¿Cuáles serán los efectos del taxi-dron en la
movilidad urbana? ¿Cómo afectará el desarrollo de las ciudades?
Con el desarrollo del proceso de globalización, las
ciudades, protagonistas de la red global, deben salir a competir al mercado
mundial por la captura de flujos de capital. Esta competencia exige estrategias
de creación de marcas identitarias. Dubái, nacida bajo la riqueza del petróleo,
apunta ahora al turismo y los negocios. Al competir como una smart
city, apuesta a la innovación de tecnologías de transporte sustentable
con un acento puesto en la automatización. Que el taxi-dron (el EHang 184) –un
dron de ocho rotores que puede transportar a una persona (hasta 100 kg.) a una
velocidad comercial de 96 km por hora y una distancia máxima de 40 km,
controlado por una computadora que realiza la mejor ruta para el punto a punto
que solicite el pasajero– se ponga en marcha a partir de julio de 2017 no es
más que otro signo de soberbia tecnológica que hace al atractivo de Dubái pero,
al mismo tiempo, la convierte en un laboratorio donde se ensayan innovaciones
tecnológicas que luego se «exportan» con la marca de la ciudad. Así como la
tecnología BRT se popularizó bajo el nombre de «Metrobus» (Bogotá), mañana
podríamos tener taxis-drones «como los de Dubái». Poco importará que se trate
de tecnología china que se buscaba implementar en Estados Unidos, porque ha
sido Dubái la que, otra vez, ha tomado la delantera.
Poner a la ciudad como contexto evita interpretar
las nuevas tecnologías de transporte como agentes autónomos. El relato
tecnológico se presenta como permanente autosuperación y sin las fricciones de
la realidad. De modo que preguntarse por el efecto en la movilidad urbana que
implica el uso de un dron para un servicio de trasporte de alquiler (taxi)
implica poner en juego la tecnología en una ciudad concreta. Esto puede
ayudarnos a leer las llamadas innovaciones tecnológicas dentro de procesos que
son espaciales, económicos, políticos, sociales y culturales, sin la marca de
la fobia o la fascinación que caracterizan los comentarios que se hacen ante la
aparición de una «nueva» tecnología, aunque esta novedad, en realidad, es parte
de una tradición moderna que ha buscado la conquista del espacio aéreo y que
refuerza inequidades y problemas existente en las ciudades modernas.
Uno de los grandes problemas de Dubái, ciudad en el
desierto que se extiende a lo largo de una costa marítima, es la congestión.
Aunque parezca extraño, tratándose de una ciudad de casi tres millones de
personas, debemos comprender que hay al menos dos factores determinantes: por
un lado, el elevado uso del automóvil y por, otro, el ingreso diario a la
ciudad de aproximadamente un millón de personas. La ciudad compacta de
rascacielos e islas artificiales (en construcción) que solemos ver en imágenes
se corresponde con una ciudad expandida producto del uso del automóvil. Un
viaje promedio en auto al lugar de trabajo lleva una hora 45 minutos. En este
contexto, viajar por los aires evitando el tráfico y la congestión terrestre en
un artefacto pequeño, que necesita mucho menos espacio que un helicóptero para
despegar y aterrizar, suena atractivo para aquellos que hoy son automovilistas:
ejecutivos, profesionales, gente de negocios; tal como lo retrata la publicidad
del taxi-dron.
De aquí se desprenden dos cuestiones. La primera:
¿para quién es esta solución tecnológica? La publicidad lo adelanta: para una
elite amplia. A menos que la empresa china tenga el sueño fordista de la
producción en masa (un dron para cada ciudadano), lo más probable es que sea un
servicio exclusivo para ciertos tipos de clientes que no necesariamente son
ricos ni los más poderosos, pues el dron se ve muy inseguro para un jeque árabe
o para un multimillonario que nunca viaja solo, sino con guardias y asistentes.
Es decir que apunta al llamado commuter que, dependiendo del
costo del viaje, representa a una clase media alta. El segundo aspecto, que
afecta directamente a la movilidad y a la ciudad es que el dron reproduce la
lógica de la automovilidad y refuerza algunas de sus externalidades negativas
como, por ejemplo, la producción de ciudades expandidas y el efecto cocoon (aislamiento
espacial y social).
Seguramente, un dron con batería eléctrica es mucho
más sustentable que los automóviles existentes. Su uso público en la forma de
taxi probablemente desaliente el uso del automóvil particular (una de las
principales causas de congestión urbana), pero siendo aún un vehículo
particular, no es una solución al transporte en general, pues agrega a los
servicios existentes una nueva modalidad de viaje, de uso exclusivo y con la
misma consecuencia social del automóvil: individualiza la experiencia de viaje
en el espacio público.
El llamado efecto cocoon del
automóvil es justamente esa sensación de aislamiento del entorno ambiental pero
también social. He aquí uno de los efectos negativos que debería discutirse
cuando hablamos de movilidad sustentable: la innovación tecnológica, sobre la
que se basa buena parte del discurso sobre la sustentabilidad, ¿es socialmente
sustentable o reproduce las desigualdades existentes? Estas preguntas son
válidas en Dubái y probablemente más aún en nuestras ciudades latinoamericanas,
donde existe una clara correlación entre el nivel socioeconómico y el tipo de
transporte que se utiliza –público o privado–; aunque el auto sea de consumo
masivo, a menor nivel socioeconómico, mayor uso del transporte público.
Como en el resto de los procesos de privatización
de espacios y bienes públicos (que producen fenómenos como el de los barrios
cerrados), el auto media la división, impone una movilidad encapsulada: una
distancia y un supuesto aislamiento –«supuesto» porque también es vulnerable a
ser invadido por el afuera–. En el caso del taxi-dron (movilidad encapsulada y
automatizada), supone además una desterritorialización del tráfico callejero
(aislarse de los otros en la calle) y una mayor individualización, dado que
viaja solo una persona y no existe la sociabilidad que puede darse en un auto.
Pero existe a la vez una nueva territorialización (aérea) que, si la tecnología
avanza, llenará el espacio aéreo con un nuevo tráfico.
El tráfico urbano aéreo ha sido prefigurado por una
larga tradición de imaginería utópica que podemos rastrear hasta el siglo XIX,
que termina encarnando el helicóptero pero que se manifestó en aviones, globos,
autos voladores y desopilantes artefactos. Las películas de ciencia ficción han
retratado este futuro una y mil veces. Pero si observamos en detalle, ya sea en
imágenes de fines del siglo XIX como en películas, se podrá notar que, aunque
el espacio aéreo de la ciudad esté invadido de naves, estas circulan
ordenadamente, como reproduciendo el orden terrestre de la calle. En otras
palabras, hay tráfico en la movilidad aérea, con rutas trazadas, con reglas y
muchas veces con intersecciones y congestionamiento.
Desde un punto de vista cultural (subjetivo, pero
también corporizado), el taxi-dron puede resultar atractivo (como todo lo
nuevo, hasta que se vuelve cotidiano), pero no hay que descartar la experiencia
traumática de volar: porque volar no es cualquier experiencia de movilidad.
Tampoco el sentimiento negativo frente a la automatización –que se suele pasar
por alto cuando se subraya la seguridad que brinda la tecnología sin
intervención humana– o el miedo (real) al hackeo o la falla.
Esta fantasía tecnológica del «escape», en este
caso de la congestión y, por ende, de los otros, provocará un nuevo espacio de
interacción (en definitiva, eso es el tráfico) con quienes viajan en
helicópteros, con otros drones, con aviones de larga distancia, etc. El
taxi-dron también interactuará con agentes climáticos (las tormentas del
desierto o las sudestadas porteñas). De modo que el discurso transparente de la
tecnología se verá siempre teñido de las fricciones típicas de la movilidad
urbana.
Nueva Sociedad, Marzo 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario