jueves, 24 de octubre de 2019

¿Dónde se encuentra la sabiduría? - Harold Bloom - descargar libro





Todas las culturas del mundo —la asiática, la africana, la de Orien-te Próximo, la del hemisferio europeo-occidental— han fomenta-do la escritura sapiencial. Durante más de medio siglo he estudia-do y enseñado la literatura que emergió del monoteísmo y sus secularizaciones posteriores. ¿Dónde se encuentra la sabiduría ? sur-ge de una necesidad personal, que refleja la búsqueda de una sagacidad que pudiera consolarme y mitigar los traumas causados por el envejecimiento, por el hecho de recuperarme de una grave en-fermedad y por el dolor de la pérdida de amigos queridos.


A lo que leo y enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor es-tético, fuerza intelectual y sabiduría. Las presiones sociales y las modas periodísticas pueden llegar a oscurecer estos criterios durante un tiempo, pero las obras con fecha de caducidad no perduran. La mente siempre retorna a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento. La mortalidad acecha, y todos aprendemos que el tiempo siempre triunfa. «Disponemos de un intervalo y luego nuestro lugar ya no nos conoce».

Los cristianos que creen en la voluntad de Dios, los judíos que confían en ella, y los musulmanes que la acatan, poseen sus propios criterios de sabiduría y, sin embargo, cada uno precisa comprender esas normas a título individual si quiere que las palabras de Dios le iluminen o conforten. Los secularistas asumen un tipo distinto de responsabilidad y su interés por la literatura sapiencial es considerablemente más nostálgico o angustiado, dependiendo del carácter. Seamos devotos o no, todos aprendemos a anhelar la sabiduría allí donde pueda encontrarse.

A principios del siglo XXI de nuestra era, Estados Unidos y Eu-ropa occidental están separados por casi tantos factores como los que les mantienen incómodamente aliados. En la práctica, el Nuevo Mundo o la Tierra del Atardecer* vive una existencia tan laica como casi toda Europa, pero los estadounidenses tienen tendencia a separar su vida interior de la exterior. Muchos mantienen conversaciones con Jesús y su testimonio puede ser convincente, dentro de unos límites. La religión, para ellos, no es el opio, sino la poesía del pueblo, y por ello rechazan lo que conocen de Marx, Darwin y Freud. Y, no obstante, también pueden tener sed de una sabiduría humana que complemente sus encuentros con lo divino.

La escritura sapiencial, para mí, posee sus propios criterios implícitos de fuerza estética y cognitiva. Este libro pretende ofrecer normas que atraigan a hombres y mujeres instruidos, lectores corrientes, tal como los llamó Virginia Woolf, siguiendo a Samuel Johnson. El mercado está abarrotado de versiones degradadas de las tradiciones sapienciales: divas del pop hacen alarde de unas cintas rojas que pretenden ser cabalísticas, invocando así la tradición oculta del Zohar, la obra maestra del esoterismo judío. La sabiduría de Kierkegaard, desesperadamente apremiante a pesar de su capa de ironía, se detiene en las fronteras de lo esotérico, ante lo que el gran sabio cabalístico Moshe Idel denomina «la Perfección que absorbe». Idel, amablemente, se opone a su heroico precursor en los estudios de la Cabala, el majestuoso Gershom Scholem, que había hablado de «la fuerte luz de lo canónico, de una Perfección que destruye». La sabiduría, sea esotérica o no, me parece una perfección capaz de absorber o destruir, según lo que le aportemos.

¿De qué sirve la sabiduría si sólo puede alcanzarse en soledad, reflexionando sobre lo que hemos leído? Casi todos nosotros sa-bemos que la sabiduría se va de inmediato al garete cuando estamos en crisis. La experiencia de hacer de Job es, para la mayoría de no-sotros, menos severa que para él: pero su casa se desmorona, sus hi-jos son asesinados, está cubierto de dolorosos forúnculos y su es-posa, magníficamente lacónica, le aconseja: « ¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!» Eso es todo lo que le oímos decir y se hace difícil de soportar. El libro de Job es una estructura en la que alguien se va conociendo cada vez más a sí mismo, en la que el protagonista llega a reconocerse en relación con un Yahvé que estará ausente cuando él esté ausente. Yesta obra, la más sabia de toda la Biblia hebrea, no nos concede solaz si aceptamos dicha sabiduría.

En el salmo 22, el rey David comienza lamentándose: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», el clamor de su descendiente, Jesús de Nazaret, en la cruz. El salmo 23 lo canta sir John Falstaff, en Enrique V, en su lecho de muerte, como sabemos por Mistress Quickly, que embrolla los dos versículos: «Por prados de fresca hierba me apacienta» y «Tú preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios», y acaba diciendo: «y una mesa de verdes pastos». W. H. Auden consideraba que, para Shakespeare, Falstaff era una especie de imagen de Cristo. Eso también me parece embrollar las cosas, pero es enormemente preferible a despreciar a Falstaff tachándolo de viejo glotón que chochea de amor, el señor del desgobierno. La agudeza de Auden es un tipo de sabiduría, mientras que los estudiosos que denigran a Falstaff son, como mucho, unos zombis.

No he visto que la literatura sapiencial sirviera de consuelo: Job no pudo consolar a Hermán Melville ni a su capitán Ahab, pero les provocó una furiosa reacción cuando Dios le hizo a Job pregun-tas retóricas: «Y a Leviatán, ¿lo pescarás tú a anzuelo?» Yo mismo reacciono de manera más furiosa a la palabra de Dios: « ¿Pactará contigo un contrato?», aunque aprecio que el poeta del libro de Job evoque tan magníficamente el Yahvé inicial del escritor J, autor primigenio del palimpsesto que ahora leemos como Génesis, Éxodo y Números. Caprichoso e incluso sarcástico, a este asombroso Yahvé hay que temerle, un miedo que es el comienzo de la sabiduría.

El libro de Job y el Eclesiastés, Homero y Platón, Cervantes y Sha-kespeare, nos enseñan una sabiduría dura, suspendida entre la tra-gedia y la ironía. No es probable que la ironía de una era o cultura sea igual a la de otra y, no obstante, la ironía siempre tiende a decir una cosa mientras quiere decir otra. La tragedia, aun cuando la veas como algo dichoso, como hacía W. B. Yeats, no era aceptable para Platón, que repudiaba lo que casi todos nosotros consideramos la visión trágica de la Ilíada. Para Platón, el cambio y la mortalidad no son sabiduría, y Cervantes y Shakespeare le hubieran incomodado aún más que Homero.

SABIDURÍA.................................................................................. 13
PRIMERA PARTE EL PODER DE LA SABIDURÍA
1. Los hebreos: Job y el Eclesiastés ......................................... 21
2. Los griegos: La disputa de Platón con Homero .................. 39
3. Cervantes y Shakespeare ..................................................... 81

SEGUNDA PARTE
LAS MÁS GRANDES IDEAS SON
LOS MÁS GRANDES ACONTECIMIENTOS
4. Montaigne y Francis Bacon ................................................. 117
5. Samuel Johnson y Goethe ................................................... 149
6. Emerson y Nietzsche ............................................................ 179
7. FreudyProust .................................................................... 205

TERCERA PARTE SABIDURÍA CRISTIANA
8. El evangelio de Tomás ......................................................... 237
9. San Agustín y la lectura ....................................................... 249

Coda: Némesis y sabiduría ...................................................... 257



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24 de Octubre del 2019



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