Desde el 3 de
febrero pasado, cuando escribí “Hoja de Ruta sin Retorno”, he permanecido
prácticamente callado. Decidí esperar con paciencia y serenidad los resultados
de la estrategia opositora venezolana (Cese a la Usurpación, Gobierno de
Transición, y Elecciones Libres).
A pesar de
sospechar que estábamos frente a una nueva aventura política, decidí ponerme en
neutro y confiar, tal como me lo pidieron varios amigos. Decidí validar sin
prejuicios qué tanto se estaban tomando las decisiones correctas, y además
verificar hasta dónde estaban dispuestos a llegar los actores que manifestaron
que a Nicolás Maduro le quedaban “horas” en el poder.
EL DESLINDE NECESARIO
Creo que llegó la
hora del deslinde definitivo en las fuerzas opositoras. Esto ayudará a liberar
las fuerzas reprimidas en las partes confrontadas. Hay dos tendencias
claramente antagónicas:
La Tendencia A.
Por un lado están quienes quieren presionar duro para provocar un cambio a
través de las armas (con consecuencias terribles para el futuro inmediato y
mediato de la nación). La insistente campaña de algunos dirigentes opositores
empeñados en exigir a la Asamblea Nacional que autorice una intervención
militar extranjera en Venezuela, y que Juan Guaidó se ponga al frente de esta
solicitud, es demostración del nivel desencuentros irreversibles que existen en
el campo opositor.
Pregunto a los
proponentes de la intervención militar extranjera: ¿creen en verdad que lo que
hace falta para que USA, Colombia, Brasil y el resto de la comunidad
internacional intervengan militarmente en Venezuela es una petición
administrativa de la AN, y basada por lo demás en un artículo que sólo habla de
“autorizar Misiones Militares” que cooperen con las FANB de Venezuela (hoy en
manos del gobierno de Nicolás Maduro) más no de ataques militares en territorio
nacional?
Más aún ¿Qué país
ha dicho que está listo para intervenir militarmente en Venezuela y que sólo
necesita una autorización administrativa de la AN para proceder?
¿En qué cabeza
cabe que los diputados venezolanos pueden dictar órdenes a los estadounidenses,
colombianos y brasileños para que expongan sus vidas en tierra ajena mientras
los venezolanos se encargan de darles ánimo sin exponer su propio pellejo?
Tal como dije el
pasado 10 de marzo en un micro análisis de circulación muy restringida, la
propuesta de activar el Art. 187-11 de la CRBV evidencia desvarío, ingenuidad,
y desconocimiento supino de la política internacional. Es normal que eso le
ocurra a un ciudadano común, sin experiencia política e imbuido en horrendos sufrimientos
y bajo un comprensible desespero por poner fin a esta tragedia. Pero que esa
propuesta la estén asumiendo dirigentes políticos es reprobable, es totalmente
irresponsable. Y más reprobable es que decidan volcar toda su ira y frustración
en contra de Juan Guaidó y los diputados de la AN por negarse a semejante
estupidez.
Afortunadamente,
Juan Guaidó y la Asamblea Nacional tomaron la decisión de ignorarlos y actuar
con madurez y sabiduría. Saben, como bien claro lo dijo Guaidó, que no estamos
para más aventuras irresponsables.
¿Acaso el fracaso
de la Ayuda Humanitaria el 23 de febrero no fue la mejor demostración para
saber hasta dónde está dispuesta a llegar la Comunidad Internacional? ¿Qué
mayor prueba que esa?
La Tendencia B.
Por otro lado están los que quieren presionar fuertemente (a través de las
protestas y de las sanciones internacionales) pero para forzar al gobierno a
encontrar una salida negociada a la crisis, que garantice la paz y una
indispensable cohesión social y política para poder reconstruir al país al más
breve plazo.
El problema es que
estos son fácilmente manipulables por una minoría ruidosa, demostrando con esa
actitud débiles convicciones y pobre coraje para llevar adelante una
estrategia. Están paralizados en la acción política.
La dirigencia
opositora que cree en la vía de los acuerdos negociados a veces habla pensando
en complacer inútilmente a esa minoría, abandonando torpemente a la mayoría
absoluta de venezolanos que quiere un cambio sin guerra. Sus discursos son
ambiguos y timoratos. Quieren estar bien con todo el mundo y finalmente quedan
mal con todo el mundo. Nadie está capitalizando el descontento de las mayorías
silenciosas que quieren un cambio ya, sí… pero sin violencia. Estos permanecen
en el limbo y sin liderazgo. Ellos son otro mundo inexplorado por los
dirigentes políticos opositores.
A estos dirigentes
opositores de la segunda tendencia ni siquiera les basta el inmenso apoyo que
les ha dado toda la comunidad internacional (que claramente ha dicho estar a
favor de la salida negociada) para ir de frente en la ejecución de esa
estrategia. Eso en política es mortal. Resultado: desaciertos, desenfoque,
confusión, parálisis, y finalmente más desesperanza.
Definitiva y
lamentablemente, entre ambas tendencias ya no hay términos medios, son
antagónicas. Los primeros hablan mucho pero no asumen las armas (charada
criolla). Y los segundos tampoco actúan en consecuencia con lo que creen
realmente.
Ya no hay tiempo
que perder. Los primeros que procedan, tomen las armas y se vayan a la guerra
(que Dios los bendiga y los proteja en su aventura). Los segundos que se
conecten con la mayoría de los venezolanos, que salgan a sinergizar con los
chavistas inconformes, y que sigan presionando con todos los poderes que tengan
a mano para forzar a una negociación ganar-ganar. Eso sí, deben evitar
emprender cualquiera acción que atente contra el objetivo central.
Llegó la hora de
definir el foco, el objetivo, y luego construir una nueva narrativa política y
ponerla a rodar sin más dilaciones, con una estructura de carácter neuronal que
produzca resultados exponenciales.
Esa nueva
narrativa política serán las dendritas que articularán a miles de neuronas
sociales y políticas existentes en el país pero que están desconectadas y, por
tanto, con limitada capacidad para impactar políticamente. Son los miles de
grupos organizados de la sociedad civil y todas las fuerzas políticas que aun
no terminan de amalgamarse y crear una sola partitura política (la narrativa)
que los envíe a la calle a conquistar a esa mayoría y presentarse al país y a
la comunidad internacional como una fuerza respetable.
TRES ASUNTOS CLAVE
Venezuela está
entrampada en una confrontación inútil, bastarda y suicida. Estamos al borde de
la auto disolución progresiva del país. Al borde de un desenlace fatal.
Ya comienzan a
sobrar los diagnósticos sobre las crisis que conmueven al país. Las denuncias y
la catarsis ya no son muy útiles. Ya no queda nada nuevo por decir. Ya casi
todo está dicho y definido. Es hora de tomar decisiones, con mucha
determinación, total enfoque y basados en convicciones profundas.
Venezuela está
ahora frente a dos hojas de ruta (la del gobierno y la oposición) que sólo
conducen al infierno. No tiene sentido estar buscando culpables. Es una tarea
inútil y además sesgada por la farsa, las emociones destructivas y la
hipocresía. Es tiempo perdido. Simplemente hay que actuar pensando en el país
como un todo.
Creo que por fin
estamos entendiendo tres asuntos clave en la confrontación que afecta a
Venezuela: Una. Que nos estamos comiendo un elefante, y por tanto hay que
comérselo en rodajas. Dos. Que todos estamos montados sobre una bomba nuclear,
y por tanto hay que desmontarla con la precisión y minuciosidad de un anti
explosivista para que no estallemos todos en mil pedazos. Y tres. Que la Hoja
de Ruta opositora (que parecía irreversible antes del 23 de febrero pasado)
ahora debe ser revisada sin dilación.
Creo que ya
estamos aceptando que en Venezuela no hay espacio para el Cese de la Usurpación
en los términos planteados en la Hoja de Ruta opositora (a decir verdad, en el
fondo es una réplica de “La Salida” y del “Maduro vete ya”). Ni Maduro tiene
pensado renunciar, ni hay poder de coacción armado para forzarlo a irse.
Las FANB están
desarticuladas en su línea de mando, los oficiales y tropas están a merced del
aparato de inteligencia y contrainteligencia del gobierno, es decir, del terror.
Las fuerzas armadas revolucionarias (milicias, colectivos armados, guerrillas
nacionales e internacionales, grupos de asalto bien entrenados y con armas de
última generación), se han convertido en el mayor poder de coacción armado del
gobierno de Maduro. Es su real sustento. Es su fuerza confiable. Tienen 16 años
construyéndola con propósitos claros.
O lo que es lo
mismo, ya el gobierno de Nicolás Maduro tiene su propia “Guardia Republicana”
la cual ha opacado el poder de las FANB como institución. Éstas perdieron desde
hace rato el monopolio de las armas, y con la anuencia de la misma oficialidad.
Tanto opositores
como algunos países vienen sobreestimando en rol de la FANB en Venezuela.
Tenemos tiempo advirtiéndolo. Ya no son la misma FAN del 2002. El escenario de
conspiración castrense está descartado. Por eso algunos políticos venezolanos y
varios presidentes se equivocaron el 23 de Febrero pasado cuando afirmaron que
a Maduro le quedaban horas en el poder. El cálculo fue errado.
En las últimas
semanas han ocurrido dos grandes acontecimientos en Venezuela: el fracaso de la
Ayuda Humanitaria programada para el 23 de febrero y el gran apagón eléctrico
continuado en todo el territorio nacional. Y hasta ahora no ha pasado nada
parecido a lo que muchos creen que debe ocurrir en casos como estos. Ello
amerita profundas reflexiones y crudos análisis. Algo está ocurriendo al margen
de las estrategias opositoras. Los diagnósticos no son correctos, por tanto las
estrategias tampoco lo serán.
Armar el “gran
peo” no pasa por comprender que hay razones para ello (pues sobran en millones)
sino por derrotar al miedo, al terror del estado, y eso ya es un asunto
extremadamente complicado. Cuando las personas son forzadas a escoger entre
tener electricidad o la vida, la opción es clara. Los cubanos aun están
lidiando con ello tras 60 años de revolución. Y así ha sido en todos los países
gobernados por “comunistas”.
Tampoco hay
posibilidades a corto plazo (y quizás nunca) de una intervención militar
internacional. La comunidad internacional que ha condenado a Maduro y brindado
apoyo a Guaidó ha dicho a los venezolanos que están a su lado, que enviarán
ayuda económica a los venezolanos en éxodo, y que van a presionar muy fuerte en
el plano diplomático y económico pero han desechado la intervención militar de
manera muy diáfana.
El único que ha
dicho que “todas las opciones están sobre la mesa” es el gobierno de Trump. Sin
embargo este discurso apunta más a propósitos disuasivos que a la real
posibilidad de intervenir militarmente (pero cuidado, provocar a los Estados
Unidos puede ser una apuesta costosa, pues Trump es Trump). Lo que cabe
resaltar es que todas las presiones internacionales llevan como propósito
impulsar una salida negociada con el gobierno de Maduro (elecciones o gobierno
de transición).
De manera que por
fin estamos entendiendo que la solución a la crisis que conmueve a la nación
está en manos de los venezolanos y no de los extranjeros. Nosotros adelante y
ellos atrás. Jamás al revés.
Tampoco hay
espacio para Elecciones Libres pues para Maduro ir a unas elecciones libres o
referéndum consultivo representa exactamente lo mismo que poner sobre la mesa
la renuncia al cargo. Por tanto le sería mejor renunciar de una vez, y se evita
la humillación de una descomunal derrota donde se cuenten los venezolanos que
no lo quieren. Y como quiera que la renuncia quedó totalmente descartada en la
estructura del poder del gobierno de Maduro, también queda descartada una nueva
elección presidencial o algún referéndum consultivo.
LA NUEVA HOJA DE RUTA
Por fin estamos
entendiendo que, tal como lo han expuesto claramente los Estados Unidos, Grupo
de Lima y Comunidad Europea, la solución a la crisis venezolana pasa por un
escenario de sinergias entre opositores y chavistas (éstos en todas sus
variantes, tanto civil como militar). Ambos por igual no están satisfechos con
el país que tenemos.
Pero esta sinergia
chavismo-oposición (y aquí entramos a definir el foco y la nueva narrativa
política país) nos obliga a desplegar propuestas confiables, ganar-ganar, para
ambas partes. Y esto aún no ha ocurrido. Es la verdad. Y este es precisamente
el eslabón perdido en toda esta trama fatal. Mientras ambos bloques políticos
no diseñen una Hoja de Ruta País consensuada, dejando a un lado sus particulares
hojas de ruta probadamente fracasadas (pues han estado basadas en una
confrontación ajena a la sociedad del siglo XXI), no habrá manera de detener la
tragedia.
En primer lugar,
todo pasa por definir el foco, es decir, el objetivo central de la nueva
narrativa política en el país. Y el objetivo no es otro que superar a la mayor
brevedad las 5 grandes crisis que padecemos:
La crisis
económica
La crisis de
seguridad ciudadana
La crisis de
servicios básicos (salud, electricidad, agua y comunicaciones)
La crisis
institucional y política
La crisis
emocional
El foco debe estar
en las 5 crisis de manera simultánea, no en una. Así que cada vez que se diseñe
una estrategia política, esta debe estar alineada con los objetivos trazados.
No estar enfocado o hacer cualquiera cosa que atente contra el objetivo es sencillamente
ejecutar el fracaso. Esto es un principio de la gerencia política y también de
todas las gerencias en general.
Hasta ahora el
foco ha estado en la crisis institucional y política. Esta es la que menos le
interesa al país global. Por eso el alto rechazo que existe hacia la dirigencia
política y a los partidos políticos. Los venezolanos se sienten traicionados
por sus políticos, los cuales sólo piensan en sus asuntos particulares pero
prestan poca atención al sufrimiento de las mayorías. La politización de la
Ayuda Humanitaria es la demostración más palpable de lo que afirmamos.
Cuando la
dirigencia opositora evalúe con mayor objetividad y menos pasiones al chavismo
gobernante y no gobernante, nos estaremos aproximando más rápido a la solución
de la crisis en Venezuela. Igual pasará cuando el gobierno sepa evaluar
objetivamente sus propias fuerzas y las de sus adversarios; entonces podrá
aproximarse a buscar una salida urgente a este conflicto.
Creo que falta
poco para que ambos (gobierno y oposición) entiendan que están acorralados, que
nadie podrá pulverizar al otro, y que Venezuela sigue en caída libre hacia el
infierno, donde todos, absolutamente todos saldremos perdiendo.
Por fin estamos
entendiendo que este conflicto ya no es entre venezolanos que tienen
diferencias políticas sino entre venezolanos que decidimos pasar como los
seres más idiotas (pendejos, decimos en Venezuela) del planeta.
El país se está
cayendo a pedazos, y tenemos a un gobierno que ya casi no gobierna nada, que no
tiene futuro y que sigue aferrado tercamente a la tragedia y al sufrimiento de
todo un país, incluyendo el de sus propios militantes. También tenemos a una
oposición que, aunque está bien empoderada internacionalmente y ahora tiene a
un nuevo líder (que cada día demuestra mayor aplomo), a nivel nacional luce aún
débil y a la deriva de las circunstancias, dividida en dos facciones ninguna de
las cuales actúa en consecuencia con lo que proponen (se limitan a lacerarse
mutuamente, perdiendo el tiempo y alimentando la desesperanza).
Los venezolanos
estamos padeciendo de una incapacidad brutal para ponernos de acuerdo y evitar
el suicidio colectivo. Estamos olvidando que este es el único país que tenemos,
tanto chavistas como opositores. Afuera siempre seremos extranjeros, aun cuando
nos brinden el mejor trato y las mejores oportunidades. Y lo estamos
destruyendo. Obvio, el gobierno de Maduro tiene la más alta responsabilidad en
esta tragedia. Él lo sabe.
Gracias a esa
absurda incapacidad de ponernos de acuerdo, la comunidad internacional comienza
a perderle el respeto a los venezolanos, tanto a los del gobierno como a los de
la oposición.
Los chinos le
están poniendo cara dura a Nicolás Maduro (sólo le están enviando ayuda
humanitaria). Están fastidiados de una izquierda que no ha evolucionado, que no
termina de entender dónde está parada, y que está poniendo en riesgo todo su
futuro político de manera torpe e innecesaria. Igual ha pasado y está pasando
con otros aliados de Maduro.
No es descartable
que en cualquier momento los rusos (que son más hombres de negocios que
revolucionarios de izquierda) “negocien” a Maduro con los Estados Unidos. Si lo
hizo el comunista Nikita Kruschev cuando negoció con Kennedy, a espaldas de
Fidel, la retirada de los misiles nucleares soviéticos de Cuba, con más razón
lo puede hacer el pragmático Putín. Ya veremos.
Estados Unidos,
Colombia y Chile quedaron con un sabor amargo cuando (¿por equivocadas
informaciones?) sus presidentes se atrevieron a anunciar públicamente que
faltaban “horas” para que Maduro saliera del poder en vísperas del 23 de
Febrero pasado ¿Qué falló? ¿Con qué contaban y no se dio? ¿Quién le mintió a
quién? ¿O todos pecaron por inocentes?
Esos cabos no
pueden quedar sueltos en las salas estratégicas opositoras en este justo momento.
Sería un error capital ignorarlo a la hora de diseñar y desplegar las nuevas
estrategias, pues se corre el riesgo de prolongar las equivocaciones y de
perder el impulso del apoyo de la comunidad internacional, la cual en cualquier
momento puede fastidiarse también y dejar a los venezolanos a la deriva de
nuestra inmadurez e incompetencia. Siempre, pero siempre, las rectificaciones a
tiempo conducen más rápido a la victoria que la terquedad y la arrogancia.
EL GOBIERNO DE TRANSICIÓN
En este momento,
tanto el gobierno como la oposición en Venezuela están activando todos sus
poderes de coacción. Es lo normal. Así es la historia del poder. Nadie, en
ninguna parte ni ningún escenario, puede sentarse a negociar desde una posición
de debilidad. Si el gobierno tiene como mayor fortaleza el apoyo de Rusia y
Cuba (medianamente de China) y también cuenta con su poder de coacción armado
interno (muy poderoso), pues está obligado a activarlo en la defensa de sus
intereses. De lo contrario, su capacidad de negociación será lo más parecido a
una rendición casi que incondicional.
Asimismo, la
oposición venezolana cuenta por su parte con un formidable apoyo internacional.
Las presiones y sanciones diplomáticas y económicas están haciendo más estragos
al gobierno de Maduro de lo que muchos imaginan. Este apoyo externo
(especialmente el de los Estados Unidos) es sin duda la mayor fortaleza con que
cuentan los opositores en el actual escenario de confrontación, pues
internamente están muy debilitados, y haciendo serios esfuerzos por retomar la
protesta de calle. Pero si la oposición cede un sólo milímetro de sus
fortalezas, el gobierno de Maduro cumplirá, con toda seguridad, su
promesa de quedarse infinitamente en el poder.
Tal como vengo
diciendo, mientras más duro jueguen los actores, más nos aproximaremos a una
negociación ganar-ganar. No queda otra alternativa. Ya no hay espacios para
segundas y terceras vías. Sólo queda una: conformar un gobierno de transición
de unidad nacional (chavistas y opositores, valga la precisión), basada en
acuerdos ganar-ganar, y refrendado y vigilado con carácter vinculante por 4
potencias mundiales: Estados Unidos, Europa, Rusia y China.
El propósito
fundamental de ese gobierno de transición será brindar al país la cohesión
social y política necesaria para la reconstrucción inmediata de la economía, de
los servicios públicos, de las instituciones públicas, y desmontar la crisis
emocional que ha llenado de odio y amargura a los venezolanos. Por tanto, el
propósito va más allá de garantizar una retirada ordenada al gobierno de
Nicolás Maduro y de restablecer los derechos políticos de los opositores.
Hay que entender
que el gobierno de Nicolás Maduro esta enfrentando una crisis extrema, jamás
vista en América. Ni Cuba ha pasado por eso. En el palacio de gobierno en
Venezuela saben que la crisis económica y de servicios básicos es letal.
También saben del odio acumulado en la población en contra de los funcionarios
del gobierno y hasta de sus familiares. Temen a la venganza implacable de
millones de venezolanos afectados por su gobierno.
Por eso Diosdado
Cabello dice que si entregan el poder (lo cual ha pasado por la mente de muchos
en el gobierno) nadie se salvará de la ira opositora. Y eso es altamente
probable si hay un cambio de gobierno donde el chavismo quede totalmente
excluido.
La crisis
emocional de los venezolanos quizás es la peor de las crisis que padece
Venezuela. Por tanto, la decisión de resistir y no entregar el poder va más
allá de la creencia de que puedan continuar y hacer exitosa a su revolución.
Nadie en la oposición puede garantizar que no ocurrirá ninguna razia de
venganzas y pases de facturas en caso que el chavismo renuncie al poder. No
hace ni falta decirlo en este análisis. Todo el mundo lo sabe.
Ni Juan Guaidó
tiene capacidad de controlar a las muchedumbres llenas de odio. Lo que ocurrió
con los diplomáticos que designó Guaidó en Costa Rica es una buena demostración
de la débil capacidad de control que tiene el liderazgo opositor sobre la
población enardecida. Y es a eso lo que realmente temen Maduro, Cabello y
muchos otros en el gobierno.
Por tanto, quienes
quieren ver un cambio en Venezuela, deben saber que un proceso de negociación
debe implicar un cambio político ordenado y progresivo de tres años de duración
(un año no es suficiente), y avalado por los 4 países mencionados para que
nadie se burle de los acuerdos. Asimismo debe construirse una agenda de
gobierno consensuada de 5 puntos mínimo:
Economía
Seguridad
Ciudadana
Restablecer la
institucionalidad pública
Garantizar los
derechos ciudadanos y políticos a todos los venezolanos sin distinción.
Fortalecer el
poder ciudadano y comunitario
Velar por el
cumplimiento cabal y estricto de la justicia transicional.
Para Nicolás
Maduro y sus compañeros, ésta es la oportunidad de oro para rehacer su juego
político. Sólo tienen que facilitar la conformación de un gobierno de
transición donde ellos estén representados. En este escenario, ellos
continuarán con todos sus derechos políticos y ciudadanos garantizados, sus
bienes bajo resguardo, y con claras opciones de retornar al poder ya renovados
políticamente y depurados de oportunistas y corruptos. Es una tarea política
necesaria y urgente para el PSUV. Lo cierto es que si continúan aferrados al
poder jamás lograrán recuperarse. Todo lo contrario, cada día irán perdiendo
más y más apoyo y fortalezas. La comunidad internacional no aflojará las
presiones hasta no ver disposición a un cambio real. Cada día serán más débiles,
y su destrucción (o autodestrucción) será irreversible y penosa. La opción es
clara.
Los demás detalles
de una posible negociación escapan a este análisis por razones obvias. Una
negociación de esta magnitud está obligada a manejarse a puertas cerradas, con
micrófonos apagados, con actores confiables, con pensamiento ganar-ganar, y con
garantes poderosos.
31 de marzo 2019
@JesusSeguias
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