Dicen las lenguas generalmente bien
informadas que ya los órganos de inteligencia del régimen están averiguando la
vida privada de los diputados electos que venían en las listas de la oposición.
Es la orden perentoria que se ha dado desde la cima del poder y que no se puede
discutir. ¿Cuál es la razón del interés? La de siempre: ver cómo los pueden
chantajear, tomar nota de sus debilidades, topar con asuntos turbios desde cuyo
pantano se puedan cosechar vagamunderías, analizar la posibilidad de que se
conviertan en atletas del salto de talanquera. El asunto consiste en evitar que
el monopolio del poder se desplace hacia manos indeseables, que todo siga como
antes sin que se perturbe el imperio de la “revolución”.
Nada nuevo,
ciertamente, porque en este charco de pinchazos telefónicos y de fisgoneos de
la vida doméstica no existen las sorpresas desde hace tiempo. Sin embargo,
podemos descubrir una novedad en el hecho de que consiste en parte de una nueva
fase del “como sea” anunciado por Maduro que no se pudo concretar el 6-D por la
conminación de una avalancha de votantes.
En ese mismo terreno debemos ubicar
algo que parece una minucia, o algo semejante a las socorridas cortinas de humo
con las que explica la gente todo lo que sucede en Venezuela, pero también todo
lo que sucederá: uno de los diputados más veteranos y aguerridos del PSUV
resolvió la mudanza de la imprenta de la AN, como si se tratara de colocar un
bien mostrenco en mejor lugar para que se vea más bonito, o para que mejore la
decoración de su despacho. Tampoco estamos ante la novedad de las novedades,
ante el asombro de los asombros, no en balde llevamos más de tres lustros
viendo la confusión de lo público con lo partidista y de lo atinente a una
institución con lo que corresponde a otra porque así lo dispone la voluntad de
los mandones. Pero de nuevo encontramos la coincidencia entre la decisión de
impedir, en la medida de lo posible, que un poder público deje de responder a
los intereses del oficialismo.
El clímax de ese tipo de habituales
traslados fue anunciado por el actual presidente de la AN, quien ha decretado
la fundación de un Parlamento Comunal Nacional que haga o pueda hacer las
funciones que legalmente corresponden al Legislativo que se debe estrenar en
enero. ¿Noticia nueva e inesperada? Tampoco. Basta recordar la faena que le
hicieron a Antonio Ledezma cuando ganó las elecciones como alcalde de la
capital, para sentir que no estamos ante una pasmosa innovación. Crearon una
instancia paralela llena de billetes, para que hiciera lo mismo que debía hacer
el candidato preferido por los electores. Si miramos la rutina de quienes se
han proclamado dueños de Venezuela hasta la consumación de los siglos,
carecemos de material para quedar de una pieza.
¿Cuál es, entonces, la diferencia? La
diferencia se encuentra en la magnitud del rechazo popular a una “revolución”
que acude a las zancadillas de costumbre como si estuviera ante un pequeño
desliz, ante un traspié de menor importancia. Esta segunda parte del “como sea”
anunciado por Maduro en la víspera electoral se sale de la rutina
“revolucionaria” debido a que sus promotores insisten en los excesos como si la
realidad no les anunciara la despedida, como si en los barrios populares no
hubiera reinado la alegría ante la inminencia de un anhelado fin del mal
gobierno, como si la gente se pudiera conformar, a estas alturas de su hazaña,
con la reiteración de las celadas que han practicado para subsistir. Nadie
quiere perecer; en términos generales, solo hombres excepcionales como
Francisco de Asís esperan con tranquilidad, y también con regocijo, la llegada
de la hermana muerte, pero el deseo de permanencia no puede chocar con la
naturaleza de las cosas.
En el caso que nos ocupa, la naturaleza de las cosas viene determinada
por la soberanía del pueblo expresada sin paliativos a escala nacional en los
domicilios de los pobres y en las habitaciones de los ricos, en la aplastante
mayoría de las comarcas que forman el mapa de Venezuela. Estamos, por lo tanto,
ante un “como sea” distinto de los anteriores que puede convertirse en una
catástrofe de consecuencias impredecibles. Una náusea masiva no puede ser
ignorada por las coces de la bestia herida.
ELÍAS PINO ITURRIETA
EPINOITURRIETA@EL-NACIONAL.COM20 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
EPINOITURRIETA@EL-NACIONAL.COM20 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
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