Pericles. Busto del siglo II d.C. Museo Británico,
Londres
De todos los antiguos políticos griegos, Pericles fue el
más carismático, y por tanto el que más pasiones despertó, el que las más
extremas opiniones suscitó, tanto a favor como en contra. Como buen político
“mediático” –lo que se podía ser para la época– era un excelente orador.
Diodoro Sículo, en su Biblioteca histórica, dice que “excedía con mucho al
resto de sus conciudadanos en el manejo de la oratoria”, y Tucídides, que lo
admiraba enormemente, transcribe en su Historia de la guerra del
Peloponeso tres de sus discursos (aunque actualmente los historiadores no
se ponen de acuerdo en la fidelidad de estas transcripciones) que nos dan una
idea del poder de su verbo. Quintiliano, por su parte, cuenta que preparaba muy
cuidadosamente cada discurso, y que se encomendaba a los dioses antes de subir
al estrado para que lo ayudaran a no meter la pata.
Como quiera que hubiera despertado la admiración o el
rechazo de sus contemporáneos y de los que vinieron después, es verdad que su
nombre está asociado a toda una época de Atenas, precisamente la de su mayor
apogeo.
Tucídides dice muy agudamente que, aunque Atenas era una democracia, en
realidad estaba gobernada por su “primer ciudadano”, y Jenofonte pone al
Sócrates de su Banquete a decir que “se ganó la fama de ser el mejor
consejero de la patria”. Sin embargo, no todos se expresaron con la misma
admiración y, como de todo hombre público, también de Pericles se dijeron
muchas cosas feas. Plutarco, quien escribió una célebre biografía, cuenta que
era un poco cabezón, razón por la que siempre lo vamos a ver en las estatuas
con un gran casco militar que le ayudaba a disimular la cabezota, y razón
también por la que los poetas satíricos de Atenas lo llamaban “cabeza de
pepino”. Otros le decían irónicamente “el Olímpico” y “el que amontona las
nubes”, parodiando los epítetos con que se nombraba a Zeus.
La historiadora
Claude Mossé nos recuerda que Aristófanes se cansó de burlarse en sus comedias
de su relación con la filósofa Aspasia de Mileto, su concubina, quien, chismeaba
el cómico, era la que le escribía los discursos, lo cual era falso porque
Pericles nunca leyó un discurso, todos los improvisaba. Sin embargo, es Platón
quien se expresa de Pericles con mayor dureza. En el Gorgias dice que
el político “había hecho a los atenienses perezosos y cobardes, charlatanes y
codiciosos”.
Pero ¿qué cosa tan grave pudo haber hecho Pericles para
que Platón lo acusara de tal manera? Según el filósofo, Pericles había sido “el
primero en pronunciarse a favor del pago de las magistraturas”. Esto merece una
explicación. En los comienzos de la democracia, los cargos públicos eran
gratuitos. Ningún ciudadano consideraba que debía cobrar por prestar sus
servicios a la ciudad pues, antes bien, esto era tenido por un alto honor.
Fue
Pericles el primero que propuso que se pagara un sueldo a los magistrados, lo
que provocó el rechazo de Platón y de otros ciudadanos tradicionales. Pero esto
no fue lo único. Plutarco nos recuerda que Pericles tomó una serie de medidas
populistas para asegurarse el apoyo de los ciudadanos, según cuenta Aristóteles
en su Constitución de los atenienses, por consejo de un oscuro asesor
llamado Damónides de Oa.
“Recurrió al repartimiento de los dineros públicos con
dádivas para los teatros y para los juicios, y con otros premios y diversiones
corrompió a la muchedumbre”, dice Plutarco. Y en otro lugar: “Muchos han
escrito que en su gobierno fue seducido el pueblo por primera vez con repartos
de dinero y de regalos, pagándole los espectáculos y dándole jornal, y con estas
medidas se acostumbró mal el pueblo y se hizo derrochador e indócil, de
tranquilo y trabajador que era”.
En política, todas las medidas tienen un claro fin, que
es la lucha por el poder, y las de Pericles no podían ser excepción. En
realidad, todos los temores de nuestro político se centraban en la figura de
Cimón de Atenas.
General y líder del partido aristocrático, Cimón era sumamente
rico, pero también generoso y gozaba de un amplio apoyo popular. Cuenta
Aristóteles que mantenía de sus expensas a muchos de los más pobres de la
ciudad, que vestía a los ancianos y poseía grandes fincas cuyos muros mandó a
derribar para que cualquiera pudiera entrar y tomar de las cosechas.
Pericles,
que no era tan rico como Cimón, no podía competir con su largueza, y no dudó un
minuto en echar mano de los dineros públicos a fin de arrebatarle a su rival
los cariños del populacho. Para ello hizo trasladar el tesoro federal de la
Liga Marítima de la isla de Delos a Atenas, lo que le costó el rechazo de
muchos de sus aliados contra Esparta. En el año 461 a.C., de paso, Pericles
logró que Cimón fuera condenado al destierro, acusándolo de “filoespartano”, o
sea, de ponerse a favor de Esparta en la guerra. En otras palabras, lo acusó de
“traición a la patria”.
Ojalá que los casos de corrupción y populismo de hoy
fueran tan graves como regalar al pueblo las entradas para el teatro o dejar
que la gente se coja las cosechas de una finca. Sin embargo, parece claro que,
desde sus orígenes, el populismo está íntimamente asociado a la existencia de
un líder carismático que aplica a conveniencia corrupción, demagogia y
autoritarismo.
Prodavinci
26 de Octubre del 2019
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