Que una selección golee a otra, no es extraordinario. Que
lo haga la Vinotinto, sí. La imagen de la Vinotinto pasa por el filtro del
consumo de información deportiva. El lector ajeno al fútbol regularmente la
menosprecia; por el contrario, el fanático acérrimo le encuentra virtudes hasta
por el solo hecho de presentarse en el campo. Aún así, para ambos, en sus
límites geográficos, una goleada es un suceso atípico.
La oncena que dirige Rafael Dudamel derrotó 4-1 a una
Bolivia bisoña. Fue la consecuencia de enfrentar a un equipo recién armado con
otro que ya ha recorrido cierto camino. Además, cada individualidad de la
Vinotinto está curtida con partidos en el exterior, no así el rival que
presentó jugadores del patio. Errores en el área, que permitieron tres de los
cuatro tantos, son la evidencia. El primer gol, que debe estar en el podio de
la historia universal de las malas salidas de un portero, abrió el camino.
Como se señaló hasta la saciedad, Dudamel presentó un
equipo acorde al presente de lo que tiene a disposición Venezuela. El 4-3-3 dio
paso al 4-3-2-1. ¿Consecuencias? Más orden y menos pelotazos. Sin embargo, si
se observa con cuidado varios pasajes del partido, veremos los problemas
reiterativos que rivales curtidos aprovechan. Bolivia, por deficiencias e
inexperiencia, pasó de largo.
Venezuela gustó porque goleó. Desde el dominio del
marcador, se hizo evidente que el visitante vino a cumplir. Fue como si 11
amigos de la cuadra se hubieran reunido para jugar un partido el primero de
enero. A esa improvisación, la selección local respondió con un juego muy
físico. Es en la lucha de balones dentro del área donde se evidenció las
virtudes y carencias de uno y otro equipo.
En el primer gol, además de la enorme falla del portero
Jorge Araúz, el defensa más cercano a Yangel Herrera está casi a un metro de
distancia de la acción. Por ese mismo costado ingresa Darwin Machís para el 2-0
y en el malabarismo de Salomón Rondón, antes de la gran definición de chilena,
priva el poderío del venezolano para pivotear en cámara lenta, en pleno corazón
del área pequeña.
La victoria pues no se explica desde la presencia de los
jugadores que muchos queremos ver, como Rómulo Otero, Jefferson Savarino o
Darwin Machís, ni de una superioridad en el mediocampo. La goleada nace de
capitalizar los errores infantiles de Bolivia. Eso sería un gran logro si se
tratara de una competencia, pero en un juego de preparación, llama la atención
la imposibilidad de generar fútbol tomando en cuenta las características del
esquema y los jugadores posicionados para ello.
Si nos quedamos con la impresión de que Otero es un
apellido necesario en el 11 inicial, es porque lo intenta más que nadie. A su
buen regate le suma un cambio dirigido balón que solo puede repetir Roberto
Rosales. Eso permite salir de embotellamientos que incluso el propio Rómulo
genera a raíz de amarrar mucho el balón. Su genialidad, sin embargo, solo puede
ser posible si detrás de él están Tomás Rincón y Herrera. Ese es el verdadero
aporte del 4-3-2-1: centrar a Rincón como guardaespaldas y cederle el balón a
los que mejor saben trasladarlo.
La idea de tener a un solo delantero, en este caso
Rondón, no debería ser para que se bata a duelo con el resto de defensas. Ese
es un ejercicio arcaico. Actualmente, se supone que en el 4-3-2-1, al menos los
dos jugadores que están detrás del “9” pueden llegar al área por cualquier
costado. Fue el caso de Machís en el segundo tanto, aunque no fue una opción
limpia en elaboración. Incluso se supone que los tres mediocampistas que se
sitúan adelante de la línea de “4” también pueden pisar el área.
De hecho, el
balón que define Machís proviene de un rebote involuntario en la pierna de
Rincón, en la frontal del área.
¿Por qué nos centramos en las dificultades de Venezuela y
no en sus virtudes? Por lo señalado al principio. Porque estos son los nombres
que Venezuela tiene para disputar la eliminatoria. No hay más para mejorar. Es
tan precario el equipo, que Roberto Rosales sigue siendo la opción de lateral a
pierna cambiada. Bolivia, en cambio, tendrá a otros jugadores en La Paz y es el
peor equipo de la eliminatoria.
El meollo del asunto no es agradar a la grada o a la
prensa. Poner a los jugadores que gozan de popularidad, como Otero, Yeferson
Soteldo, Jefferson Savarino o Juanpi Añor, no resuelve nada. Es irrelevante si
Josef Martínez volverá o si Rafael Dudamel reaccionó de manera exagerada frente
a las cámaras. Lo que realmente importa es si el entrenador es capaz de pulir
esta idea que se vio en el Olímpico de Caracas.
A diferencia de los candidatos
políticos, los técnicos se sostienen en base a resultados. El 4-1 fue
extraordinario porque no es lo común. Pero si no se mejora en lo colectivo, el
resultado será una simple anécdota camino a Catar 2022.
Prodavinci
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21 de Octubre del 2019
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