Las oportunidades que otorgan las tecnologías
digitales podrían despilfarrarse en una carrera armamentista regulatoria y
legal, plagada de nuevas fronteras y nuevas tensiones globales. Es necesario
gobernar Internet.
Cada año, el Foro
Económico Mundial publica un Informe de Riesgos Mundiales, que sintetiza las
opiniones de expertos y responsables de políticas de todo el mundo. Este año,
la ciberseguridad está bien arriba en la lista de preocupaciones globales, y
así debe ser. En 2017, el mundo fue testigo de una continua escalada de ataques
cibernéticos y violaciones a la seguridad que afectó a todos sectores de la
sociedad. No hay razones para creer que el 2018 vaya a ser diferente.
Las implicancias
son de amplio alcance. En lo más inmediato, debemos lidiar con la
gobernancia de Internet así como sobre Internet.
De lo contrario, las oportunidades que otorgan las tecnologías digitales
podrían despilfarrarse en una carrera armamentista regulatoria y legal, plagada
de nuevas fronteras y nuevas tensiones globales.
Pero hay una
cuestión más amplia: a pesar de la velocidad con la que avanzamos en la era
digital, los esfuerzos para garantizar la estabilidad global están rezagados.
En muchos aspectos, nuestro mundo sigue estando organizado dentro de un marco
westfaliano.
Los estados con fronteras esencialmente reconocidas son los
ladrillos del sistema internacional. Sus interacciones, y su voluntad de
compartir la soberanía, definen el orden mundial existente.
Pero la
globalización ha cambiado gradualmente las realidades en el terreno. Y mientras
su fuerza -que crece y decrece desde las décadas previas a la Primera Guerra
Mundial- hoy está siendo atemperada por la geopolítica, y por el impulso por
desacelerar el ritmo del cambio tecnológico, la transformación digital
impulsará la globalización para adelante, aunque de una manera diferente.
Después de todo, la principal característica de Internet es su arquitectura
no-territorial. Al derribar las fronteras tradicionales, plantea un desafío
directo a los propios cimientos del orden westfaliano.
Es un desarrollo
profundamente positivo, porque facilita la libre expresión y el intercambio
transfronterizo de bienes e ideas. Pero, como con todas las invenciones
humanas, se puede abusar de Internet, como lo demostró el aumento de los
delitos cibernéticos, el acoso online, el discurso de odio, la incitación a la
violencia y la radicalización online.
Minimizar estos
abusos en los años por delante requerirá una estrecha cooperación internacional
para establecer y hacer cumplir reglas comunes. No puede haber ninguna solución
aislada, porque ningún gobierno puede enfrentar el problema por sí solo.
Con el tiempo, ha
surgido una sopa de letras de organizaciones para reunir a la comunidad
técnica, las empresas, los gobiernos y la sociedad civil. Y organismos como el
ICANN (Internet Corporation for Assigned Names and Numbers), IETF (Internet
Engineering Task Force) y W3C (World Wide Web Consortium) hoy ofrecen
gobernancia de facto de la arquitectura de Internet. Pero la
gobernancia sobreInternet es mucho más compleja. Aquí, el paisaje
institucional está atestado y es inestable.
Está atestado
porque numerosos actores compiten por dar forma al marco normativo del
ciberespacio. Muchos países tienen múltiples ministros relevantes que regulan
la actividad online. Los sitios web y los servicios online tienen lineamientos
comunitarios y términos de servicio totalmente diferentes. Los desarrolladores
del sector público y privado determinan el diseño de la infraestructura
cambiante de Internet. Y numerosos grupos de la sociedad civil están
proponiendo sus propios conjuntos de principios cibernéticos, mientras que organizaciones
internacionales intentan desarrollar acuerdos multilaterales.
El paisaje sigue
siendo inestable porque la cooperación intergubernamental esencialmente se ha
detenido, debido a las prioridades en conflicto entre los países. Para peor de
males, todavía existen demasiado pocos espacios para que los diferentes
participantes interactúen y diseñen soluciones operativas.
En ausencia de
marcos alcanzados de común acuerdo, los gobiernos tenderán a adoptar medidas
unilaterales de corto plazo -localización de datos obligatoria, restricciones
excesivas de los contenidos, supervisión invasiva- para abordar preocupaciones
inmediatas, o como una respuesta a una presión política doméstica. Al hacerlo,
podrían alimentar una dinámica que realza, en lugar de minimizar, las tensiones
internacionales.
La gobernancia
digital toca todo desde la ciberseguridad y la economía hasta los derechos
humanos, y la incertidumbre sobre qué leyes se aplican en diferentes
jurisdicciones debilita el cumplimiento en todas ellas, lo que deja a todos
peor parados. Es más, las medidas destinadas a abordar una dimensión pueden
fácilmente afectar a las demás, lo que significa que decisiones políticas no
coordinadas y apresuradas pueden tener consecuencias negativas en todas partes.
Cuando tuve el
honor de presidir la Comisión Global sobre la Gobernancia de Internet, nuestro
informe de 2016 resaltaba esos riesgos, e instaba a «un nuevo compacto social»
que garantizara que la Internet del futuro fuera accesible, inclusiva, segura y
confiable.
El progreso desde
entonces ha sido limitado. Como los esfuerzos en las Naciones Unidas para
establecer reglas cibernéticas globales han alcanzado un punto muerto, tendrán
que ser las iniciativas alternativas las que impulsen el proceso hacia
adelante.
Afortunadamente, la
Comisión Global sobre la Estabilidad del Ciberespacio recientemente emitió un
importante «Llamado a proteger el núcleo público de Internet». Y la inminente
Conferencia Global sobre Internet y Jurisdicción en Ottawa ofrecerá otra
oportunidad valiosa para que los responsables de las políticas sigan trabajando
para alcanzar soluciones.
Esos procedimientos
técnicos y legales son esenciales para forjar la transición global de la era
industrial a la era digital. Para evitar una carrera armamentista legal, los
responsables de las políticas tendrán que desarrollar una estrategia
inteligente para una variedad de cuestiones complejas, desde marcos de
asistencia mutua para las investigaciones hasta el papel de los administradores
de los nombres de dominio y los proveedores de servicios a la hora de abordar
el discurso abusivo online.
Alcanzar una
coherencia política en las diferentes jurisdicciones debería ser una máxima
prioridad. Para lograrlo, harán falta interacciones directas y sostenidas entre
los participantes. Sólo entonces podremos crear un marco para preservar la
naturaleza transfronteriza de Internet, proteger los derechos humanos, combatir
el abuso y sustentar una economía digital verdaderamente global.
Como dijo Kofi
Annan en 2004, «Al gestionar, promover y proteger la presencia de Internet en
nuestras vidas, necesitamos ser no menos creativos que quienes la inventaron».
Westfalia quedó atrás. Lo que sigue depende de nosotros.
Por Carl Bildt
Nueva Sociedad, Enero 2018
Fuente:
Project Syndicate
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