Para el autoritarismo contemporáneo la
democracia y sus métodos son solo medios para llegar o mantenerse en el poder.
Como sus pares de principios del siglo pasado, mientras no controlan el Estado
se llenan la boca con mensajes democráticos y de subordinación al pueblo.
Cuestión que simplemente dejan a un lado cuando el pueblo les quita el apoyo, y
no les queda más remedio que aferrarse a las armas y a las prerrogativas que da
el poder para tratar de mantenerlo. Para los comunistas, así como para los
fascistas y todo el resto de los malditos autoritarismos que han aquejado a la
humanidad, la democracia es un medio, nunca un fin.
Eso es precisamente lo que está
ocurriendo en la Venezuela de hoy. Las fauces autoritarias no se le veían al
chavismo civil y militar porque propiamente no les había hecho falta
mostrarlas. Mitad por el extraordinario ingreso petrolero que dilapidaron,
mitad por el carisma del líder autocrático, se dieron el lujo de llamar a
elecciones y participar en ellas porque contaban con el favor del pueblo. Por
más que las evidencias dejaran en claro las tendencias antidemocráticas de sus
actuaciones, tras cada nueva elección en la que salían triunfantes, se les
lavaba la cara y daba nuevos bríos para seguir adelante con el ejercicio no
democrático del poder.
Mucho antes de que muriera el líder,
incluso antes de que padeciéramos la pavorosa crisis de los últimos tres años,
ya el pueblo venezolano, respondón y retrechero, le propinaba algunos reveses
electorales a esa superpoderosa maquinaria de reelección que el gobierno había
montado y que en definitiva era el centro de todas sus preocupaciones.
Pues bien, y como lo vimos, tras cada
derrota, el régimen se las buscaba para tratar de impedir que la decisión del pueblo
cristalizara en hechos políticos. Cada gobernador o alcalde de oposición pasaba
a tener su corporación de desarrollo, cada escaño en el Parlamento les daba
argumento para un vergonzoso reglamento de debates que pretendía acallarlos y,
por si lo anterior fuera poco, tenía a su disposición a los complacientes
poderes del Estado, para hostigar, amedrentar y, cuando no, simplemente poner
tras las rejas a los electos por el pueblo.
Lo que estamos viendo con la actuación
del Tribunal Supremo es más de lo mismo. Se trata de un instrumento para que la
voluntad popular que ahora los adversa no se manifieste y no pueda sacarlos del
poder por ineficientes, corruptos y autoritarios. Lo que estamos viendo es
como, en la medida en que el cerco de la impopularidad los va tomando de los
talones para echarlos del poder, en esa misma medida, tienen que dejar de lado
los modismos, disimulos y excusas, para comportarse como lo que son, una
propuesta política autoritaria que está dispuesta a usar cualquier medio o
poder a su alcance para mantenerse en el poder.
Pero lo importante no es lo que estamos
viendo, lo realmente preocupante es lo que estamos por ver. Ante cada avance
del pueblo, cansado de estos señores que nos gobiernan, el uso de la represión
y la violencia contra el país será mayor. No falta mucho para que esto ocurra.
La agudización de las contradicciones precipitará los acontecimientos. Este
mismo año veremos si es cierto que nuestra peor pesadilla se hace realidad, la
de un país cruzado por la violencia por culpa de un Estado volcado contra el
pueblo.
En los próximos meses vamos a la
activación de mecanismos de consulta popular para cambiar el Poder Ejecutivo.
El círculo se seguirá acortando hasta llegar a la hora de los sables, al
momento en el cual la revolución autoritaria le pida a la fuerza armada que
actué contra la voluntad del pueblo. Ese día, cuando caigan todas las caretas,
estamos seguros, también caerá la revolución.
3 DE MARZO 2016 - 12:01 AM EL NACIONAL
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