El único acuerdo que están dispuestos a aceptar es aquél donde continúen gobernando eternamente, controlando todos los poderes del Estado
En las últimas 6 décadas, la
nación venezolana no se había visto envuelta en situaciones tan complejas y
graves como las actuales. Vivimos una descomposición de todo orden, que se
manifiesta con tal claridad que no necesita explicaciones muy elaboradas para
evidenciarla. A las dimensiones económica, política y social, se une una crisis
importante de valores éticos, morales, afectivos y de convivencia, que ha
resquebrajado los lazos sociales imprescindibles para mantener la cohesión y
coherencia, que garantice nuestra continuidad como nación, como país y como
república. Hoy, las normas de convivencia desaparecen y las posibilidades de
lograr acuerdos se alejan en forma peligrosa. La anarquía crece sostenidamente.
Sufrimos las acciones de una conducción política caracterizada por su
sectarismo extremo, ignorancia supina y codicia gigantesca, que está decidida a
destruir Venezuela antes que ser desplazada del poder.
Las últimas declaraciones de
la cúpula gobernante no dejan lugar a dudas. El único acuerdo que están
dispuestos a aceptar es aquél donde continúen gobernando eternamente,
controlando todos los poderes del Estado, y donde la oposición de la Mesa,
única oposición que reconocen y aceptan, acceda a seguir siendo oposición
también eternamente, dándole continuidad y permanencia al estatus existente
actualmente. Las elecciones sólo se realizarían si el resultado de las mismas
no hace variar la situación descrita, a menos que el cambio sea favorable para
el Gobierno; éste sólo hará elecciones si está seguro de ganarlas, si las puede
perder, las mismas serán suspendidas, pospuestas o eliminadas. Éstas serían las
bases no negociables para un acuerdo nacional.
El propio Maduro señaló hace
pocos días, que al pueblo no le interesaba el revocatorio sino la guerra económica.
La macolla gubernamental se considera imbuida de una representación y autoridad
supra terrenal, que no puede ni debe medirse en elecciones, pues su destino
está por encima de la voluntad del pueblo. Es algo así como el famoso “destino
manifiesto” de los Estados Unidos de América, cuya supremacía y carácter
hegemónico continental y mundial no admite cuestionamiento ninguno, pues está
por encima de la voluntad del resto de las naciones. La democracia
participativa y protagónica venezolana, establecida en la Constitución de 1999,
ya no sólo será una entelequia, una ficción, una mentira demagógica, como ha
sido hasta ahora, sino que desaparecerá. El chavecismo abandona el modelo
democrático y lo cambia por uno dictatorial de “consenso” con la MUD, por la
hegemonía de una élite predestinada y que obligatoriamente tendrá el acuerdo de
la única oposición reconocida por esa misma élite hegemónica.
Una posición de ese tipo no
deja otro camino que la confrontación abierta. La violencia es el único
escenario que aparece como resultado de una política, que desconoce
abiertamente que la soberanía reside en el pueblo y que violenta la
Constitución en relación con el sistema de gobierno. “Dentro de la Constitución
todo, fuera de la Constitución nada” era la consigna, que el Gobierno chaveco
invocaba frente a quienes pretendían asumir conductas políticas
inconstitucionales, para el enfrentamiento y desplazamiento del poder del
régimen actual. Pero resulta luego que, cuando se recurre a mecanismos
constitucionales, como es el caso del referéndum revocatorio presidencial, el
Gobierno de Maduro denuncia un golpe de Estado, habla de desestabilización y
coloca todas las trabas posibles, para frustrar la realización oportuna de este
mecanismo de expresión popular y declarar fuera de la ley, a quienes lo hayan
asumido como vía para salir de la crisis actual.
Si a la crisis política sin
salida pacífica, que nos impone el Gobierno le sumamos el caos eléctrico
existente, también responsabilidad del mismo Gobierno, nos encontraremos en un
escenario prácticamente apocalíptico para el país. No sé si la gente común se
habrá percatado de lo que significaría un colapso del Guri y el gran apagón
nacional que generaría, con un país en manos de la burocracia gubernamental más
ineficaz, ignorante y negligente que se haya visto en estos 60 años. Nuestras
vidas se verían completamente trastocadas, y lo que hoy percibimos como
dificultades extremas aparecerían como problemas banales e insignificantes,
ante lo que viviríamos en el caso de la ausencia casi total de electricidad. El
caos generalizado que se crearía influiría también decisivamente en las áreas
económica, política y social, profundizando el deterioro y llevándolo a niveles
inimaginables.
El Gobierno utilizaría esa
situación caótica, para llevar adelante sus planes anti nacionales y avanzar en
la eliminación de los opositores molestos, presentando la situación ante la
comunidad internacional como imposible de manejar sin medidas extremas, que nos
suspendan las libertades y afecten los derechos fundamentales de los
venezolanos. El escenario de violencia le abriría el camino a la intervención
internacional, lo que nos dejaría como resultado un país muy disminuido,
víctima de nuevo de las avaricias territoriales de sus vecinos y con muchos años
por delante para poder recuperarse, si es que logra hacerlo algún día. Toda
esta macabra situación hay que evitarla, por lo que quienes todavía quieran a
Venezuela deberían acordarse, encuéntrense donde se encuentren y piensen como
piensen, para evitar a como dé lugar este apocalipsis nacional. No al colapso
del Guri, no a la guerra civil, no a la suspensión de la democracia
constitucional. Legalización inmediata de todos los partidos políticos y
realización de las elecciones fijadas con representación proporcional de todos
los participantes.
Luis Fuenmayor Toro
La Razón, May 10, 2016
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