Hace décadas viajaba de Maracaibo a Caracas vía San Antonio, el DC-9 tuvo
un accidente en la escala y los pasajeros decidieron no proseguir el viaje.
Vine solo, entonces, con la tripulación y amablemente me pasaron a la cabina.
Volando sobre Barquisimeto, el piloto me cuenta que está deprimido por una
separación sentimental y me toma de confidente. En algún momento me dice “no sé
cómo trabajo en esto, porque tengo miedo a volar. Además estoy seguro de que
este avión se va a caer… recuerda -me dijo- lo reconoces porque tiene los
emblemas de las dos líneas, Avensa y Aeropostal ¡No te montes. Se estrellará
cualquier momento!”.
Me recorrió un velado ataque de pánico al verme en manos de un piloto
despechado que temía volar y anunciaba la ineluctable catástrofe de la nave que
conducía. La misma turbación me aparece cuando descubro los esquemas mentales
de varios dirigentes, expresados por ellos o por sus escuderos y comentaristas
en los chats. Circulan profusamente y hay abundante evidencia de
que demasiados carecen de la menor idea de cómo se resuelve un diferendo
(sueñan rendiciones). La sociedad destruyó sus partidos en busca de un príncipe
azul, no tuvo tiempo de formar adecuadamente relevos y hasta ahora ha besado
quintales de sapos.
Es la machtpolitik, la prepolítica, la antipolítica.
Hegel la llama política del corazón, frenesí de la arrogancia, de respuestas
simples y agresivas como el puñetazo contra la palma de la mano que usamos
hasta hace poco. El crimen a nombre de la moral, declamado por el bien. Dice
Hegel, “simula ser una muestra de excelencia, como si procurara el bienestar de
la Humanidad… cuando se atraviesa esta etapa de destrucción, la ley del corazón
es la perversión de sí misma, es la conciencia enloquecida”. Arteras
embestidas, canalladas contra personas rectas como Mibelis Acevedo, María
Eugenia Mosquera, Eduardo Fernández, entre tantas.
El aporreador digital
Revolucionarios de izquierda y de derecha llevan
veinticinco años de destrucción y rechazan acuerdos. El pensamiento crítico,
democrático y la política racional están condenados y perseguidos por
disposición de prepolíticos. Durante algún tiempo pensamos que la
“conciencia enloquecida” contra la convivencia se debía a aludes pasionales,
pero la explicación es básicamente otra: el gamberro digital, ni sus patronos,
tienen más nada que decir ni otra manera de enfrentar un argumento. Sus cabezas
eriales como las de Marat y Desmoulins suelen terminar olisqueadas por los
perros, reales o figurados.
La machtpolitik practica la infamia contra el
interlocutor, como en el pasquín jacobino El amigo del pueblo, y
mientras llega el momento de la agresión física, siembra calumnias sobre aquél,
que “le pagan” por lo que dice. Hegel ironizó esa peste ética aunque le
preocupaban las tragedias que produce. La primera revolución moderna, la francesa
que comenzó imbuida del humanismo y la Ilustración, terminó chapoteando en el
lodo sangriento de Robespierre, como toda revolución de izquierda o de derecha.
El Incorruptible intentó convertir Notre Dame en templo de
la Diosa Razón, deidad que no era más que el otro nombre de la guillotina. Si
alguien daba un paso hacia el centro y la convivencia, fuera de la estupidez
criminal, le caía el hacha. A Condorcet símbolo de la sabiduría y la
tolerancia, lo obligaron a suicidarse. No hay razón sino odio y muerte. Los
jacobinos estaban intoxicados de principios, estupideces éticas y potenciales
crímenes, igual que todos los revolucionarios. Después del Incorruptible vienen
Lenin y Stalin, Mao, Hitler, Mussolini, Fidel y demás.
Mente de pollo
A ellos les importaban tanto los muertos como al que pide una invasión
militar. Quienes no han vivido más política que la revolucionaria actúan así
por reflejo, y vale como escribió Bertold Brecht, matar, hacer trampa, engañar,
para salirse con la suya. Los reos siempre son los demócratas, los que
practican el pensamiento crítico y quieren convivir. El gamberro fanático de la
actualidad apela a lo único contundente: el machete de carnicero digital hasta
que le toque uno de verdad. Es más fácil romper que transar y si decido que
encarno el bien, la justicia, los grandes ideales, una opinión contraria es
contra el bien, la justicia y los grandes ideales.
La visión del mundo del gamberro es primitiva, hormonal y se caracteriza
por la incapacidad para concatenación. La realidad para él es un
montón de episodios desarticulados, mientras el proceso comprensivo nace de
establecer conexiones. Así piensan que Chávez fue un benefactor y Maduro
traicionó el legado, cuando lo cierto es que ahora cosechamos lo que sembró
aquél, y éste es su continuador. Otros no vinculan abstenerse en 2005 con la
subsecuente entronización del chavismo y la caída de la alternativa democrática
por una década, raíz de nuestras desgracias.
Ni cómo se relaciona la presión de no juramentarse hecha al gobernador
electo en 2017 y el infierno que vive el Zulia. Ni cómo el skeetch del
30 de abril trae el arrase contra la AN. Ni qué tiene que ver la debilidad
extrema de los demócratas hoy, con los errores precedentes. Los que decidieron
abandonar todo en las elecciones regionales y municipales y en la
presidenciales de 2018, nos privaron de mecanismos de poder y solo les queda
rogar a Dios, los militares y EEUU, como el perrito que ante un perro grande se
tira patas arriba y gime.
@CarlosRaulHe
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