Escribir sobre la mediocridad de muchos
personajes públicos de nuestros días es complicado. Significa meterse con
reputaciones establecidas, o con individuos de influencia que pueden
cuestionar, no sin razón, la autoridad de quien se mete a descalificarlos
partiendo de un punto de vista subjetivo. ¿A qué título? ¿A cuenta de qué?
¿Acaso el criticón es un marciano inmaculado?
No sucede lo mismo con el trabajo
del historiador, quien esculca los prestigios de unos difuntos cuyas voces no
responderán, pero es otra cosa cuando el investigador del pasado asume la
obligación de convertirse en opinador sobre el presente. Sin embargo, considerando
que el adocenamiento de buena parte de los protagonistas de los asuntos
públicos parece un rasgo dominante de la actualidad, no conviene sacarle el
cuerpo a la jeringa.
Todo esto, movido por las ínfulas de
convertirse en una referencia de orientación panorámica, parte de las
declaraciones de una candidata a diputada que llegó al extremo de decir que las
inmensas colas en las cercanías de los mercados, hechas por gente que procura
alimentos y pasa gigantesco apuro, son una obra digna de aplauso, una exhibición
de aglomeraciones “sabrosas” por las cuales se deben felicitar quienes las
hacen. Pero unas expresiones tan fuera de lógico sentadero, unos comentarios
que ni siquiera un payaso puede desembuchar sin correr el riesgo de provocar
morisquetas, no refieren a un caso aislado. En breve, uno de los gobernadores
maduristas, se supone que para defender la “revolución” y partiendo del mismo
asunto de los apelotonamientos de gente alrededor de los expendios de
alimentos, dijo que se comerían piedras si fuese necesario para la subsistencia
del régimen. Intentó una bélica arenga, se lanzó con algo que le pareció como
un vigoroso resorte antes del comienzo de la gran batalla campal, pero las
rochelas del Twitter y del Facebock lo convirtieron en fácil irrisión. Se
necesita mucha simpleza de espíritu para hacer afirmaciones de semejante laya,
mucha debilidad argumental a la hora de ponerse a hablar ante el público, mucho
adormecimiento de neuronas cuando se debe tratar con el pueblo; infinitas
carencias de formación cívica, de recorrido político y de pupitre escolar que
desembocan en un teatro de abrumadora medianía.
Se acude ahora a ejemplos que no
admiten réplica, pero es evidente que el tema obliga a repasar la nada de las
intervenciones públicas del presidente Maduro y, más arriba, el batiburrillo de
las filípicas a las cuales nos fue acostumbrando Chávez. Capaces de congregar
grandes auditorios y entusiasmos, a tal montón de confusiones y lugares comunes
se puede atribuir la extensión y el establecimiento del declive. Sus seguidores
se han limitado a calcar el modelo, sin las facultades histriónicas que
permiten ocultar disparates, superficialidades, estereotipos y otro tipo de
goteras de las cuales se desprende la ausencia de preparación para el servicio
del bien común que sobresale en el ambiente. Por desdicha, los pobladores de
mayor relevancia en la otra orilla no ofrecen un desenvolvimiento susceptible
de invitar al regodeo.
Quizá sean mejorcitos, pero apenas eso.
Los líderes de la oposición no han sido capaces de presentar un discurso
consistente, del cual provengan promesas sugestivas y ejemplos de
desenvoltura que los ubiquen en una escala más elevada de la liga. No son tan
dolorosamente precarios, pero dejan mucho qué desear. Si los vocablos de un
discurso reflejan las debilidades y las excelencias de quienes los expresan, la
conducta que muestran a través de la expresión oral, pero también escrita, no
es como para comprar palco de primera fila o sillón cómodo con el propósito de
oírlos o leerlos ante el riesgo de que se nos vaya en vano la vida. Tal vez
también los arrope un poco el manto de la bulla de Chávez. O, mucho peor, el
olvido de los líderes de la democracia representativa.
Pero lo mismo pueden ellos decir de quien escribe, cuyos reproches son igualmente
hijos de la realidad y, en consecuencia, mediocres. Tratemos entonces a la
recíproca el asunto desde la afrenta de unas insuficiencias que apenas se
toleran, a ver de a cómo nos toca.
ELÍAS PINO ITURRIETA
EPINOITURRIETA@EL-NACIONAL.COM11 DE OCTUBRE 2015 - 12:01 AM
EPINOITURRIETA@EL-NACIONAL.COM11 DE OCTUBRE 2015 - 12:01 AM
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