¿Qué lógica tiene afirmar que el
de Maduro es un gobierno dictatorial y luego anteponer rigurosas y minuciosas
exigencias sobre unas elecciones “libres, transparentes y justas” como
requisito sine qua non para decidirse a participar? Porque, por definición, un
gobierno dictatorial no va a hacer lo que sí haría un gobierno democrático. Por
lo tanto, quien exige lo imposible lo que está haciendo es justificar una
decisión previa de no participar; prohibiéndose el derecho de acabar con esta
dictadura por la vía de los votos.
¿En qué análisis histórico
comparativo se podría basar la extraña creencia de que “dictadura no sale con
votos”? En la historia real de la política más bien es lo contrario: las
dictaduras pocas veces salen mediante la violencia. La investigadora Erika
Chenoweth demostró que, durante todo el siglo XX, los movimientos no violentos
en el mundo lograron salir, en el 61 por ciento de los casos, de dictaduras;
mientras que los movimientos que usaron la violencia en sus luchas contra
ellas tan solo lograron éxito en el 19 por ciento de sus intentos.
Algunos ejemplos de salidas de
dictaduras mediante las votaciones: los chilenos que votaron en el plebiscito
promovido por la dictadura de derecha de Pinochet; los polacos que, frente a
una dictadura marxista de cuarenta años, votaron por los candidatos de Walesa y
ganaron 159 de 160 escaños; los nicaragüenses que votaron por Violeta Chamorro
para salir de los once años de gobierno de Daniel Ortega.
De lo contrario, hay muchísimos
ejemplos. Citaré solo el trágico y actual de Siria. Desde el 2011 varios grupos
opositores entraron en guerra contra la cruel tiranía de Bashar Al Assad. Siete
años después, Siria está destruida, han muerto cientos de miles de personas,
han emigrado varios millones de ellas y Al Assad continúa en el poder.
¿Ir a votar en contra de
Nicolás Maduro, en su sexto año de presidencia, es “legitimar” a Maduro? ¿Por
qué? Legitimar a un gobernante es otorgarle credibilidad y razones morales a su
causa. Cuando se protesta pacíficamente en las calles, cuando se hace campaña
electoral contra un gobernante y se acude a votar para desplazarlo del poder,
¿cómo se puede pensar que se le está legitimando? ¿De dónde salió tan
descabellado sofisma? ¿Y se podría creer que, generando una abstención
significativa, se “deslegitima” a un gobernante?
En Egipto acaba de ganar la
elección presidencial, por segunda vez, el general Abdulfatah Al Sisi. El
padrón electoral era de 60 millones y solo votaron 23 millones de personas. Se
abstuvo el 62 por ciento.
Pero, ¿eso deslegitima a Al Sisi o más bien le
facilita su propósito continuista? Enrique Peña Nieto, Donald Trump, Néstor
Kirchner y José Manuel Santos, para citar cuatro casos entre muchos, ganaron la
presidencia, aunque ninguno de ellos obtuvo más del 25 por ciento de votos a
favor, en relación con el padrón electoral. ¿Y acaso alguien en el mundo
consideró que estaban deslegitimados?
Y cuando la oposición
venezolana, equivocadamente, se abstuvo en las elecciones parlamentarias del
2005, los diputados chavistas obtuvieron alrededor de un veinte por ciento de
votos con respecto al padrón electoral y, sin embargo, no quedaron
“deslegitimados” ante el mundo para dictar todas las leyes que les convinieron.
Nicolás Maduro obtendrá, muy
probablemente, una votación que fluctuará entre cuatro y cinco millones, de un
total de 20,5 millones inscritos en nuestro REP. Obtendrá, pues, en promedio,
probablemente, un 22 por ciento del padrón electoral. ¿Eso lo deslegitimaría?
No. En cambio, lo deslegitimaría, lo pulverizaría, lo liquidaría políticamente,
si él obtiene esos cuatro millones y otro candidato de la alternativa
democrática obtiene, por ejemplo, ocho millones de votos.
La política es como el juego
del ajedrez. No se puede pensar solo en la próxima jugada y, además, mover las
piezas cargados de rabia. Hay que calcular racionalmente las siguientes
jugadas. Creo que los que predican la abstención están obligados, si no quieren
actuar como irresponsables y simplistas, a explicarle al pueblo cuál es su
estrategia diferente a la del camino electoral.
¿Acaso la estrategia de esos predicadores del abstencionismo es no votar pero sí esperar a que Trump mande sus marines a sacar a Maduro; o es no votar y esperar que los países del
Grupo de Lima, a punta de añadir aislamientos contra Maduro y contra todos nosotros, lo expulsen del poder; o es no votar y esperar a que un grupo de generales venezolanos actúen una noche para deponer a Maduro por la fuerza; o es no votar y esperar a que el pueblo se lance desesperado a la calle y a punta a disturbios gigantescos lo obligue a irse?
Las tres primeras son vanas e
inconvenientes fantasías. Trump no va a invadir Venezuela. Ni muchísimos
venezolanos aceptaríamos tal barbaridad. Tampoco vendrán soldados peruanos,
colombianos o mexicanos a sacarnos las castañas del fuego. Y la cúpula militar
es muy poco probable que se rebele, sencillamente porque ella es el principal
soporte de este régimen del que obtiene grandes provechos (tiene en su poder,
entre otros muchos beneficios, el cuarenta por ciento de todos los ministerios).
En cuanto a los cultores de la
consigna “Calle, calle y más calle” como mecanismo para salir de Maduro, no han
aclarado interrogantes básicos al respecto. ¿Cuándo? ¿Desde dónde a dónde? ¿A
lo largo de pocas cuadras en el “encierro” de algunos municipios de algunas
ciudades? ¿Y con qué propósitos? ¿Y haciendo qué en esas pocas calles que se
recorran? ¿Y cuántas veces hacerlo? ¿Y por cuánto tiempo? ¿Y de qué manera
resistiendo a la represión militar, policial y paramilitar del régimen?
Etcétera, etcétera.
Yo sostengo que los que repiten
el “Calle, calle y más calle”, cual mantra sagrado, no han sacado las lecciones
adecuadas de las miles de experiencias que hemos tenido a lo largo de 17 años
de actividades de protesta en las calles.
Otro argumento adicional para
los que predican que no hay que votar sino tomar la calle es que esa estrategia
no depende de los llamados voluntaristas que hacen, recurrentemente, algunos
actores políticos que no aprenden de la sucesivas experiencias fallidas. Así,
el Frente Amplio Venezuela Libre, luego de llenar el Aula Magna de la UCV (se
llena con 2.200 personas), convocó a realizar asambleas de ciudadanos en todo
el país para el sábado 17 de marzo pasado. Creo que deberían reflexionar por
qué en Caracas solo se dieron cinco magras asambleas, la mayor de las cuales en
la urbanización Montalbán, con asistencia de poco más de 200 personas. Y aun
así, ¿se seguirá insistiendo en el llamado genérico a “la calle” para pedir,
como decían los carteles en Montalbán: fuera Maduro?
Invito a pensar si una lucha
política muy compleja, como la que hemos venido y seguiremos librando, puede
ser orientada por una lógica de análisis solo muy débilmente política porque la
rigen criterios juridicistas, moralistas y emocionales. Todo lo cual nos ha
encaminado, en muchas oportunidades, a callejones sin salida. El cóctel
juridicista, moralista y emocional tan solo sirve para producir estrategias
inviables signadas por el maximalismo, el inmediatismo y, al final, al
masoquismo.
Invito a quienes dicen que
tienen muchas, muchísimas razones para oponerse a votar por el candidato de la
alternativa democrática, a que ordenen sus razones, de mayor a menor, y las
piensen con calma, una a una, para evaluar con seriedad cuánto pesan de verdad.
Porque sería muy grave confundir frases hechas, o eslogans (al estilo:
dictaduras no salen con votos), o despechos con razones. Nos jugamos demasiado
como para continuar confundiendo emociones con razones.
En un próximo escrito,
analizaré otras opiniones, creencias, razones y circunstancias que están
determinando la toma de decisiones de muchos para contribuir con un necesario
debate democrático y crítico que algunos se niegan a dar, escudándose en el
insulto fácil frente a los que no comparten su posición.
Leonardo Carvajal.
Tomado del muro de Juan Francisco Misle
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