y lo hizo
desnudar en público para su estupor. Ni que hablar de los desnudos de millares
de personas para posar en las imágenes del famoso fotógrafo Spencer Tunick y
las polémicas que estas han despertado en las más diversas capitales del mundo,
o de las polémicas despertadas por la representación de angelitos y querubines
desnudos. En Pompeya se observa un deleite enorme por la representación del
desnudo en las viviendas y en espacios públicos. La historia de la humanidad
está llena de pudores y desparpajos por el desnudo, y seguramente podríamos
redactar muchos tratados sobre el caso. La Historia del Arte dice mucho al
respecto.
No obstante, sería poco
ético y deleznable tratar de buscar alguna justificación histórica, cultural o
teórica que legitime un acto en el que cinco menores de edad que
circulaban por una avenida cualquiera y se encontraron a un grupo de personas
que, entendiendo que no participan de sus convicciones políticas, los
sometieron a punta de golpes (algunas fuentes de la noticia hablan de golpes
con candados de acero), y finalmente los desnudaron con la intensión de
ridiculizarlos y exponerlos públicamente. Los jóvenes desnudos corrieron y
buscaron refugio como mejor pudieron. ¡Malhaya! Los jóvenes eran unos
seminaristas que se dirigían muy pacíficamente a sus clases de inglés. La
verdad, pudo haber sido cualquiera de nosotros el que cayese en manos de los
que se gozaron en agredir física y moralmente a estos muchachos.
Seguramente no
tendrían pensado distinguir el género, la edad, ni nada que no fuesen las
convicciones políticas de aquellas personas a las que dañarían. Pero no es hora
de llamar a la piedad egoísta o altruista pensando que solo porque nosotros
somos posibles víctimas de esos grupos violentos debemos denunciarlos y
censurarlos. No. El acto es censurable desde donde sea que se le pondere. El
sadismo y la violencia que implica desnudar a alguien contra su voluntad es un
baremo más de los niveles de intolerancia y maldad que domina el proceder de
estas bandas. Entre un acto como este y el terrorismo no hay diferencia. La
coacción a punta de golpes y exposición al desnudo en público no pretende otra
cosa que sembrar el terror, intimidar y acallar a todo el que no se someta a
sus ideas.
Sin embargo, la maldad
es esta oportunidad, como casi siempre, se revierte. El intento de sembrar el
terror causa un enorme desprecio entre los seres de razón, y si los violentos
creen que por desnudarnos nos van a cambiar, se equivocan. Lo único que ha
quedado al desnudo es su bestialidad, su incapacidad de convencernos con sus
ideas, su falta de razón. Si este grupo violento condenó a los cinco
seminaristas a caminar desnudos por las calles por un rato, esto mismo los ha
condenado a ellos a vivir el desprecio de la gente de bien, y quizás a vivir
eternamente desnudos de razones; con una camisa del color del partido, pero sin
razones. Si le quitan la ropa a un humano, se verá como un humano, mientras que
si le quitas las razones de inteligencia a un humano, no será más que una
bestia o un monstruo. Como decía Heinrich Heine: “bien mirados, todos nos
ocultamos, completamente desnudos, en los vestidos que usamos”. Después de
todo, qué tan indignante puede ser que lo vean a uno desnudo; así nacimos, y
así vivieron parte de su sabia vida el cínico Diógenes y los gimnosofistas. Lo
que nos hace seres civilizados no es simplemente portar vestimenta. Lo
verdaderamente indignante y bárbaro es recurrir al acto cobarde del terror
social para imponer una concepción del mundo que no tiene aceptación, ni aún a
pesar del intento de coacción.
Nota: Este
artículo se escribe a propósito de un hecho insólito ocurrido en Mérida
(Venezuela).
Colectivos
oficialistas que trancaron la avenida Tulio Febres de Mérida interceptaron a
cinco jóvenes seminaristas, los desnudaron, los golpearon brutalmente y les
quemaron la ropa, informó a través de su cuenta de Twitter el periodista
Leonardo León.
El
hecho ocurrió en la avenida Tulio Febres con calle 31, cerca del cuerpo de
bomberos de la Universidad de Los Andes, precisó León en un tuit.
Los
jóvenes, pertenecen al seminario San Buenaventura de Mérida, se dirigían a
clase de inglés en el Cevam. (http://runrun.es/nacional/269029/colectivos-desnudaron-y-golpearon-a-seminaristas-en-merida-y-les-quemaron-la-ropa.html)
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