Mi
primera visita al monasterio de San Pedro Claver en Cartagena de Indias me dejó
cargado de interrogantes sobre la canonización del religioso, el hecho de que
se hiciera llamar el “esclavo de los esclavos” y que se
le presentara como el defensor de los derechos humanos de los esclavos negros.
Una circunstancia notable porque su obra precede a cualquier actividad que
caiga bajo esa denominación. Sobre todo, habiendo vivido en una época en que
los humanos tenían pocos derechos como tales y eran, en verdad, no mucho más
que súbditos o esclavos de la corona.
Tratando
de indagar un poco más, heme aquí nuevamente en el santuario, esta vez
escuchando la homilía dominical del obispo de Cartagena con ocasión del
aniversario de la muerte del santo. A la distancia, vagamente audible, alcanzo
a escuchar al prelado hablando de los venezolanos como “los nuevos pobres”, e
instando a los feligreses a perdonarles su arrogancia pasada a los vecinos; a olvidar
que los venezolanos asociaban a los colombianos emigrantes con el oficio de
sirvientes. A acogerlos y brindarles refugio en estos tiempos de penurias para
la patria de Simón Bolívar. No menciona el obispo a los acaudalados dueños de
Farmatodo, venezolanos también y que han mudado buena parte de su centro de
operaciones a Colombia. Ni a Empresas Polar, algunas de cuyas instalaciones
principales se han desplazado desde Venezuela. Ni a los miles de profesores e
investigadores, médicos, odontólogos, arquitectos e ingenieros que han inundado
Colombia con sus conocimientos y formación. No, el obispo sabiamente se refiere
a quienes traen sus miserias y su pobreza, a quienes reclaman asistencia y
socorro, a quienes tienen el potencial de irritar al colombiano de a pie. A
quienes cruzan por cualquier medio la frontera: caminando, a lomo de mula o de
parrilleros en las motocicletas de cualquiera de las bandas que controlan la
frontera y sus pasos ilegales. A los nuevos pobres, pues.
Todavía
con la imagen de la inusitada historia del santo defensor de los DDHH, y me
encuentro con otra noticia sobre el tema que no deja de sorprenderme
gratamente. Finalmente ha despertado Michelle Bachelet de su enamoramiento con
la epopeya del comandante Hugo Chávez”
Finalmente
se escucha su voz desde su nueva posición como Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos. Finalmente, se le escucha denunciado la
persecución, la tortura, el acoso al que el régimen de Nicolás Maduro, hijo
predilecto de Chávez, somete a la disidencia venezolana.
Finalmente,
señala la destrucción de la economía, del tejido social, de la atención médica,
y el yugo omnipresente de la inseguridad como causantes de la salida de
millones de venezolanos de su país y la generación en Venezuela de una “emergencia humanitaria compleja” – como la describe un
reciente documento del Consejo Venezolano de Relaciones Internacionales – que
afecta a toda la región. Quizás sea otro aniversario de la tragedia de la
polarización de la sociedad chilena que llevó al derrocamiento de Salvador
Allende, lo que haya hecho despertar a la señora Bachelet del lado correcto de
la historia sobre Venezuela y su malhadado régimen totalitario, que disfrazado
de izquierdismo sigue confundiendo a tanta gente de buena voluntad. Bienvenida
al lado de la historia verdadera sobre la destrucción de una nación por sus
propios gobernantes.
Después
de 20 años de penurias y de asistir a una hecatombe que literalmente no tiene
precedentes en tiempos de paz, los venezolanos nos encontramos en una difícil
situación de deriva intelectual y emocional que nos impide leer e interpretar
los actos del gobierno con la racionalidad que se requiere para salir de este
hueco histórico. Por ejemplo, cuando los infaustos hermanos Rodríguez niegan el
éxodo de la miseria de los nuevos pobres y lo atribuyen a la propaganda de
derecha y esgrimen como contraargumento la fantástica cifra de los cinco
millones de colombianos que supuestamente viven en Venezuela, nuestra gente los
acusa de cínicos. Valga la pena en este punto una pequeña digresión sobre esta
palabra. Los cínicos en la antigua Grecia eran miembros de una escuela
filosófica, amantes de la sencillez y temidos porque decían la verdad. De modo
que difícilmente son cínicos en el sentido etimológico los hermanos Rodríguez.
Sin
embargo, el DRAE nos advierte de otra acepción: “Cínico: que actúa con falsedad
o desvergüenza descarada”. Pero en rigor su conducta es más bien la
de destacados actores en la construcción de realidades a la medida del régimen;
de distorsionar la verdad hasta hacerla irreconocible, y de deshumanizar a
nuestra gente. Y en ello no hay ningún accidente sino el más despiadado diseño.
Como en su momento lo fue la conducta de los nazis negando la aniquilación de
los judíos.
Tiene
pues algo de razón la fiscal en el exilio cuando acusa al régimen venezolano de
una operación encubierta de genocidio. El gobierno ya se deshizo en buena
medida de la clase media profesional del país y ahora intenta aliviar la
presión de los nuevos pobres sobre la economía nacional. Pero no lo puede
admitir en ningún escenario nacional ni internacional, de modo que es
indispensable la operación de gaslighting que
adelantan los hermanos Rodríguez y otros voceros del régimen.
Pero
a pesar de las penurias de los nuevos pobres, caminando en su huída cientos de
kilómetros en condiciones infrahumanas que mueven al dolor y el llanto por el
sufrimiento de nuestra gente, sería un grave error pensar que la crisis de
Venezuela es solamente una crisis humanitaria.
Del
mismo modo que sería un error pensar que sacarse el infame carnet de la patria
es la humillación última que podemos sufrir. No, estas son solo consecuencias
que no debemos confundir con las causas. La crisis venezolana es esencialmente
una crisis política y no existe solución que no pase por la salida del poder de
un régimen enemigo de su propia gente que asfixia y destruye a Venezuela. Allí
radica no la responsabilidad del gobierno sino la de la oposición. Seguimos
dando tumbos y atacándonos entre nosotros mismos para regocijo de la oligarquía
chavista. Quizás se estén acercando los tiempos en que ya no sea posible jugar
más el juego suicida de que se puede dirimir el liderazgo de la oposición sin
previamente salir del régimen.
Quizás se estén acercando los tiempos
en que sea necesario tener un grupo de líderes que, sin ser un gobierno en el
exilio, y sin aspirar a ser presidentes de algo que no existe, pueda realmente
hablar en nombre de una oposición unificada que asuma la sentencia del TSJ
condenando a Nicolás Maduro, y su ratificación en la AN, para poder hablar con
el chavismo, los militares constitucionalistas y la comunidad internacional.
Quizás se está acercando el tiempo de una verdadera lección para nosotros
mismos y para el mundo que borre la ignominia de la lástima y el pesar que
sentimos por nosotros y lo transforme en renovado espíritu de lucha. Pero ello
es imposible que ocurra sin recomponer la dirección política de la resistencia.
Ese y no otro es el verdadero reto al que nos convoca la redención de los
nuevos pobres.
Publicado septiembre 12, 2018
vmujica54@gmail.com
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