De allí el profundo error en que incurren quienes cantan alabanzas por
“el fracaso” de Fidel Castro. ¿Fracaso? Es el gobernante más longevo del
planeta. Y morirá sentado en su trono honorario. Fracaso, el nuestro, incapaces
de desalojar al sátrapa a su servicio. Es bueno tenerlo presente.
Tras 56 años de indómita tozudez, derrengado y arrastrando su senectud
en medio de los vahos y sahumerios del gran gurú, Fidel Castro puede darse por
más que satisfecho. Todos los presidentes que gobiernan en América Latina
tienen su impronta, crecieron a su vera y le prodigan una veneración digna de
un semidios. Los más distantes, como Piñera o Santos, también han ejercitado la
genuflexión ante la tiranía. El último papa de la cristiandad va a prodigarle
su cuota de veneración –de papa a papa– y la simpatía que le profesa alcanza
tales cotas que el hijo del Prometeo caribeño cuenta que parecían dos viejos
amigos. No se hable de Barack Obama, que arrió la bandera tras medio siglo de
esfuerzos por sacarlo del poder.
Si mañana se lo llevara un soponcio digno de tiranos que desafiaron la
eternidad podría exhalar su último suspiro con la inmensa satisfacción de los
anhelos cumplidos. Sobrevivió a Mao, a Ho, a Sadam, a Gadaffi, al Che, a
Cienfuegos, a Salvador Allende, a Hugo Chávez y a todos los jerarcas rusos
posteriores a Stalin, por un lado; y a Eisenhower, a Kennedy, a Johnson, a
Nixon, a Reagan, por el otro, así como a generaciones enteras de jóvenes
latinoamericanos que ofrendaron sus vidas tras el sueño que alimentara desde La
Habana. Gobernó más que todos los papas del siglo XX y sobrevivió a Juan Pablo
II, a Juan Pablo I, a Pablo VI y a Juan XXIII. ¿Qué más pedir? ¿Vivir
hasta cumplir el centenario?
¿Fracaso? Superó en vida a todos los tiranos del comunismo
internacional, ninguno de los cuales dominó el poder por más de medio siglo. Y
solo en América Latina sobrevivió a todos los presidentes de las distintas
repúblicas que ya fallecieron y fueran sus denodados enemigos mientras
vivieron, de Rómulo Betancourt a Eduardo Frei Montalva y de los generales Jorge
Rafael Videla a Augusto Pinochet. Hoy, en el colmo de la chochera pero inflado
de halagos, asiste al despliegue del castrismo bajo sus distintas vertientes:
desde sátrapas a su estricto servicio, como Maduro en Venezuela a peronistas
conversos, como el matrimonio Kirchner o socialistas melancólicas como Michelle
Bachelet. Quien se esfuerza por regresar a los setenta. Tiempos que lo vieran
azuzando a la guerra civil en el esperanzado Chile de la Unidad popular.
El proyecto más relevante y prioritario de los tiranos es tiranizar.
Fracasan, cuando sus pueblos se les enfrentan, los empalan o los despellejan.
Como sucediera con Gadaffi y Benito Mussolini. No cuando sus ensoñaciones
programáticas se asfixian en sus propias estupideces. El socialismo castrista
tuvo el mismo fin que todos los socialismos totalitarios: hundirse en el
pantanal de su congénita impractibilidad. Pero ello no constituye un fracaso de
los tiranos, sino de sus delirios.
De allí el
profundo error en que incurren quienes cantan alabanzas por “el fracaso” de
Fidel Castro. ¿Fracaso? Es el gobernante más longevo del planeta. Fracaso, el
nuestro, incapaces de desalojar al sátrapa a su servicio. Es bueno tenerlo
presente.
27 DE SEPTIEMBRE 2015 - 00:01 EL NACIONAL
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