¿Por qué di a conocer en mi portal POLIS un artículo
con el cual no estoy de acuerdo con casi ninguna de sus líneas? No por
pluralista -nunca lo he sido-. Mas bien por lo contrario: para debatirlo. Pues
uno no debate con lo que está de acuerdo sino con lo que está en desacuerdo. Y
en ese punto el muy difundido artículo del empresario español Ginés Górriz es
un adecuado objeto de discusión. Sin duda, bien escrito: con ingenio y pasión.
Pero además reflejando una opinión generalizada entre una fracción extrema (no
quiere decir minoritaria) de la oposición venezolana a la que muchos no nos
hemos cansado de rebatir.
Quienes todavía no conocen el artículo de Ginés Gorriz
cuyo título es “Venezuela, el verbo y la cuchara” puede leerlo en https://www.almendron.com/tribuna/venezuela-el-verbo-y-la-cuchara/
La actual “revolución venezolana” sigue, según Górriz,
las pautas de un inteligente guion escrito por Juan Guaidó y Leopoldo López quienes
de acuerdo con la resistencia pacífica de Gandhi y la primavera árabe intentan
crear un mundo paralelo para atrapar “la antimateria del universo Maduro en
supuesta implosión”. “La fuerza y la debilidad de la revolución Guaidó residen
en esa voluntad de tirar a un tirano comunista sin tirar un tiro”. Sin embargo,
“ninguna estructura de poder levantada en las fórmulas del comunismo militar ha
sido derribada desde abajo” (ni siquiera Solidarnosc).
Se trata entonces la de Guaidó y López -según Górriz-
de una “revolución” puramente simbólica. Por eso los embajadores nombrados por
Guaidó “lo son de la nada mientras no se establezca un nuevo gobierno”. En
suma, Maduro tiene el verdadero poder, el fáctico, el de las armas. Y lo
demuestra sin titubear.
El peligro, aduce Górriz, reside en que “la esperanza
Guaidó puede tornarse en decepción y el régimen lo hará responsable de todos
los males”. Y luego agrega: “No se puede pedir a un pueblo hambriento que salga
a protestar bajo las balas durante mucho tiempo, Maduro lo sabe y los que
defienden el diálogo hacen que no lo saben”. Por lo tanto – es opinión de
Górriz - no quedaría más alternativa que una acción militar conjunta de la CI.
En ese punto, el autor coincide con el extremismo que apoya a la señora María
Corina Machado. Pues, si las estructuras del poder comunista no se derriban
desde abajo, solo pueden ser derribadas desde arriba o desde fuera. ¿Y si la CI
no realiza el acto salvador? Entonces todo está perdido. La revolución de López
y Guaidó - es la conclusión lapidaria de Górriz- tiene sus días contados. Esta
es la esencia del artículo. Lo demás es blablá.
Vamos por partes: la premisa de Górriz: “dictadura
comunista militar no sale sin intervención externa” es una variante de la
divulgada por el extremismo venezolano: “dictadura no sale con votos”. La del
español es más selectiva. A fin de ajustar a su conveniencia esa premisa,
Górriz recurre al peor ejemplo que se le podría ocurrir: el de Solidarnosc.
Según el autor, las elecciones en Polonia llegaron después de una orden de
Gorvachov. Lo que pasó por alto Górriz es que para que esa orden fuera efectiva
se necesitaba de una oposición que hubiese puesto en primer lugar, y no en un
segundo ni tercero, la lucha por elecciones libres. Pero además olvidó la otra parte
de la película: que una de las razones, quizás la principal, que llevó a
Gorbachov al poder, fue el avance de la disidencia en Hungría, en
Checoeslovaquia en la RDA, por supuesto en Polonia y, no olvidemos, en la
propia URSS. Y bien, en todos esos países la primera demanda ciudadana fue:
lucha por elecciones libres.
No, señor Górriz: las elecciones en Polonia no
tuvieron lugar como resultado de una orden de Gorbachov. Fue el cumplimento de
una demanda elevada por Solidarnosc al primer lugar de la agenda desde el
comienzo de su lucha. La premisa sobre la cual reposa la argumentación de
Górriz es más falsa que Judas. Dictadura comunista puede salir gracias a la
acción de las fuerzas internas – naturalmente contando con el concurso de
fuerzas externas – e incluso, mediante la vía electoral.
En el caso venezolano, si bien existe una fuerza
externa de apoyo, esta no se encuentra articulada en ningún modo con una salida
invasionista. Una salida por lo demás hipotética. Ningún gobierno
latinoamericano y ningún gobierno europeo se ha pronunciado por una salida de
fuerza. Y una acción unilateral del gobierno Trump solamente sería pensable si
la Venezuela de Maduro pusiera los intereses económicos o geopolíticos de los
EE UU en peligro, lo que no es el caso. O si el nivel de conflicto entre Rusia
y EE UU elevara su intensidad hasta el punto de situarse más allá de lo
político, lo que tampoco, por ahora, es el caso. Tanto Putin como Trump no
tienen ningún interés en que eso ocurra.
Pero Górriz no se contenta con torcer la nariz a la
historia de Polonia. También lo hace con la de la reciente historia venezolana.
Para el efecto tuvo que inventarse un movimiento de tipo gandhiano dirigido por
López y Guaidó. No obstante la debacle del 30-A a la que Górriz ni siquiera menciona,
mostró exactamente lo contrario. Ese día el guion de López/Guaido evidenció que
ambos habían elegido una ruta golpista algo que con todo el esfuerzo del mundo
sería imposible imaginar en Gandhi. De hecho, cuando en la triada guaidiana el
cese de la usurpación fue situada en primer lugar por sobre la lucha por
elecciones libres, y sin especificar nunca cómo ese fulano “cese” podría
llevarse a cabo, estuvo claro que López/Guaidó habían optado por una salida
anti- gandhiana. Por lo mismo, como el enemigo es militar, el pueblo desarmado
no podría ser el sujeto de la insurrección. No quedaba más alternativa entonces
que ceder el lugar del sujeto a eventuales generales. Sea invasión militar, sea
golpe de estado, el fin de la usurpación ocurriría gracias a la acción de un
agente violento pedido de prestado y sobre el cual la ciudadanía no ejercería
el menor control.
Ese fin de la usurpación sin sujeto ni vía terminará
desmovilizando a las grandes masas que hoy siguen a Guaidó. Ese es el verdadero
peligro que se avecina sobre Venezuela. Pues una lucha contra un régimen
militar como el de Maduro no solo supone trazar objetivos sino, además, rutas
para alcanzar esos objetivos. Y bien, no haber sabido o querido trazar esas
rutas ha sido hasta ahora el gran déficit del liderazgo de Guaidó. Por lo
tanto, si un pueblo al que no se le muestran vías de tránsito, se desmoviliza,
nunca será culpa de ese pueblo y mucho menos de la CI a la que Górriz de
antemano, presintiendo lo que viene, pretende endosar la causa del fracaso
anunciado, liberando de toda responsabilidad a la conducción ejercida por el
extremismo opositor. El problema – hay que decirlo de una vez por todas- está
en el libreto, no en la CI.
Quizás en un solo punto podría tener razón Górriz. El
pueblo democrático venezolano está siguiendo un libreto escrito por López y
Guaidó. Y es bueno que eso se diga. Pues ese no es un libreto escrito por el
conjunto de la oposición. En el mejor de los casos es seguido por una parte de
ella. No es ninguna infidencia por lo tanto afirmar que hay personas y partidos
dentro de esa oposición que no comparten la posibilidad de una salida de fuerza
ni interna ni externa. Nadie puede imaginar, por ejemplo, que un partido
histórico como AD tenga en vista una salida insurreccional armada. Tampoco un
Nuevo Tiempo. Incluso hay sectores de Primero Justicia que no comparten en su
totalidad el libreto López/ Guaidó. Recordemos que Henrique Capriles se ha
pronunciado infinidad de veces en contra de toda alternativa golpista, venga de
donde venga. La talentosa Mercedes Malavé de Copei y el promisorio dirigente
Luis Romero de Avanzada Progresista han sido algunas de las pocas voces que se
han atrevido a mostrar públicamente su disenso con el libreto mencionado. Los
demás partidos esperan quizás convencer a Guaidó -a quien las multitudes le
tienen fe por razones más religiosas que políticas- de la equivocada opción que
ha tomado. Si es así, deberán apurarse. El tiempo apremia. Y Maduro, el halcón
del otro extremo, ya afila sus garras.
Desde el abstencionismo del 20 de mayo bautizado por
Carlos Raúl Hernández como “la gran burrada” observamos con preocupación como
la hegemonía de la oposición venezolana ha sido desplazada desde el centro
hacia un peligroso extremo. Problema grave, pues si hay un hecho común, quizás
el único que caracteriza a todas las transiciones democráticas de la historia
moderna, es que las salidas hacia la democracia nunca han sido por los extremos
sino siempre - y cuando decimos siempre decimos siempre- por el centro. Eso debería
saberlo muy bien Górriz pues escribe desde un país donde Adolfo Suárez y Felipe
Gonzáles, vale decir, la centro derecha y la centro izquierda, pusieron en
forma a la república hispana.
Recuperar la centralidad política es la inmensa tarea
que tiene por delante la oposición venezolana. Esa misma centralidad que hizo
posible derrotar nada menos que a Chávez en el memorable plebiscito del 2007,
la misma que llevó a la gran victoria del 15-D, la misma que trazó la ruta
pacífica, constitucional, democrática y electoral. La misma en fin que nunca
debió haber sido abandonada. Mientras esa centralidad, y por lo mismo su ruta
electoral equivalente no sea recuperada, la ciudadanía venezolana estará
condenada a vivir secuestrada por dos extremos: el de un gobierno militar -el
del “pinochet rojo” en la expresión de Górriz- y el de una oposición que, al
ceder la iniciativa a terceros, terminará desmovilizándose y, por lo mismo,
convirtiendo al gran apoyo internacional que una vez tuvo, en una simple
quimera.
En Polonia como en Hungría, en Checoeslovaquia como en
la RDA, cuando los disidentes, aún en los peores tiempos, no contando con
ninguna solidaridad internacional, pusieron la lucha por elecciones libres por
sobre cualquiera otra, no lo hicieron porque pensaban que los regímenes
comunistas iban a ser tan generosos como para concedérselas alguna vez. Lo
hicieron porque sabían que, como Maduro hoy, a lo que más temen los tiranos es
a las elecciones libres. Es la misma palabra a la que los extremistas
venezolanos - los de allá y los de acá - han llegado a temer más que Drácula a
los crucifijos. Y no por último, la misma que podrá mantener en el tiempo el
vínculo entre la lucha interna y la llamada CI.
La lucha por elecciones libres es una vía: el fin del
régimen opresor es en cambio un objetivo. Poner un objetivo sin señalar la vía
significa destruir el objetivo. Si eso sucede, la culpa – y que lo sepa desde
ahora Górriz - no será de la CI.
junio 06, 2019
Polis
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