Marc Augé, antropólogo
de los mundos contemporáneos, ha escrito un bello texto sobre las paradojas y
antinomias que envuelven esa huidiza pero inevitable palabra: comunidad. A
pesar de las profecías de los primeros sociólogos (quienes pensaron que la
“sociedad moderna”, valga el pleonasmo, desplazaría a la “comunidad”), el término
ha cobrado o recobrado una sorprendente vitalidad en el mundo contemporáneo.
Pero, el precio de esta actualidad ha sido su dispersión semántica, constatable
en la proliferación de etiquetas como comunidad lesbiana, comunidad religiosa,
comunidad de inteligencia, comunidad étnica, etcétera.
La palabra crea el
objeto al cual proporciona el nombre, dice Augé, produciendo algo ilusorio
porque se presenta como una entidad sin fisuras, homogénea. Sin embargo, una
comunidad no puede prescindir de las fronteras externas y tampoco puede borrar
sus diferencias internas. La noción de frontera es pues decisiva para pensar la
comunidad desde un punto de vista no esencialista. Más aún, la demarcación de
fronteras naturales y simbólicas sería una suerte de “necesidad antropológica”
porque sin ellas se disolvería la diferencia cultural. La identidad implica
siempre una relación social modulada por fronteras simbólicas. La frontera es
fascinación y amenaza: por una parte, ella es promesa del encuentro, de la
aventura, de la novedad; por otra parte, simboliza “una región misteriosa de
donde puede surgir el enemigo, la guerra y la muerte”. Pero, lo propio de los
hombres y las culturas no es sólo trazar las fronteras, sino cruzarlas.
Por necesidad o
curiosidad, los hombres de todos los tiempos han merodeado por las fronteras y
las han atravesado. La migración, el exilio, el aprendizaje de una lengua, el
viaje, qué son si no pasajes entre fronteras. En innumerables culturas la
muerte ha sido representada como un pasaje entre dos orillas. Sí, dice Marc
Augé, el bien común y la comunidad son consubstanciales con la idea de
humanidad, a tal punto que el individuo solamente puede ser definido en la
trama de una intersubjetividad cultural que lo precede. Pero, la comunidad sólo
existe como proyecto e ideal, como algo inacabado e inacabable, como un
horizonte o, precisamente, como una ilusión.
Puesto que es imposible
borrar las fronteras, lo más apropiado es admitir su existencia, éste es el
primer paso para mantenerlas abiertas, franqueables. Por el contrario, la
negación de fronteras es en el fondo una sutil manera de negar al Otro. Así,
como la amistad implica la emergencia de una frontera sutil -una política- que
garantiza su estabilidad y duración, el devenir- comunidad sería una amenaza
para la libertad de los hombres sin una política de fronteras (abiertas).
Opinion
G miradas multiples
11 de Noviembre del 2019
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