domingo, 27 de septiembre de 2015

Bergoglio, en el espejo de Wojtyla - Héctor Schamis. El Papa Francisco en América - Manuel Malaver

Según muchos, Reagan derrotó al comunismo y terminó con la Guerra Fría, afirmación siempre acompañada por aquella imagen de 1987 en la puerta de Brandeburgo, cuando urgió a Gorbachov a derribar el muro. “Mr. Gorbachev, tear down this wall”, le exigió imperativamente.
La escena es un ícono de aquellos tiempos, pero la inferencia causal es exagerada. Casi una década antes—y antes que Reagan fuera presidente—el cardenal polaco Karol Wojtyla, convertido en Juan Pablo II en 1978, ya había comenzado esa tarea. El nuevo Pontífice viajó a Polonia en junio de 1979, justamente, produciendo el igualmente icónico gesto de besar su tierra natal. No fue meramente fotográfico. Le siguió la fundación de Solidaridad y la huelga en los astilleros de Gdansk que acorraló al régimen, obligándolo a negociar y conceder derechos. Fue el comienzo de la gran transformación de los noventa: el fin del comunismo en Europa.
El papado de Wojtyla es espejo para el papado de Bergoglio. La pregunta obligada es si, en este tardío final de la Guerra Fría caribeña, Francisco tendrá un impacto comparable en su región de referencia, así como Juan Pablo II lo tuvo en la reconfiguración europea. Obama y Raúl Castro respondieron afirmativamente el pasado 17 de diciembre, al agradecer al unísono los buenos oficios del Papa en el descongelamiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. No obstante, las similitudes tal vez sean solo en una primera lectura. Para Wojtyla la misión evangelizadora fue gemela de la tarea política. Su visión era que el rescate del Cristianismo en aquella media Europa, es decir, liberarlo de la opresión del materialismo ateo, requería expandir la democracia y el capitalismo hacia el Este. No habría reconciliación mientras la sociedad siguiera bajo el Estado-partido.
La lectura que hace Francisco del socialismo de Estado en este hemisferio —de sus escombros éticos, políticos y económicos, esto es—parece ser diferente. En su paso por Cuba, y en marcado contraste con Juan Pablo II, evitó por todos los medios vincular la tarea pastoral con la política. Para alguien que ha mezclado religión y política toda su vida, fue llamativo. No solo no recibió a ningún disidente. También evitó hacer mención, ni siquiera de manera general, abstracta u oblicua, a lo que él sabe bien y repite en toda otra ocasión: que no hay reparación espiritual posible en una sociedad cuyo ordenamiento legal está deliberadamente diseñado para excluir y oprimir a los débiles, en este caso los que piensan diferente. De hecho, eso mismo dijo en las Naciones Unidas pocos días más tarde, con todas las letras.
El Papa sabe bien que el capitalismo autoritario es muy parecido en todas partes, se llame Videla o Castro el déspota que manda.
La revolución ambulante de Francisco, entonces, esa marea que arrasa en Río, Manila, Estambul o Nueva York, se tomó vacaciones en su escala cubana. Si no quería confrontar con la dinastía en el poder, lo cual sería comprensible, agradecerles por la liberación de 3.522 presos en ocasión de su visita habría sido suficiente, aunque persistan dudas acerca de cuántos de ellos son presos de conciencia. Todo en pos de la tan declamada reconciliación, pero tampoco lo hizo. Y si es que se conforma con ayudar a introducir el mercado, dejando al Partido Comunista a cargo del Estado como hasta ahora, Francisco sabe bien que el capitalismo autoritario es muy parecido en todas partes, se llame Videla o Castro el déspota que manda.
Para alguien que ha manufacturado su persona pública alrededor de los excluidos y las desigualdades, haber ignorado a aquellos que sufren en Cuba los priva además de lo más importante: el reconocimiento de su lucha por derechos. Y si esa dimensión moral es soslayada por el propio Papa, el sentimiento de orfandad se hace intolerable. Así los Castro se la llevan de arriba una vez más y, para mayor perplejidad, frente al mismísimo Papa.
Nótese el contraste con su agenda en Estados Unidos, desafiante y eminentemente política, sino electoral, con un temario por demás espinoso pero salomónicamente equilibrado entre Demócratas y Republicanos. Ni que hablar del gesto político de llegar a la Casa Blanca en un cinquecento: un Papa latinoamericano, de escasos recursos. Para alegría del progresismo, defendió la inmigración y criticó la pena de muerte. Para regocijo de los conservadores, descalificó el matrimonio entre personas del mismo sexo y el aborto. Mencionó la palabra “libertad” en reiteradas oportunidades, término que no pronunció frente a Raúl Castro, ni tampoco la palabra “democracia”.
Dijo también en Washington que la Iglesia, el pueblo santo de Dios, transita sin miedo “los caminos polvorientos de la historia”—una bella construcción literaria—marcados tantas veces por conflictos, injusticias y violencia, y que ella no le teme al error ni al encierro. A decir verdad, en Cuba el Papa se quedó encerrado, fue timorato frente a los Castro, y evitó ensuciarse con el polvo de la injusticia y la violencia de un régimen despótico y además dinástico.
“Hagan lío”, Bergoglio acostumbra decir a los jóvenes. Esta vez olvidó seguir su propio consejo. Al menos por ahora, en el espejo de Wojtyla su figura no se ve con total nitidez.
Héctor E. Schamis es profesor en la Universidad de Georgetown
Twitter @hectorschamis
La revolución ambulante de Francisco se tomó vacaciones en su escala cubana






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Manuel Malaver: El Papa Francisco en América, nuestra América

septiembre 27, 2015 1:07 am .

No presumo de teólogo y mucho menos de ser un católico practicante con el derecho a criticar los giros que el Papa -como suprema autoridad de la Iglesia-, le imprime en determinados momentos a su pontificado, pero lo que si me conmueve, asombra y abruma es el poder espiritual de este hombre de Dios que, obliga a los dictadores cubanos, Raúl y Fidel Castro a permitirle celebrar dos misas con millones de fieles en La Habana y Santiago de Cuba, y después, es recibido por el gobierno y el pueblo de los Estados Unidos en un explosivo homenaje que subraya su mutua comunión y consubstanciación con la fe.
Estas líneas intentarán, entonces, ser una disgregación sobre el poder, sobre el misterioso poder de lo espiritual y lo religioso, que, sin estar secundado por la fuerza de lo tangible, prescriptible y visible somete a la materia, -a la oscura materia- a cursos no determinados por las leyes de la física y de la astrofísica.
Hace meses, leyendo “El fin del poder”, del politólogo y economista, Moisés Naim, me tropecé con la idea de que, seguramente, los últimos grandes poderes persistían en manos de los presidentes de Estados Unidos y China, los CEO de J.P. Morgan, Shell Oil y Microsoft, la directora del NYT, el presidente del FMI y el Papa, el único, entre todos, que no ostenta poder político, económico, mediático, ni tecnológico, y de nuevo volví a hacerme una pregunta que me persigue desde la infancia: ¿Y si el poder real reside en lo irreal, en lo no real?
Pero volviendo al Papa: llegó a Cuba desde un minúsculo estado de Europa, el Vaticano, y antes había gastado los primeros 76 años de su vida en un turbulento país de Suramérica, Argentina, muy católico, -como todos los países de la América del Papa, pero lo menos identificado posible con la catolicidad ritual, de rezo y comunión-, y ungido por unos señores desconocidos, los cardenales, quienes lo dotaron de esa fuerza conque ahora arroba a dictadores, demócratas, capitalistas y socialistas.
Lo vi la tarde del sábado 19 de septiembre, a las 3 y 50, irrumpir en la isla de Cuba, desgarrando la cortina, el velo, el muro con que los dictadores Castro quieren ocultarla al mundo, al universo, pero ahí estaba el Papa, con otros pocos sacerdotes, sin ejércitos, divisiones, tanques, ni drones, algo así como derribando aquel dragón de San Jorge que, debería no ser legendario, porque la imagen es demasiado bella.
Fue un recibimiento frío, formal, burocrático, con el menor de los Castro, Raúl, haciendo de oficiante en una ceremonia que, ni siquiera en sus más laberínticos extravíos, imaginó una vez presidir.
Francisco sonreía, como seguramente sonreía aquel otro Francisco que hace siglos derribó a otro dragón (perdón, al lobo de Gubia), como nos lo recordó recientemente la fraterna, Yoani Sánchez, en un artículo inmenso (“No te acerques mucho, hermano Francisco”), quizá replicando acontecimientos que, Borges pretendía se repetían una y otra vez en el tiempo, pero cambiando los lugares y los personajes y cuyos primeros avances son el de David venciendo a Goliat y Jesús a los emperadores romanos.
Se ha discutido mucho -y con ardor-, sobre las omisiones del Papa en su reciente visita a Cuba, precisamente, por no haber recibido a las “Damas de Blanco” y, en general, a una oposición democrática que, sin exagerar, reivindica el heroísmo de los primeros cristianos y de todos los que en el curso de los tiempos no dudaron que el poder de lo intangible, de lo eterno, de lo transcendente “vence” al de los hombres que se dejan “vencer” por la fatuidad y terminan ahí, arrollados, por vientos que no sintieron, ni presintieron.
Quiere decir que, sin cejar en mi protesta –muy humana ella- quiero situar la coincidencia de la visita de Francisco a Cuba y a los Estados Unidos, en esos designios misteriosos del poder del espíritu que, sin arriesgar el don maravilloso de decir, dice lo que, de otra manera, no podría decir.
A este respecto, es posible que ni el propio Francisco estuviera consciente del mensaje que portaba su viaje a Cuba y a Estados Unidos, ni de un conjunto de sucesos que le gritan al mundo, a los hombres, cuáles son los caminos y por qué si desviarse significan sacrificios y dolores inmensos, no deben sucederse para que la humanidad no piense en ellos.
Estaban ahí, en efecto -y como quizá no pudo ocurrir en otro momento de la historia-, los dos mundos, las dos ideas, las dos filosofías que se pelearon el dominio del planeta durante el siglo que recién concluye, que dejó cientos de millones de muertos y que fue decidido a favor de la libertad y la democracia, pero en torno a lo cual no se han hecho las reflexiones como para que “no más Unión Soviética, no más China, no más Europa del Este, no más Cuba comunistas” aparezcan.
Imágenes durante 10 días en medios impresos, radioeléctricos, Internet y las redes sociales, millones, billones de imágenes de aquellos dos ancianos cubanos que despiertan la atención, mas como una excentricidad que como una ritualidad, con medio siglo de poder a cuestas, y sin deseos de cederlo, y expuestos a que un día un huracán les aclare que su “tiempo” ya pasó.
Víctimas del espejismo de creerse dioses, únicos, omnipotentes, los exclusivos para vencer a enemigos que desaparecieron solos, porque, es intrínseco a los asuntos humanos, pasar y sin mirar a tras.
Creyentes en lo menos que podía creerse, en unas leyes de la historia que, por tales, duraron lo que duró en secarse la tinta de los libracos en que fueron impresos, vendidos y distribuidos.
Pero más allá, al otro lado, a solo 90 millas, el mundo de lo humano, de lo diverso, de los que se equivocan, de los que viven para corregirse y avanzar y pensar, sentir y practicar que, no hay dioses terrenales, que si existen debería ser en una dimensión intocada desde donde nos ayuden con su no presencia.
Una lección…¿cómo no?…para este Papa Francisco, recibido por un presidente de raza negra, en un país donde pertenece a una minoría racial, en el cual, los pertenecientes a una mayoría y otras minorías, lo eligieron para que gobierne durante ocho años, y ya, dentro de año y medio… ¡fuera!, …se va, a seguir siendo un ciudadano común y corriente, quien sabe si político, científico o sacerdote, pero convencido de que los cambios, las transformaciones en el mundo pertenecen a muchos y no a uno, ni a unos pocos.
Qué cosas ¿no Papa Francisco?, una sociedad alegre, libre, contenta, espontanea, ah, y profundamente religiosa, donde conviven hombres de todos los credos y confesiones, en respeto mutuo y que, a pesar de su religiosidad, convinieron en que Dios nos hizo diversos y diferentes para convivir.
Lo que no hay es muchos socialistas, ni populistas, ni fundamentalistas, sino ciudadanos que respetan profundamente la propiedad privada, creen que debe defenderse a los individuos frente al estado y desconfían de todo el que, por una idea, filosofía o religión, se siente predestinado a destruirle la vida, la hacienda y los derechos a los demás.
Ah, -se me olvidaba Papa Francisco- y es la sociedad vanguardia en la creación y desarrollo de la ciencia y la tecnología contemporáneas, por las que, dejamos el siglo XX y nos adentramos en el XXI, que nos permiten comunicarnos en segundos a los 7 mil millones de habitantes del planeta, y conocernos, y amarnos y visitarnos, y nos preparan para no ser solo habitantes de la tierra, sino del cosmos.
¿Qué persisten muchos errores, déficits e injusticias en los Estados Unidos? Claro que si, y seguirán persistiendo, pero es la sociedad donde los Castro, Maduro, Correa, Morales y los Kirchner no persiguen a los denunciadores, sino que más bien los alientan para que formulen sus reclamos.
Es la América con la cual, la otra América, la de nosotros, podría unirse y hacer realidad el sueño común de los padres fundadores y libertadores, de Washington, Bolívar y San Martín de una América destinada a ser la tierra de promisión de la libertad, la democracia y el bienestar de todos.
Se que en su discurso del jueves al Congreso de los Estados Unidos abogó porque el país siguiera siendo la tierra de los inmigrantes (“yo mismo soy un hijo de inmigrantes” dijo), pero apostemos también a la inmigración en los dos sentidos, el sentido de los norteamericanos que quieran ser del Sur y el de los sureños que quieran ser del Norte.
Pensemos en una transferencia de valores, no solo económicos, científicos y tecnológicos, sino morales, filosóficos y políticos que contribuyan a barrer los despotismos, las tiranías y las dictaduras, valores por los que los americanos de todos los tiempos han dado vida y sangre.
Por último, no se olvide de nuestros dos países, Papa Francisco, de Venezuela y Argentina, convertidos en incubadoras del virus totalitario, a punto de expandirse y propagarse y en perspectiva de hacer con nuestras iglesias, lo que los rusos, chinos, europeos del este y cubanos hicieron con las suyas.
No se olvide de la Iglesia Católica venezolana, Papa Francisco. tan heroica en la defensa de los valores que Cristo fundó eternamente.
Hasta luego, Papa Francisco, y que Dios nos bendiga a TODOS

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