ROMA.- Benedicto
XVI, papa emérito, en los últimos años ha sido el punto de referencia del ala
tradicionalista y ultraconservadora de la Iglesia Católica , junto a su predecesor, Juan Pablo II. Poco
después del 13 de marzo de 2013, día de la elección de su sucesor argentino,
esta facción ultraconservadora ha manifestado abiertamente su descontento con
Francisco: detesta su estilo, su teología y su visión de Iglesia abierta a
todos.
Este sector
adverso al Papa siempre ha intentado involucrar a Benedicto XVI, de 91 años, en
sus sistemáticas operaciones para atacar a lo que consideran un jefe de la
Iglesia "hereje" por abrirles las puertas a los divorciados vueltos a
casar y por su "quién soy yo para juzgar a un gay".
Pero Benedicto XVI
-primer papa que renuncia al trono de Pedro en 600 años- nunca entró en ese
juego. De hecho, no bien estalló el Viganògate, su secretario privado, el
arzobispo Georg Gansweinewin, negó tajantemente que el papa emérito hubiera
confirmado el contenido de la explosiva carta del exnuncio, como había
asegurado el multimillonario abogado norteamericano Tim Busch, del network
católico de derecha que publicó el 26 de agosto pasado el explosivo J'accuse.
Paradójicamente,
la carta bomba tirada por el exnuncio Carlo Maria Viganò, analizada en
profundidad, daña más bien el pontificado de Benedicto XVI y el de su
antecesor, Juan Pablo II, por cómo manejaron el escándalo de abusos. Y resulta
un búmeran para los sectores ultraconservadores y tradicionalistas que
intentaron atacar a Francisco utilizando el escándalo de abusos sexuales en el clero. Un tema que amenaza como nunca
la credibilidad de la Iglesia Católica.
Viganò acusó al
Papa de haber encubierto desde 2013 al cardenal estadounidense Theodore
McCarrick, arzobispo emérito de Washington, levantando las supuestas sanciones
que le había impuesto Benedicto XVI, en 2009 o 2010 (Viganò en la carta dice
que no recuerda cuándo). En los últimos días, no obstante, Viganò salió a
exponer las contradicciones de ese punto. Tras quedar expuesto por un video de
2012 en el cual, siendo nuncio en Estados Unidos, se lo ve elogiando a
McCarrick pese al castigo infligido por el entonces pontífice, Viganò
relativizó las sanciones. "No podía hacer cumplir las sanciones sobre
McCarrick porque le habían sido comunicadas en forma privada, esa fue la
decisión del papa", dijo Viganò a Lifesitenews, sitio católico de derecha.
Fuentes cercanas a
Benedicto XVI hicieron saber que el papa alemán, efectivamente, nunca castigó a
McCarrick con sanciones formales o escritas, sino "privadas", medidas
que implicaban que el cardenal, de 88 años, dejara el seminario y mantuviera un
"perfil bajo".
¿Por qué Benedicto
XVI fue tan poco severo? Como es sabido, McCarrick nunca obedeció esas
sanciones silenciosas; siguió haciendo viajes por todo el mundo y apareciendo
en público, y el propio Benedicto XVI lo recibió tres veces. Pero hay más.
Viganò también dejó en evidencia la falta de respuesta del pontificado de
Benedicto XVI (abril 2005-febrero 2013) ante sus advertencias sobre las
acusaciones de abusos a seminaristas que circulaban contra McCarrick. En el
cargo de delegado de las Representaciones Pontificias en la Secretaría de
Estado, Viganò recordó que en 2006 y 2008 advirtió que por sus comportamientos "gravemente
inmorales" a McCarrick debía serle quitado el birrete cardenalicio. ¿Por
qué fue ignorado?
En este aspecto,
Viganò dejó en claro que en tiempos incluso anteriores a Benedicto reinó un
sistema que protegió a personajes influyentes como McCarrick y el mexicano
Marcial Maciel, el fundador de los Legionarios de Cristo, sancionado por
Benedicto XVI, pero encubierto anteriormente.
De hecho, Viganò
subrayó en su escrito que dos nuncios en Washington (Gabriel Montalvo y Pietro
Sambi) también avisaron que McCarrick "compartía la cama con
seminaristas". Una carta publicada el viernes por el Catholic News
Service, la agencia de noticias de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos,
escrita en 2006 por el entonces arzobispo argentino Leonardo Sandri al cura
Boniface Ramsay, un dominicano de Nueva York que realizó la acusación inicial
contra McCarrick, confirmó que desde noviembre de 2000 el Vaticano sabía que había acusaciones de abusos en su
contra.
Pese a esto,
McCarrick fue designado cardenal en febrero de 2001. Viganò en su epístola
acusó también de encubrimiento a los entonces número dos y tres de Juan Pablo
II, el cardenal Angelo Sodano y su brazo derecho Sandri, hoy cardenal, prefecto
de la Congregación para las Iglesias Orientales.
Si bien Viganò
tiró a matar contra Francisco, aparece como un virtual búmeran: encendió los
reflectores sobre cómo los pontificados anteriores al suyo desmanejaron el caso
McCarrick. Y dejó en claro que Viganò utilizó una vara distinta para juzgar
cómo unos y otros respondieron al escándalo de abusos. No se explica, si no,
por qué pide la renuncia de Francisco, un papa que demostró ser mucho más
severo y contundente que sus antecesores con McCarrick: no bien una investigación
de la diócesis de Nueva York confirmó el abuso de un menor perpetrado hace más
de 40 años, obligó a este prelado a renunciar a su dignidad cardenalicia, algo
sin precedente.
Elisabetta Piqué
lanacion.com
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