Fotografía de César Gutiérrez
Flickr AMMAN– Hoy es costumbre culpar a la economía o a los
economistas por muchos de los males del mundo. Los críticos sostienen que las
teorías económicas son responsables de la creciente desigualdad, de la escasez
de buenos empleos, de la fragilidad financiera y del bajo crecimiento, entre
otras cosas. Pero si bien las críticas pueden impulsar a los economistas a
mayores esfuerzos, la arremetida contra la profesión ha desviado involuntariamente
la atención de una disciplina que debería asumir una porción mayor de la culpa:
la política pública.
La economía y la política pública están estrechamente
relacionadas, pero no son lo mismo, y no deberían ser vistas como si lo fueran.
La economía es a la política pública lo que la física es a la ingeniería, o la
biología a la medicina. Si bien la física es fundamental para el diseño de
cohetes que pueden usar energía para desafiar la gravedad, Isaac Newton no fue
responsable del desastre de la nave espacial Challenger. Tampoco hay que culpar
a la bioquímica por la muerte de Michael Jackson.
La física, la biología y la economía, en tanto ciencias,
dan respuesta a preguntas sobre la naturaleza del mundo en el que vivimos,
generando lo que el historiador económico Joel Mokyr de la Northwestern
University llama conocimiento proposicional. La ingeniería, la medicina y la
política pública, por otro lado, responden interrogantes sobre cómo cambiar el
mundo de maneras específicas, lo que conduce a lo que Mokyr califica como
conocimiento prescriptivo.
Si bien las facultades de ingeniería enseñan física y las
facultades de medicina enseñan biología, estas disciplinas profesionales se han
desarrollado de forma bastante independiente del desenvolvimiento de sus
ciencias básicas. De hecho, al desarrollar sus propios criterios de excelencia,
planes de estudio, revistas académicas y carreras profesionales, la ingeniería
y la medicina se han convertido en especies distintas.
Las escuelas de política pública, por el contrario, no
han sufrido una transformación equivalente. Muchas de ellas ni siquiera
contratan a su propio personal docente, sino que utilizan a profesores de
ciencias fundacionales como la economía, la psicología, la sociología o la
ciencia política. La escuela de política pública de mi propia universidad,
Harvard, sí cuenta con un amplio cuerpo docente propio –pero esencialmente
contrata doctores recién graduados en las ciencias fundacionales y los promueve
sobre la base de sus publicaciones en las principales revistas especializadas
de esas ciencias, no en política pública.
A los profesores jóvenes se les desaconseja adquirir
experiencia práctica en políticas públicas antes de que alcancen la titularidad
(tenure) y no es frecuente que la adquieran. Y hasta los profesores titulares
tienen una interacción sorprendentemente limitada con el mundo exterior, debido
a las prácticas de contratación prevalecientes y al miedo de que un compromiso
externo pueda implicar riesgos para la reputación de la universidad.
Para
compensar esta carencia, las facultades de política pública contratan a los
llamados “profesores de la práctica”, como es mi caso, que han adquirido
previamente una experiencia en políticas públicas en otra parte.
Desde el punto de vista de la enseñanza, uno podría
pensar que las escuelas de política pública adoptarían una estrategia similar a
las facultades de medicina.
Después de todo, tanto los médicos como los
especialistas en política pública son llamados a resolver problemas y necesitan
diagnosticar las causas respectivas. También necesitan entender el conjunto de
posibles soluciones y descifrar los pros y los contras de cada una de ellas.
Finalmente, tienen que saber cómo implementar la solución que proponen y
evaluar si funciona o no.
Sin embargo, las escuelas de política pública ofrecen
sólo programas de maestría de uno o dos años, y tienen un pequeño programa de
doctorado con una estructura típicamente similar a la que se aplica en las
ciencias. Eso se compara desfavorablemente con la manera en que las facultades
de medicina capacitan a los médicos e impulsan su disciplina.
Las facultades de medicina (al menos en Estados Unidos)
admiten a los alumnos después de que hayan terminado una carrera universitaria
de cuatro años en la que hayan tomado un conjunto mínimo de cursos relevantes.
Los estudiantes de medicina luego participan en un programa de dos años de
enseñanza principalmente en aulas, seguido por dos años en los que rotan por
diferentes departamentos en los llamados hospitales escuela, donde aprenden
cómo se hacen las cosas en la práctica al acompañar al médico principal y a sus
equipos.
Al final de los cuatro años, los médicos jóvenes reciben
un diploma. Pero entonces deben empezar una residencia de tres a nueve años
(dependiendo de la especialidad) en un hospital escuela, donde acompañan a
médicos principales, pero donde se les asignan cada vez más responsabilidades.
Después de siete a trece años de estudios de posgrado, finalmente se les
permite ejercer la práctica como médicos sin supervisión, aunque algunos hacen
pasantías adicionales supervisadas en áreas especializadas.
Por el contrario, las escuelas de política pública
esencialmente dejan de enseñarles a los alumnos después de sus dos primeros
años de una educación esencialmente en las aulas y (aparte de los programas de
doctorado) no ofrecen los muchos años adicionales de formación que brindan las
facultades de medicina. Sin embargo, el modelo de hospital escuela podría ser
efectivo en política pública también.
Consideremos, por ejemplo, el Laboratorio de Crecimiento
de la Universidad de Harvard, que fundé en 2006 después de dos experiencias en
políticas públicas sumamente enriquecedores en El Salvador y Sudáfrica. Desde
entonces, hemos trabajado en más de tres docenas de países y regiones. En
algunos sentidos, el Laboratorio se asemeja un poco a un hospital escuela y de
investigación. Se centra tanto en la investigación como en el trabajo clínico
de atender “pacientes”, o gobiernos en nuestro caso. Es más, reclutamos PhDs
recién graduados (equivalente a los profesionales médicos recién recibidos) y
graduados de programas de maestría (como los estudiantes de medicina después de
sus dos primeros años de universidad). También contratamos graduados de
licenciaturas como asistentes de investigación, o “enfermeros”.
Al abordar los problemas de nuestros “pacientes”, el
Laboratorio desarrolla nuevas herramientas de diagnóstico para identificar
tanto la naturaleza de las restricciones que enfrentan los países como los
métodos terapéuticos para superarlas. Y trabajamos junto con los gobiernos para
implementar los cambios propuestos. En verdad, es allí donde más aprendemos. De
esa manera, garantizamos que la teoría enriquezca a la práctica, y que los
conocimientos obtenidos en la práctica enriquezcan nuestra investigación
futura.
Los gobiernos tienden a confiar en el Laboratorio, porque
no tenemos un ánimo de lucro, sino más bien el simple deseo de aprender con
ellos al ayudarlos a resolver sus problemas. Nuestros “residentes” permanecen
con nosotros durante tres a nueve años, como en una facultad de medicina, y
suelen asumir puestos de relevancia en los gobiernos de sus propios países
cuando nos dejan. En lugar de utilizar nuestra experiencia adquirida para crear
“propiedad intelectual”, la hacemos ampliamente disponible a través de
publicaciones, herramientas online y cursos. Nuestra recompensa es que otros adopten
nuestros métodos.
Esta estructura no fue planeada: simplemente emergió. No
fue promovida desde arriba, sino que sencillamente se la dejó evolucionar. Sin
embargo, si se abrazara la idea de estos “hospitales escuela”, podría cambiar
radicalmente la manera en que la política pública se desarrolla y se enseña, y
se la pone al servicio del mundo. Si esto llegara a ocurrir, quizá la gente
deje de culpar a los economistas por cosas que nunca debieron haber estado bajo
su responsabilidad.
Ricardo Hausmann, ex ministro de Planificación de
Venezuela y ex economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, es
director del Centro para el Desarrollo Internacional de la Universidad de
Harvard y profesor de Economía en la Escuela Kennedy de Harvard. Recientemente
ha sido nombrado gobernador de Venezuela en el Banco Interamericano de
Desarrollo por el presidente interino Juan Guaidó.
Copyright: Project Syndicate, 2019.
www.project-syndicate.org
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20 de Septiembre del 2019
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