lunes, 16 de noviembre de 2015

Caperucita: La verdad desnuda - Gregorio Salazar



"En medio del bosque, en una bella y confortable casita de la Gran Misión Vivienda Venezuela, vivía una jovencita a quienes todos llamaban Caperucita Roja porque nunca se quitaba, ni siquiera en las ocasiones de ir al sanitario, una capucha colorada con la cual, interesadamente, se hacía pasar por revolucionaria


Un episodio extrañísimo e inexplicable acaba de ocurrir en la educación pública chilena, donde distribuyeron por error en 283 escuelas una historia de Caperucita Roja de fuerte contenido erótico, lo que dejó desconcertados y escandalizados a profesores y alumnos que se enteraron de las vueltas que da el lobo para llevar a la cama al famoso personaje. 

No es para tanto. Más escandalizados y perplejos estamos nosotros cuando se nos habla, sin administrarnos burrundanga, de "colas sabrosas", menús de palos y piedras fritas y que si habrá un voto castigo el 6D será contra la oposición, la misma que tiene años maniatada y desaparecida de los medios.
 

Obviamente, no podíamos quedarnos a la zaga de los chilenos y ahora tenemos nuestra versión revolucionaria de la Caperucita, en cuyas páginas el mundo también se torna cabeza abajo. Por los caminos verdes le sacamos una copia al Minci y aquí se la ofrecemos con carácter de primicia nacional. Va de cuento: "En medio del bosque, en una bella y confortable casita de la Gran Misión Vivienda Venezuela, vivía una jovencita a quienes todos llamaban Caperucita Roja porque nunca se quitaba, ni siquiera en las ocasiones de ir al sanitario, una capucha colorada con la cual, interesadamente, se hacía pasar por revolucionaria".
 

Valiéndose de ese disfraz y de una barriga postiza logró, taimadamente, además de hacerse con la vivienda, que la incluyeran en la Misión Madres del Barrio, con lo cual disfrutaba inmerecidamente del Buen Vivir.
 
Años antes había sido una chama muy bella, de dulce rostro y rizos delicadamente ondulados como los de Iris, pero a medida que sus desviaciones capitalistas la disociaban su rostro fue perdiendo aquellas hermosas facciones hasta afearla de tal manera que algunos personajes de esta historia la confundían a ella con La Malvada Bruja del Oeste y al cuento con el del Mago de Oz. Era, pues, una escuálida de marca mayor.
 
Tenía como vecino a un lobo joven, esbelto y de lustrosa pelambre gris, apreciado por su comportamiento ejemplar: pertenecía al Consejo Comunal del bosque, no pelaba reunión de su UBCH y se dejaba carretear gratis para todos los actos de su glorioso partido. Todos comentaban que era un lobo amable, generoso y zalamero, puro corazón de patria, incapaz de mirar con los puyúos ojos de la gula a una ovejita y menos a una abuelita.
 
Sus amiguitos de la comarca le habían dado un certificado de Ferocidad Cero, que con sumo orgullo cargaba bien enrollado en el bolsillo trasero de su overol rojo.
 

Un día, mientras disciplinadamente cumplía labores del operativo 1 X 10, el buen lobo llegó a la cabaña donde moraba una dulce anciana, casualmente la abuelita de su vecina Caperucita.
 

Decidió entrar para enrolarla en la lista para el 6D, pero en ese momento la viejita, despatarrada en su cama, roncaba más que Cilia en plenaria de la ONU.
 

Sintió sed y, con mucho cuidado, caminó en puntillas hasta la nevera. Lo que vio estrujó su noble corazón: apenas había en aquel enorme refrigerador un limón, una botella de agua y un cartón de huevos con una sola ñema. "Qué inseguridad alimentaria, maldita guerra económica", musitó indignado. Después de refrescarse, dirigió la mirada en rededor y lo que vio lo entristeció todavía más: en una pared había un afiche de Capriles y, peor aún, en otra uno de Rosales para las elecciones del 2006. Se olvidó del 1 X 10.
 
A pesar de todo, viendo que la cabaña estaba sucia y desordenada, el buen lobo, siempre guiado por sus grandes sentimientos de amor, decidió barrerla y acomodarla. Tomó la escoba, cuidándose de no despertar a la abuelita, pero con tan mala suerte que a la primera pasada la escoba tropezó con una bacinilla de peltre, tan vieja y desportillada que parecía haber pertenecido al campamento de Maisanta.
 

Hubo un escándalo de mil diablos, como de taller de latonero. La viejita despertó sobresaltada y brincó de la cama adoptando la posición de combate de La Grulla, cual Kárate Kid". (Continuará...)


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