Debo advertir que este artículo está escrito en primera persona.
Trata sobre un período relativamente corto, que comprende entre 1996 y 2002,
quizás 2003. Fueron los años en los cuales quien esto viene a contar trató con
también relativa frecuencia a Teodoro Petkoff: mucho mayor en los años de la
“Agenda Venezuela”, cuando yo era un joven reportero de finanzas públicas y
Petkoff estaba haciéndose finalmente un hueco en la Historia, con mayúsculas,
como ministro de Cordiplan, ideólogo y vocero del plan económico que le
permitió a Venezuela aguantar hasta unas elecciones con el petróleo a 10
dólares por barril, y tras una crisis financiera con características de
vendaval.
Años
antes, en 1992, a Teodoro Petkoff se le negó la última oportunidad de acceder a
un cargo popular. Bajo la fiebre del golpe del 27N de ese año, y con unas
elecciones nueve días después, los caraqueños decidieron que preferían a
Aristóbulo Istúriz como alcalde de Libertador.
No era, la democracia venezolana,
de suspender elecciones hasta que pudiera ganarlas, como posteriormente harían
los correligionarios de Istúriz entre 2015 y 2017, o Hugo Chávez entre 2002 y
2004, llenando el referendo revocatorio de trampajaulas. Pero esa es otra
historia; lo cierto es que en esas elecciones de 1992, Teodoro había repetido
hasta el cansancio “déjenme construir aunque sea una alcantarilla en mi vida”,
porque estaba harto, era su naturaleza, de ser simplemente un intelectual.
Quería dejar un legado físico.
Su mundo, sin embargo,
siempre fue el de las ideas. Y la Agenda Venezuela fue para el país mucho más
importante que lo que hubiera podido lograr en un cargo tan ingrato como el de
ser el conserje de 1,3 millones de díscolos caraqueños. A Petkoff se le debe
que el país de los 90 haya culminado en paz, aunque con el regalo envenenado de
la elección de Hugo Chávez, quien siempre le debió mucho más al petróleo que lo
que cualquier chavista aceptaría. Porque el petróleo bajó a $9 en 1998, la
frivolidad de la mayoría de nuestros compatriotas eligió a Chávez. Si ese
precio hubiera sido de $16, o $20, esa misma frivolidad hubiera elegido, sin
problemas, a Irene Sáez.
No sé si es muy redundante
hablar de la proverbial honestidad de Teodoro Petkoff, pero si a mí me pidieran
definirlo en una palabra, si tuviera que escribir un epitafio, pondría en su
lápida Aquí
Yace un Venezolano Honesto. Honesto de verdad. Y con ese amor por
Venezuela que en muchos casos solo tenemos los hijos de los inmigrantes, de la
gente que escapó de las guerras, los pogromos, de tanta mierda en la Edad Media
de Europa que terminó apenas ayer, con la constitución de la Unión Europea; y
que se vuelve pasión, alucinación, ante este trópico de luz y desmesura.
Tuve el honor de conocerlo
bastante bien. Como uno en ese momento no sabe que está haciendo Historia, no
guardé dos o tres entrevistas de página completa que pude realizarle para El Universal, entre
1996 y 1998, y que hoy me encantaría releer y poder comentar. Pero lo cierto es
que asumió la defensa de la Agenda Venezuela con una energía y un espíritu
pedagógico que lo llevaban a atender a los periodistas con gran cordialidad.
En el fondo, ya lo había
picado el gusanito de la actividad como editor que emprendería años adelante.
Eso sí, no admitía malas interpretaciones de sus palabras. Fue célebre su pelea
con Miguel Henrique Otero, editor de El
Nacional, quien publicó en ese periódico que Petkoff andaba en un
BMW incautado al grandeliga Luis Sojo, cuando para quienes cubríamos la fuente
era objeto de burla cómo recorría el país en su deteriorada Caribe, que un día
lo dejó botado en la autopista Regional del Centro. Tuvo que ser recogido
por una “patrullita” de El
Universal que lo llevó a Maracay, adonde iba a divulgar el
programa de ajustes: un equipo del periódico iba, justamente, a cubrir esa
pauta periodística. (La imagen de Teodoro con la Caribe recalentada fue foto de
primera página).
Pero su mayor logro no fue
hacer un programa exitoso de ajustes, solamente, sino la reforma del sistema de
prestaciones sociales, que hizo que en los años siguientes, muchos trabajadores
pudiéramos, con estas, comprar bienes. La eliminación de la retroactividad, que
para el chavismo era anatema, fue, sin embargo, una bendición para los
empleados formales y quien no lo afirme así, está mintiendo.
Si bien no se pudieron
eliminar muchas rigideces que han terminado por destruir el mercado laboral (y
que el chavismo reforzó con su unilateral reforma de 2012, la última condena al
país de un Chávez ya moribundo), la mayor parte del acuerdo tripartito que se
logró en 1996 sigue vigente. Y no porque el régimen que desgobierna Venezuela
no lo odie.
Cuando pienso en esa reforma, en con cuanta meticulosidad la negoció Petkoff, con cuanto respeto por el hecho del trabajo y el hecho del emprendimiento acometió la tarea, no puedo sentir sino admiración.
Y cuando la recuerdo,
siempre pienso en esa frase que dice que los consensos de la democracia son más
lentos, pero sus políticas son más duraderas, y por lo tanto, generan mayor
estabilidad.
Cuando uno conocía a
Teodoro, se daba cuenta, además, de que era un hombre de grandes afectos. Su
secretaria de toda la vida, Azucena, una hermosa dama que vino de Uruguay; sus
asistentes más cercanos, todos, llevaban años con él. Y todos lo acompañaron desde
Cordiplan hasta, primero, la Cadena Capriles, donde el Gobierno de Chávez dio
una de sus primeras muestras de intolerancia al lograr la salida de Petkoff de
la dirección de El
Mundo; y posteriormente, a Tal
Cual, ese emprendimiento que en Venezuela inauguró la era del
“Periódico de Autor”.
Tal Cual era
Teodoro, era su visión de las cosas y un conjunto de informaciones que servían
de soporte a su verdadero atractivo: El editorial diario escrito por tan
imponente intelectual. El solo hecho de poder escribir un maravilloso artículo
de actualidad, día tras día, sin pelarse, era y es, desde el punto de vista de
un periodista como yo, igualmente admirable.
Y uno esperaba el mediodía
para ver “qué decía Teodoro”. Suyo fue el “Hola Hugo”, de su primera edición, y
suyo fue el “Chao Hugo” del 12 de abril de 2002. Suyas fueron centenares,
miles, de reflexiones, hasta que la salud, la maldad de quienes gobiernan este
país y el cerco a la actividad privada en general y periodística en particular
fueron haciendo mella en Teodoro y en Tal
Cual, hoy convertido en página web.
Aproximadamente por 2001
me mandó a llamar. Me dijo “yo sé que tú estás muy bien en El Universal, pero
te tengo que preguntar si no te quieres venir a Tal Cual“. Así,
llanamente, como era él. Hoy casi que quisiera decir que fui Quijote y me fui a
Tal Cual, pero lo cierto es que hice una carrera en El Universal de
la cual estoy muy orgulloso y con la cual pude criar a mis hijos. Pero quienes
trabajaron con él de cerca obtuvieron algo que no se puede conseguir con
dinero, que era la profundidad de su inteligencia y de su sabiduría.
Es muy difícil que en este
gremio ustedes consigan quien hable mal de Teodoro Petkoff, por la sencilla
razón de que era un hombre bueno. Con sus errores, como todos, pero
profundamente bueno. Y con algunas cosas que los periodistas amamos: una enorme
irreverencia, un irreductible apego a la verdad y a la defensa de los más
débiles frente al poder del Estado.
Nuevamente, honesto es la
mejor palabra con la que se puede definir. Es una cruel ironía de estos años
negros de la Patria que haya sido denunciado por la canalla que no paró hasta
que le decretó la “muerte civil”; la misma chusma que no le concedió un minuto
de paz hasta que lo vio con 85 años y decidió que hasta para ellos hay un
límite a tanta inquina.
En el país honesto que
algún día seremos, habrá una plaza Teodoro Petkoff en su Bobures natal; habra
un liceo Teodoro Petkoff; habrá una Cátedra Teodoro Petkoff en su amada Escuela
de Economía de la UCV. A lo mejor hasta habrá un municipio Teodoro Petkoff.
Y en ese país honesto,
Teodoro Petkoff (y otros tantos como él) habrán construido, finalmente, mucho
más que una alcantarilla.
Pedro García Otero
31 octubre, 2018
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