El lunes pasado tuvo lugar en la Universidad de Los Andes un acto muy especial. Ese día se instaló la segunda cohorte del Doctorado en Estudios Políticos y la número 38 de la Maestría en Ciencias Políticas.
El acto, con la solemnidad del
caso, contó con la presencia de los principales promotores de este proyecto,
doctores Wladimir Pérez y Vladimir Aguilar, pero también de otros importantes
profesores e investigadores de esa Facultad. Asimismo se dio la bienvenida a un
grupo de profesores de diversas universidades ecuatorianas que ese día
comenzaban sus estudios doctorales en la ULA.
Mención aparte merece la
conferencia del presidente de la Academia Venezolana de Ciencias Políticas y Sociales,
Dr. Eugenio Hernández-Bretón, invitado para la ocasión, quien disertó sobre la
trayectoria de esta academia desde sus inicios, hace poco más de un siglo,
hasta los tiempos actuales. En su intervención, el Dr. Hernández-Bretón destacó
el largo y difícil camino que hemos tenido que recorrer los venezolanos para
preservar la legalidad y la institucionalidad, a pesar de los abusos del poder
y el autoritarismo de muchos de nuestros gobiernos. La trayectoria de los cien
años de esta corporación se abre como un arco que empieza en el gobierno de
Gómez y termina con este que tenemos ahora. Dos momentos especialmente
difíciles, quién lo duda, en la no por breve menos tormentosa historia política
de Venezuela.
Finalmente, con la presencia del
Vicerrector Administrativo se presentó la tercera edición del libro del Dr.
Alfredo Ramos Jiménez, Las formas modernas de la política. Estudio sobre la
democratización de América Latina. El libro, ya un clásico para la comprensión
de la evolución política de nuestros países, constituye una actualización de un
texto fundamental para comprender el pensamiento de uno de nuestros más
prolíficos y agudos politólogos.
En todos los discursos que esa mañana
escuché, me llamó la atención la presencia de una misma idea que una y otra vez
se repetía en boca de todos los que hablaron. En proyectos tan diferentes como
sacar adelante un doctorado, organizar una reunión científica o editar un libro
se pone de manifiesto el carácter francamente rebelde y subversivo que en
Venezuela supone el hecho de producir y difundir conocimientos. En un país
donde el estudio -y aún más el trabajo productivo- parecen una rareza y una
exotiquez, ante un gobierno que parece decidido a la destrucción sistemática de
sus centros de estudio mediante el asedio y la asfixia económica, la creación y
propagación del saber lucen como un inmenso desafío e incluso una peligrosa
provocación. Todos los que esa mañana intervinieron coincidieron, sin haberse
puesto de acuerdo, en las inmensas dificultades que tuvieron que sortear; pero
todos mostraron también su legítimo orgullo por haber logrado su alta meta, por
haber cumplido finalmente con el país y consigo mismos. En el caso del
Doctorado en Estudios Políticos, su prestigio se ve confirmado al recibir
estudiantes de otros países, mientras la universidad sufre el asedio de nuestro
propio gobierno.
En un artículo aparecido hace años,
"El cuartel y la universidad", escribí que no existen dos lugares que
encarnen formas de pensar, concepciones de la vida más opuestas. En el cuartel
las órdenes se cumplen sin chistar, automáticamente. En la universidad las
ideas se debaten. El cuartel implica una visión vertical de la conducta: las
órdenes descienden del centro de poder, de donde emanan, y se cumplen
obedientemente en los niveles inferiores. La universidad supone una concepción
horizontal: las ideas surgen en cualquier punto de la comunidad universitaria,
se divulgan, se comparten y, sobre todo, se discuten. Cualquier miembro de la
comunidad tiene el mismo derecho a poner en duda y a someter a juicio cualquier
idea.
Por eso la universidad, tal y como la entendemos hoy, es esencialmente
democrática, porque en principio respeta la dignidad humana, el pensamiento de
cada uno por igual. Difícil equilibrio pero posible: respeto al individuo pero
también a la comunidad.
También por eso para cualquier
régimen autoritario la universidad es muy peligrosa, subversiva incluso, porque
quien tiene una concepción vertical de la vida y el poder no tolera que sus
órdenes sean puestas en duda, y menos discutidas. Quien manda así teme el
debate. Por eso también es que la universidad siempre será opositora, de
cualquier régimen, llámese de izquierdas o de derechas, porque su papel
fundamental es el de cuestionar, indagar, debatir, mucho más cuando alguien
trata de imponer un pensamiento único, sin otro sometimiento que el del respeto
por el individuo en su libertad de pensar y decir. Es su naturaleza, su función
social, su destino esencial. Conviene entenderlo: la universidad siempre será
rebelde. La Universidad rebelde
MARIANO NAVA CONTRERAS | EL UNIVERSAL
viernes 4 de marzo de 2016 12:00 AM
viernes 4 de marzo de 2016 12:00 AM
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