Tres testigos de la desaparición de 16 mineros en Venezuela
relatan los acontecimientos
—Vengo dispuesto a limpiar a
Tumeremo.
El testigo —el primer testigo en este
relato— que escuchó estas palabras entendió que a partir de ese momento era uno
de los actores de reparto de la guerra por el control de los yacimientos de oro
en Tumeremo, en el suroriente de Venezuela. Dos
hombres lo habían bajado de la moto apuntándolo y maldiciéndolo. Ahora estaba
junto a un grupo de personas, todas desconocidas para él, a la vera del camino
hacia la mina Atenas, un poco más adelante del fundo
Peregrino.
—Vengo dispuesto a limpiar a Tumeremo
y tengo una lista larga, insistió el hombre.
Nadie
sabe su nombre de pila, pero todos le llaman Topo, Patrón o Don
Era el líder del grupo. Aunque había
escuchado hablar muchas veces de él nunca lo había visto en persona. Nadie sabe
su nombre de pila, pero todos le llaman Topo, Patrón o Don. Por su tono de voz
y la forma de pronunciar todas las palabras, sin ignorar las consonantes
finales, advirtió que era colombiano. Un hombre alto, moreno y de 1,80 metros.
Algo más alto que él. Vestía de negro.
Lo acompañaba alias Miguelito, su
mano derecha, y otras personas que debían detener a todos aquellos que se
dirigieran al yacimiento de oro de la mina Atenas, descubierto a finales de
2015. Al primer testigo le preguntaron si era malandro (delincuente) o minero.
Él respondió que era minero. Los hombres dudaron, pero finalmente decidieron
ponerlo en el grupo de los que no eran sus enemigos jurados. Estaban al lado de
un camino polvoriento y accidentado, un brazo de tierra de tonos anaranjados en
medio de una enorme sabana donde predominan árboles chaparros.
El Topo y sus hombres buscaban a
miembros de las bandas criminales que operan en el barrio La Caratica y que
disputan el control de la bulla [mina]. Tal vez a los miembros del grupo de
alias Potro, que no está dispuesto a perder sus riquezas. Pero el primer
testigo no está seguro. “Aquí no solo mataron a malandros, sino a gente
inocente”. Se refiere a la desaparición de al menos 16 mineros en la zona,
según ha admitido ya el Gobierno venezolano, que investiga los sucesos.
Los lugartenientes del Topo
escucharon los motores rugientes de dos motocicletas. Todo es tan silencioso
por allí que se siente incluso cuando cambian de velocidad. Los hombres se
escondieron detrás de los chaparrales y, tal como lo hicieron con el primer
testigo, interceptaron a los vehículos y obligaron a los pasajeros a bajarse.
Eran dos jóvenes y dos mujeres, también jóvenes. Pero no formularon la misma
pregunta que al primer testigo. A un muchacho le dispararon. Después tocó el
turno de las mujeres. Al hombre restante lo amarraron y luego lo degollaron
delante de todo el grupo.
El primer testigo estuvo secuestrado
hasta que cayó la noche. A un segundo testigo que conversó con este diario, y
que estaba dentro de ese grupo de secuestrados, le dijeron al liberarlo: “Les
vas a contar a tu familia que estás llegando tarde a tu casa porque tomaron el
camino equivocado y se perdieron en el monte”. Al salir de allí el segundo
testigo caminó sin mirar atrás, pero sin dejar de pensar que ese viernes 4 de
marzo había sido el día más tétrico de su vida.
El Topo y sus hombres continuaron el
camino hacia la mina Atenas. Los sobresaltos del camino no permiten estimar
cuánto tiempo pudieron haber tardado en llegar hasta la última parada. Pero el
tercer testigo asegura que a eso de las tres de la tarde se apartó del
campamento donde descansaba —muchas lonas mal amarradas a dos árboles chaparros
y una manta estirada sobre una cama de hojas secas— para buscar agua. Al
regresar vio a todos los demás mineros acostados boca abajo y con las manos
entrelazadas sobre la nuca. Dijo entonces El Topo:
—Ustedes saben que yo no me muevo por
mariqueras [tonterías].
Había pasado una hora desde que
estaban retenidos hasta que escucharon una ráfaga de ruidos cortos y secos.
Estaban disparando. Los hombres del Topo abandonaron a sus víctimas y se
internaron en el yacimiento. El tercer testigo y otros tres hombres se
adentraron en los matorrales espinosos y caminaron durante toda la noche hacia
cualquier parte. Hacia la vida, le gusta pensar a él. En algún momento pensó
que terminaría baleado dentro del camión de la caravana del Topo. El tercer
testigo calcula que allí dentro había cuatro asesinados.
Dos días después el tercer testigo
volvió a Tumeremo e informó de todo lo que había ocurrido. No se guardó nada.
El segundo testigo, en cambio, calló durante varios días. Cuando su esposa le
preguntó por qué había vuelto tan tarde de la bulla, el hombre respondió,
mientras salía del baño:
—Tomé la ruta equivocada y me perdí.
No pasó nada.
Trabajadores en la minería artesanal en Tumeremo, esta
semana. FABIOLA FERRERO
Terrible y la barbarie en su máxima expresión..
ResponderEliminarBarbarie¡¡¡¡
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