Será un lento y feroz comienzo. Lento por lo eterno que todavía es. Feroz por
todo lo que hay en el camino, dilapidado, roto, exánime. Por la gravedad de las
heridas, por la cantidad de escombros, por la cólera que hay untada en las
paredes. Un comienzo del tamaño de un día, de un año, de una generación. Ya no
importa la dimensión. Importa que ocurra. Ya los venezolanos no pueden tener
otra cara más honda que la desesperación. Es tiempo de resolver las
estridencias. Hemos sido un atajo de errores. Un país equivocado. ¿Qué país no
ha sido un error alguna vez?
Hay errores que han costado seis millones de
cadáveres. Hay errores que patean la historia y la rompen en dos. Nosotros
también. Somos un error de la talla de los caudillos elegidos: enfermos de
gloria y ego, intoxicados de resentimiento, frenéticos, deslucidos en su hacer.
Somos un error tercermundista, con soluciones frágiles, inciertas y cambiantes.
Pero debemos intentarlo otra vez. Ser mejores que nuestro último error. Ser
enmienda. Rectificación. De eso nos va la vida hoy.
Ya basta de escaldar nuestras lesiones con tanta saña, de desgastarnos hablando
mal de nosotros mismos, enumerando nuestras miserias a voz en cuello, en
televisión, en los restaurantes, en las colas de la farmacia o el supermercado.
No aguardemos la foto unánime y feliz de nuestros dirigentes. La oposición
entera no cabe en el ángulo de una cámara. La oposición son muchas caras, mucha
gente, muchos lugares del país. Todo ciudadano de bien se opone a este paisaje
de ruina que hoy somos. Todo obrero, maestro, vecino, artista, oficinista, ama
de casa o estudiante se opone a este cataclismo, a esta zona de guerra, a
este punzante saqueo de nuestras arcas. Todo venezolano decente se opone a
tanto agobio y sordidez. Todo venezolano cuerdo rechaza un nuevo triunfo de la
incompetencia. Hoy, ¿quién lo duda?, legiones de simpatizantes del chavismo
están alarmados ante este naufragio monumental.
No esperemos por la aparición del
hombre predestinado, del esclarecido que sacudirá a las masas como un flautista
de Hamelín en clave de música latina. No dependamos de la llegada de una docena
de expertos en campañas electorales, ni de la condena planetaria al régimen. No
aguardemos por un futuro premio Nobel que invocará la perfecta estrategia de la
redención nacional. Nuestro caos nos pertenece. Entre todos lo hemos hecho
prosperar. Con la rapiña y ambición del régimen, con la desidia e impericia de
muchos de nosotros. Por eso, entre todos toca remediarlo.
Y ya no importa si a algunos no les
gusta la vehemencia de Chuo Torrealba, los arcaísmos de Ramos Allup o la
intensidad de María Corina Machado en el flanco de la oposición. No se trata de
seguir condenando a Henrique Capriles por lo que hizo o dejó de hacer o a
Leopoldo López por la salida a la calle o la entrada a la cárcel. No importa si
entre ellos existen desencuentros o apetencias propias. Ni si algunos son poco
creativos o asertivos. No interesa ya si no nos entusiasma cómo habla uno o
grita el otro. En todo caso, y he aquí el oro, son gente que cree en la
alternancia y el disenso. Gente que propone otra forma de vida. Donde el mérito
es un valor. Donde el conocimiento importa más que el color de la camisa que
vistas.
Donde la tolerancia se impone sobre los dogmas. Donde la libertad no es
solo un sustantivo que calza en un himno. No interesa ya si este se ha dormido
o aquel comete deslices. No importa si alguno suena a reliquia del pasado, a
eslogan de derecha, a guerrillero arrepentido, a tecnócrata sin carisma.
Importa que son ciudadanos fuera de un cuartel o de una trasnochada ideología
(que termina también siendo un cuartel). No importa si señalan la luz en
bosques distintos. Lo crucial es que creen en la luz. Y que cada día optan por
apostar, no por claudicar. Nuestros líderes están plagados de defectos, como
nosotros, como nuestras parejas o amigos. Pero se trata de que nos encontramos
en estado de emergencia nacional. O nos salvamos o nos hundimos todos.
Será un lento y feroz comienzo cuando por fin el noticiero, exhausto de su vaho
eterno de malas noticias, de su olor a formol y granada, asome una noticia
distinta a la de estos últimos 16 años. Una noticia que hable de una nueva
oportunidad. Y el camarógrafo triste por la tristeza de todos los días será
otro en su mirada. Y el redactor, y la productora, y los televidentes, la
doméstica de pies hinchados, el ejecutivo expropiado, el maestro de ruinoso
sueldo, el bachiller sin útiles, el mecánico sin repuestos, el médico sin
insumos, en fin, todos, qué digo todos, el país entero, agotado en su aliento
de animal herido, cansado de sus muertos, de la quejumbre, de las colas y la
miseria y el arroz que no hay, que otra vez no llegó, que quizás mañana o tal
vez más nunca, y de la voz en cadena que recita mentiras, que decreta una
felicidad imposible, un olor a rosas que no están, un mar que ya no es la
utopía, sino una estafa más, como esta turbia historia de militares
enriquecidos, de gente yéndose de donde no quiere irse, de gente agazapada
detrás de sus puertas, con miedo a la vida porque ahora huele a muerte, de
gente que ahora es menos, que ahora tiene un presente donde no cabe el futuro,
de gente tensa hasta romperse, de gente que antes sonreía en sus pasillos de
cerveza y salsa brava, de gente que no sabe dónde poner la esperanza, de gente
que sencillamente no sabe y ya, que eso es mucho, de tan vacío, de tan
desierto, gente que se está cansando de ser gente. Todos, sentirán la noticia
de una nueva oportunidad.
Será un lento y feroz comienzo cuando todo lo que es empiece a no ser, cuando
las marchas y las consignas galácticas se evaporen en el clima de una nueva
multitud, cuando las amenazas y el oprobio se conviertan en afonía, cuando los
carceleros renuncien a su faena, cuando las rotativas abandonen su ruido de
mulo domesticado, cuando el odio se vaya volviendo humo y derrota.
Pero para eso habrá que registrar los
rincones del país, atizar al perezoso, seducir al indiferente, convocar a los
descreídos, a los indecisos, abrazar al decepcionado, insistir con el reticente
y convertirnos todos en una tormenta inacabable de votos en las elecciones
parlamentarias del 6 de diciembre de este pavoroso 2015. Convertirnos en
protagonistas de nuestro derecho a volver a ser un país.
Habrá que inventar la mañana. Habrá que
hacer el mismo gesto y convertir a la sonrisa en un ejército de ocupación.
Habrá que dejarse de silencios y miedos. Y así todas las puertas se abrirán de
par en par. Y la vecina bailará sin música, y estremecerá sus ventanas, y todo
aquel en la calle, en la orilla, en la calzada, será un gesto de bienvenida y
euforia. Habrá que hacer una canción urgente, una melodía de recién llegados, y
apurar un tren que aún no existe, un pasillo grande para el regreso grande de
los que alguna vez fueron adiós.
Será un lento y feroz comienzo cuando la niña que tose y la mujer que desanda
la farmacia y la urgencia, y el padre colérico, expulsen un grito de fin de la
pesadilla, y se toparán con una plaza habitada por abrazos de los que ya no
había. Y cada quien, lustroso en la alegría repentina, sudoroso a fiesta
que se acerca, voluminoso en la sonrisa, asomado en sus propios ojos, dirá que
todo pasó, que el huracán fue un mal rato de casi dos décadas, que la vida se
estrena otra vez.
Será un lento y feroz comienzo de
diciembre. Lento por la larga cuenta regresiva que ya somos. Feroz por todos
los obstáculos que tropezaremos. Será un día preciso. Está allí. Afuera. Se le
puede señalar con el índice. Ese día es nuestro. Nadie nos lo va a quitar. Será
apenas el comienzo. No la resurrección de los justos. No la multiplicación de
los panes y las harinas y el café. No el acto final del odio. No la paz
conclusiva. No la última marea. Será solo eso: el comienzo. Lo que necesitamos
con urgencia. Un comienzo. Así sea duro, largo y difícil. Para dejar de ser un
país fallido. Un territorio que no funciona para vivir.
Un comienzo. Nuestro comienzo. Lento, feroz y absolutamente posible.
LEONARDO PADRÓN11 DE OCTUBRE 2015 - 12:01 AM EL NACIONAL
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