“Sigue siendo
un diamante en bruto” consignó Heraclio Atencio Bello al referirse a Venezuela
antes que pisara tierra la planta revolucionaria. ¿Puede
hoy repetirse esa frase? La devastación causada alcanza dimensiones
insuperables y no obstante, sí, la frase se sostiene aunque el esfuerzo de
tallar la piedra sea inconmensurablemente mayor.
Estamos
envueltos en la catástrofe. El país la siente, el pueblo la padece. Se discurre
sobre implosión social o acerca de soluciones de fuerza. El caso es que el
gobierno nos ha hundido en un pestilente pantano sin ofrecer salidas
creíbles, lo que intensifica la desesperanza y da alas a fórmulas
fundamentalistas. El ruido relacionado con el 10 de enero no es
caprichoso, sigue una secuencia lógica o, si se quiere, fatal.
Precisamente
porque pueda serlo debería considerarse crucial. El reconocimiento
internacional del primer gobierno de Maduro viene de la aceptada victoria que
le dio por primera vez la presidencia. Con posterioridad forzó la barra, adelantó los
comicios algo más de 7 meses y se hizo elegir en 2018 para un segundo mandato. La
comunidad internacional desconoció la operación basándose en serias razones
entonces invocadas para considerar que se había producido un fraude.
De allí que,
mientras Maduro imagina que su plazo constitucional está comenzando, la
comunidad mundial y la mayoritaria oposición sostienen, por el contrario, que
concluirá el 10 de enero. En esa fecha terminará su primera y única elección.
Ni un día más. Ni un día menos.
Supongo que el
cuestionado presidente está al tanto de la complicada situación en que se
encuentra. Habrá sido informado que la comunidad internacional no ha variado su
posición, de modo que el 10 de enero -para ella y para la mayoría de los
venezolanos- habrá un vacío de poder. Al igual que en la
atmósfera, los vacíos son intolerables en asuntos de política y gobierno y
podrían resolverse con violencia ciclónica. ¿Cuál sería la reacción de los
factores principales, si el inquilino de Miraflores se hace el desentendido y
se queda en el Palacio? Al extinguirse su poder,
sencillamente no podrá válidamente hacerlo. Al esfumarse su legitimidad de
origen perdería automáticamente su puesto en la OEA.
Supongamos
ahora que las sanciones mundiales se multiplican como se ha anticipado y que Venezuela
incluso fuera declarada país terrorista. ¿Bastaría tan grave
secuencia para forzar un cambio democrático? Posiblemente
termine siendo ese el desenlace natural pero sería menester una negociación que
culmine en elecciones mundialmente garantizadas.
Pueden
estudiarse otras posibilidades siempre que ninguna sacrifique el sufragio
universal, en el marco de los acuerdos para que las garantías constitucionales
protejan efectivamente a unos y otros. Sería considerable un breve
tiempo de transición con base en los acuerdos de las partes y el programa de
urgencias, comenzando con la ayuda humanitaria, libertad
de presos políticos, rescate de Instituciones democráticas, correcta
implementación de la justicia, decapitación de la hiperinflación, reactivación
de la economía.
Imposible
dejar de construir en sana paz una fructífera convivencia democrática.
Decisiones de esa índole levantarían la moral colectiva después de tantas
inmerecidas humillaciones. Seríamos una próspera, libre y ejemplar nación de
flameantes banderas que unen y fortalecen la savia de su doble riqueza. Próspera
por su desarrollo diversificado y autónomo; afortunada por su alentadora
libertad y fortaleza emocional.
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