Evo Morales llega a la presidencia de Bolivia por cuarta
vez entre protestas y con un país profundamente dividido. Un sabor amargo queda
en la boca de cuantos creen firmemente que hubo un fraude en el conteo de los
votos. Las dudas a nivel nacional e internacional se dispararon cuando tras
contar más del 80 por ciento de los votos electrónicos según los cuales
Morales, aun estando en ventaja frente a su opositor Carlos Mesa, no lograba
evitar una segunda vuelta, hubo un apagón de 24 horas. Cuando finalmente el
Tribunal Supremo Electoral rompió el silencio para dar los resultados declaró
ganador en primera vuelta a Evo Morales.
De poco servirán las protestas. Evo Morales está
dispuesto a defender con uñas y dientes su sillón presidencial. Vocación que
quedó demostrada en 2016 cuando, en contra de la decisión del pueblo que había
manifestado en un referéndum su rechazo a una posible cuarta reelección,
Morales pidió al Tribunal Constitucional que revocara tal decisión. Y así lo
hicieron los jueces de ese tribunal muy cercanos al gobierno con un dictamen
según el cual limitar la reelección hubiera significado una “violación a sus
derechos humanos”.
Fue en 2006 cuando Evo Morales, ex recogedor de hojas de
coca perteneciente a los Aymara, la comunidad indígena más grande del país,
llegó a la Presidencia. Muchas las esperanzas que despertó su elección entre
los pueblos originarios de Bolivia quienes vieron en él a la persona que
finalmente los revindicaría después de tantos sufrimientos e injusticias
padecidos en el pasado. Sin embargo Morales, si por un lado logró un fuerte
crecimiento económico del país y una consecuente disminución de la pobreza, muchas
veces apoyó medidas vueltas a favorecer las multinacionales y a los
latifundistas más que a las comunidades indígenas.
La primera gran protesta de estas poblaciones contra su
gobierno estalló en 2011 tras la decisión de construir una carretera de 300
kilómetros a través del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure.
Las consecuencias para el medio ambiente iban a ser devastadoras. Tras un mes
de intensas protestas y enfrentamientos violentos con la policía, Morales
decidió postergar el proyecto que, volvió a tomar en 2017.
Muchas las decisiones que en los años han alejado a
Morales de su base indígena poniendo en peligro su hábitat y supervivencia. La
indignación de los pueblos originarios se ha manifestado en diferentes
ocasiones y varios líderes han expresado su amargura y desilusión diciendo que
Morales se había distanciado de los ideales y de la manera de pensar de los
indígenas. Una de las críticas se refiere justamente a la reelección ya que
según la cultura de los pueblos originarios y en particular de los Aymara es
necesaria la rotación de los cargos.
Las protestas volvieron a incendiar las calles del país
cuando las llamas arrasaron con miles de hectáreas de tierra boscosa. Se trata
de una superficie de más de 51mil kilómetros cuadrados que ha dejado sin tierra
a miles de indígenas quienes organizaron una caminata de dos semanas llamada
“Gran décima marcha de las Naciones Indígenas contra las leyes y decretos que
destruyen nuestra casa grande”. Se refieren en particular a una ley, aprobada
recientemente, que autoriza un aumento de cinco a veinte hectáreas, para la
tala de árboles y uso de fuego finalizados a la expansión de la agricultura.
Los manifestantes se han declarado asimismo en contra de la decisión del
mandatario de no declarar “desastre nacional” impidiendo de esa manera la
llegada de ayuda internacional.
A pesar de todo Morales, sordo y ciego a las protestas de
su misma base, se ha proclamado Presidente por un cuarto mandato, mostrando
claramente su egocentrismo y afán de poder. Al igual que Chávez en Venezuela
(quien sigue mandando hasta después de muerto) y Ortega en Nicaragua, Morales
ha llegado a la presidencia utilizando los instrumentos democráticos y la
retórica populista. Gobiernos debilitados por la corrupción y partidos siempre
más alejados de la gente les han facilitado la ascensión al poder.
Característica común es un discurso agresivo, grosero, vuelto a señalar a
culpables reales o imaginarios y a mostrar fallas y problemas sin nunca
proponer soluciones. Se erigen como dioses dispuestos a dar la vida por la
patria y piden plena confianza para llevar “leche y miel” en todas las casas.
Las poblaciones, hechizadas por tantas promesas, les
siguen con pasión y alboroto. Las voces disidentes no logran sobrepasar el
griterío de la fanaticada. Cualquier razonamiento es rechazado y lo que manda
es el estómago.
Al poco tiempo empiezan a verse las costuras; sin embargo
son pocos los que las denuncian. Abandonar los sueños es un proceso largo y
difícil. Cuando ya las costuras se vuelven desgarres imposibles de ocultar y
los sueños se quiebran, ya es demasiado tarde.
Los emperadores del siglo XXI y sus cohortes ya están
atornillados en el poder.
@mbafile
Viceversa
Digalo Ahi Digital
01 de Noviembre del 2019
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