No hace falta decir
que el gobierno de Donald Trump está profundamente en contra de la ciencia. De
hecho, está en contra de la realidad objetiva.
Sin embargo, su
control del gobierno sigue siendo limitado: no se extendió lo suficiente para
evitar que se diera a conocer la más reciente Evaluación Nacional del
Clima, que detalla los impactos actuales y futuros esperados del
calentamiento global en Estados Unidos.
Es cierto, el
informe se dio a conocer el Viernes Negro, evidentemente con la esperanza de
que se perdiera en el alboroto. La buena noticia es que la estrategia no
funcionó.
En esencia, esta
evaluación confirma, con una gran cantidad de detalles adicionales, lo que
cualquiera al tanto de la ciencia climática ya sabía: el cambio
climático supone una gran amenaza para el país y ya se están comenzando a
sentir algunos de sus efectos adversos. Por ejemplo, el informe, escrito
antes del más reciente desastre de California, subraya los riesgos cada vez
mayores de incendios incontrolables en el suroeste del país; el calentamiento
global, y no la falta de recolectar las hojas con un rastrillo, es la razón por
la cual los incendios se están haciendo cada vez más grandes y más peligrosos.
No obstante, el
gobierno de Donald Trump y sus aliados en el Congreso seguramente ignorarán
este análisis. Negar el cambio climático, sin importar la evidencia, se
ha vuelto un principio republicano básico. Vale la pena tratar de entender
tanto la manera en que ocurrió como la inmoralidad absoluta que implica
ser un negacionista a estas alturas.
Un momento, ¿acaso
inmoralidad no es una palabra demasiado fuerte? ¿No se supone que la gente
tiene derecho a estar en desacuerdo con la sabiduría convencional, incluso si
esa sabiduría está sustentada en un abrumador consenso científico?
Sí, así es en ambos
casos, siempre y cuando sus argumentos se hagan de buena fe. No obstante, casi
no hay negacionistas del cambio climático que actúen de buena fe. Negar la
ciencia con fines de lucro, de ventaja política o para satisfacer el ego no
está bien. Cuando no actuar con base en la ciencia puede tener
consecuencias nefastas, el negacionismo es, como señalé antes, inmoral.
El mejor libro de
reciente publicación que he leído al respecto sobre este tema es The
Madhouse Effect, de Michael E. Mann, un importante científico climático,
ilustrado por Tom Toles. Como explica Mann, el negacionismo climático en
realidad sigue los pasos de casos anteriores en los que se ha negado la
ciencia, comenzando con la larga campaña de las compañías tabacaleras para
confundir al público sobre los peligros de fumar.
La cruda verdad es
que para la década de los cincuenta, estas empresas ya sabían que fumar
ocasionaba cáncer de pulmón, pero gastaron enormes cantidades de dinero en
mantener la apariencia de que había una controversia real sobre este vínculo.
En otras palabras, estaban conscientes de que su producto estaba
matando a la gente, pero trataron de impedir que la gente entendiera ese hecho
a fin de seguir obteniendo ganancias. Eso se considera inmoralidad, ¿o no?
En muchos sentidos,
el negacionismo climático se asemeja al negacionismo del cáncer. Las empresas
con un interés financiero en confundir al público —en este caso, las empresas
de los combustibles fósiles— son las principales impulsoras. Cada uno
del puñado de científicos reconocidos que han manifestado su escepticismo
climático ha recibido enormes sumas de dinero de estas empresas o de conductos
de dinero oscuro como el DonorsTrust; el mismo conducto que apoyó a Matthew
Whitaker, el nuevo fiscal general interino, antes de que se uniera al gobierno
de Donald Trump.
No obstante, el
negacionismo del cambio climático tiene raíces políticas más profundas que las
que alguna vez tuvo el negacionismo del cáncer. En la práctica, no puedes ser
un republicano moderno respetable salvo que niegues la realidad del
calentamiento global, afirmes que tiene causas naturales o insistas en que no
se puede hacer nada al respecto sin destruir la economía. Tienes ya sea que
aceptar o consentir mediante afirmaciones salvajes que las abrumadoras pruebas
del cambio climático son un engaño, fabricado por una vasta conspiración de
científicos.
¿Por qué alguien
haría una cosa así? Principalmente, por dinero: casi todos los
negacionistas importantes reciben sobornos de los combustibles fósiles. Sin
embargo, la ideología es otro factor: si para ti los temas ambientales son cosa
seria, te planteas la necesidad de que haya normas gubernamentales de algún
tipo, de tal modo que las ideologías rígidas de libre mercado no quieren creer
que las preocupaciones ambientalistas son reales (aunque, en apariencia,
obligar a los consumidores a subsidiar el carbón está bien).
Por último, tengo
la impresión de que también tiene algo que ver con la postura del tipo duro:
los hombres de verdad no usan energías renovables ni nada por el estilo.
Esos motivos
importan. Si los actores importantes se opusieran a la acción climática por un
desacuerdo de buena fe con la ciencia, sería una lástima, pero no un pecado,
que requeriría de mayores esfuerzos en términos de convencimiento. No obstante,
en las circunstancias actuales, el negacionismo climático se basa en la
avaricia, el oportunismo y el ego, y oponerse a la acción por esas razones es
un pecado.
De hecho, es
inmoral, en una escala que hace que el negacionismo del cáncer parezca trivial.
Fumar mata a la gente y las compañías tabacaleras que trataban de confundir a
la gente sobre la realidad estaban siendo malvadas. No obstante, el
cambio climático no solo tiene que ver con matar gente: puede incluso matar a
la civilización. Tratar de confundir al pueblo sobre eso es maldad a un nivel
totalmente distinto. ¿Acaso algunas de estas personas no tienen hijos?
Digámoslo con
claridad: aunque Donald Trump sea un excelente ejemplo de la
inmoralidad del negacionismo climático, este es un tema en el que todo su
partido se fue al lado oscuro hace años. Los republicanos no solo tienen malas
ideas. A estas alturas, son, necesariamente, malas personas.
Paul Krugman
THE NEW YORK TIMES - 29 nov 2018
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