jueves, 19 de septiembre de 2019

Itinerario del alma totalitaria en Venezuela. Por Joann Peña Angulo

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Obra The Cyclops, de Odilon Redon (1840-1916)

Coincide Francis Fukuyama con muchos filósofos cuando expresa que hay un lado oscuro en el deseo de reconocimiento. La parte del alma que lo desea, el thymos, parece ser el principio de todo mal y génesis de todos los conflictos humanos. La demanda de ser respetado en condiciones de igualdad y ser reconocido como “superior” dibujan las dos dimensiones de este reconocimiento, relata el historiador.


Bajo este contexto, retomo las ideas de la relación no reconocimiento-resentimiento, que hecha política en Venezuela, cimentó las bases y la consolidación del chavismo y su estirpe totalitaria. A diferencia de aquella vez, insistiré en este escrito, sobre la megalothymia, la demanda a ser reconocido como superior, una de las caras del thymos, estudiado por Fukuyama en varias de sus obras, y que en esta ocasión me permitirá delinear la configuración del alma totalitaria.
Ser “superior” o al menos creérselo sin serlo, involucra un conjunto de percepciones conscientes y no tanto, de manejos emocionales propios y de extraños, que preparan el terreno, para el despliegue totalitario. Los traumas familiares, personales, las decepciones, la envidia, los fracasos, inician el itinerario del individuo resentido, que ve en la política, el camino idóneo, la tabla de salvación para cambiar su realidad, y llegar a ser en ella, el individuo respetado y reconocido, condición que no hubiese podido lograr fuera de ella. La política sintetiza así el escenario de las posibilidades y oportunidades.
En este punto, cuando la necesidad de reconocimiento es alta, se elevan a la par las virtudes carismáticas, desplegándose el individuo de alma totalitaria, que al alcanzar la cima del poder, se convierte a su vez en corazón y mente del Estado totalitario. No en vano, la relación no reconocimiento-resentimiento le anima a luchar por el poder y ejecutar su venganza, internalizada y acumulada en todos esos años en los que anhelo ser reconocido y respetado.
El individuo resentido y no reconocido se ha transformado en un político carismático, que con un alma rencorosa hará del Estado, medio y fin de sus deseos y exigencias de superioridad no de igualdad. Este hombre y el Estado serán uno solo. Ocurre aquí un fenómeno importante: su omnipresencia carismática y totalitaria se internaliza individual y colectivamente. Como atributo propio de los dioses, este político está a la vez en todas partes, de allí, que sea núcleo de la vida cotidiana. No hay conversación en la que no se le nombre, no hay momento en el que no surja su figura. Se convierte así en inicio y fin de toda socialización.
Pero esta alma totalitaria no está sola, junto al Estado se entroniza en contra de los enemigos, basado en sus propias experiencias, en sus traumas y resentimientos. La conciencia histórica, la memoria individual y colectiva juegan aquí un papel fundamental, especialmente cuando han sido objetos de las tergiversaciones históricas producto del resentimiento ideológico. En el caso venezolano, los individuos y políticos con altas dosis de megalothymia, admiradores de la lucha armada, consiguieron en los rencores y traumas expresados en las llamadas canciones de protestas, la identificación y la inspiración para lo toma del poder político, pero también para la caracterización de sus enemigos. Las odas a la igualdad, a la pobreza, al antiamericanismo, al antiimperialismo y a la lucha de clases iban condimentado el arquetipo totalitario del chavismo.

En sus campañas, discursos y gobiernos, el alma totalitaria hizo del “Thymos…la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad”[1], centro de su proyecto ideológico. De tal forma que “para impulsarse a sí mismos, tales figuras se aferraron a los resentimientos de las personas comunes y corrientes que sentían que su nación o religión o forma de vida no estaba siendo respetada”[2]. Era la forma de conectarse con todos aquellos que, como él, habían sido “olvidados”.

Le resultó, muy fácil cautivar y convencer, sus habilidades y carisma lo convirtieron en un orador, cuya retórica hacia reír, llorar, odiar y compadecerse del otro. Todos estos recursos delineaban a los “eternos enemigos”, los culpables de todas sus penurias.

En el fondo de su alma, este individuo totalitario, dejaba al descubierto su ambición desmedida, de allí que controlarlo todo, hacerse indispensable, convertirse en dios y hacerse omnipresente no le bastará incluso hacerse uno con el Estado. Chávez lo decía en el año 2002: “¿Quién dijo que la libertad de expresión corre peligro? Lo único que usted tiene que hacer para pensar libremente es pensar como yo”[3]

Ese yo, señala el itinerario del político totalitario. Sin esconder su naturaleza avanza, apoyado por los fervientes servidores, aduladores de oficio, que se rodillan ante él. Esta alma rencorosa, transforma el Estado a su medida y conveniencia. Su naturaleza mimetiza la esencia del hombre totalitario, es ese su prototipo. Se convirtió así el Estado democrático pues “El ideal de igualdad demanda un Estado totalitario”[4]

Referencias

[1] Francis Fukuyama. Identity. The Demand for Dignity and the Politics of Resentment, p.11

[2] Ibíd, p.13

[3] Sergio Jablón. “Los medios soy yo”, Revista Primicia, Nro 28, enero, 2002, p. 51.

[4] Count Richard N. Coudenhove-Kalergi. The Totalitarian State against man, p. 157


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