Ponencia del Simposio Córdoba 100 años después.
Seccional de Profesores Jubilados. Universidad de Los Andes. 20 y 21 junio de 2018
PORTICO
Millones de palabras se han escrito sobre este acontecimiento estudiantil heroico. Abordaré tres preguntas sobre la Reforma Universitaria de Córdoba: ¿Por qué sucedió en Argentina y no en otro país latinoamericano? Por qué en la Universidad de Córdoba y no en otra universidad argentina? Por qué fue sólo una reforma política y jurídica de la universidad, y dejó intactos el modelo antiguo colonial y el acientífico napoleónico?
1.-Argentina ejercía un liderazgo continental indiscutible.
En 1853, la Constitución Nacional asumió el liberalismo inglés, progresista, dinámico y vinculado al industrialismo; en el resto latinoamericano, el francés, proteccionista, conservador y económicamente timorato. Los presidentes argentinos, a pesar de sus facciones e intrigas, realizaron la europeización diseñada para tener más maestros que soldados (Halperin, Tulio. 1977).
Prefirieron la apertura irrestricta a la economía y al desarrollo, exigidos desde mediados del siglo XIX por políticos e ideólogos prominentes como Juan Alberdi, quien relacionó gobernar con poblar ya que la inmigración, inglesa o secundariamente italiana según su deseo, el financiamiento y la educación eran el progreso, y Domingo Faustino Sarmiento partidario de la educación pública y puritana.
Hasta 1880, Inglaterra era el banco, corredor de bolsa, constructor de ferrocarriles y abastecedor de Argentina, lo que no permitía claridad sobre el papel del Estado con sólo funciones de administración de justicia, acuñación de monedas, sanción de leyes y defensa nacional.
Esto llevó a una concepción de “nación” inspirada en el reformismo en el cual, las contradicciones desplazadas no se eliminan sino que se superan. Se concibió como la unión total de ideales e intereses de las clases y sectores de la sociedad. La integración nacional se facilitó por la existencia de masas diezmadas de indígenas y ausencia de esclavos. La superación de las contradicciones contrarias a la integración, sería por medios pacíficos, coexistentes y sin luchas de clases (Villegas, Abelardo. 1977).
Para esa integración, se federalizó el Puerto de Buenos Aires, se conectó con ferrocarriles a centros de producción agrícola e industrial, y se abrieron puertas a los inmigrantes europeos para ser pequeños productores como en Estados Unidos.
Los antagonismos coloniales persistieron con latifundistas y explotación extensiva de la tierra, relacionados con la riqueza, la prosperidad y las capacidades económicas. No dieron oportunidades a los inmigrantes, cuyas reivindicaciones las vieron como contrarias a los terratenientes, y los confinaron en las periferias de las ciudades discriminados. Pero luego, los inmigrantes de segunda generación tuvieron una gran movilización social y accedieron a la producción, a la clase media, crearon bancos comerciales e ingresaron a la universidad, sin agrado oligárquico.
No se logró una clase capitalista fuerte, dependía del mercado internacional de materias primas y del capital del exterior, lo que no indujo el tipo de progreso esperado para reducir la sociedad tradicional, opuesta a la modernización agraria e industrial y a la participación de los inmigrantes propuestas por los liberales reformistas. Las visiones tradicional y liberal no desaparecieron, y compartieron el poder ya que “el liberalismo con sus palabras nos separa, pero la economía con el dinero nos une” (Villegas, Abelardo. 1977.
Pero al incorporarse al comercio internacional, Argentina en 1880 duplicó la exportación; a principios del siglo XX multiplicó por 50 veces el valor de las exportaciones del litoral ganadero, y en 1909 fue el primer exportador de cereales del mundo, en una prosperidad no igualada en América Latina.
Argentina tuvo a finales del siglo XIX y principios del XX, un liderazgo muy importante en política internacional y defensa de la soberanía latinoamericana. Interpretó tempranamente la situación planteada por Estados Unidos después que Inglaterra aceptó en 1850 un tratado para soluciones concertadas para el canal inter oceánico. En la Conferencia Panamericana del 1889-1890, Roque Sáenz Peña de la delegación argentina, se opuso a la doctrina Monroe “América para los Americanos”, y en su lugar propuso la de “América para la Humanidad” por el afán imperialista de Estados Unidos que demostró luego en el Tratado de París en 1898 con la anexión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, pero también para proteger el deseo de países latinoamericanos de continuar las relaciones con Europa.
En 1902, por la invasión europea a Venezuela por cobros de deudas, el canciller Luis María Drago expuso su doctrina, sobre que la suspensión de pagos de la deuda de un país no podía ser razón suficiente para la intervención armada de otro país, lo que llevó a Estados Unidos a hacer una derivante de la doctrina Monroe para convertirse en procónsul para el cobro de deudas propias y europeas, aun con la fuerza, lo que Argentina denunció. Fue neutral durante la Primera Guerra Mundial, se opuso a la invasión en 1914 ordenada por Thomas Wilson a México del presidente Victoriano Huerta; a la partición de Panamá de Colombia en 1903 (Villegas, A. 1977).
Argentina, Brasil y Chile (ABC), con el liderazgo argentino ejercieron su soberanía conscientes de su importancia y responsabilidad en el mantenimiento del orden americano, pero lejos de Estados Unidos y limitando su influencia intervencionista a Centroamérica y El Caribe. Este liderazgo económico y político favoreció la proyección de la Reforma en América Latina.
2.- La Universidad de Córdoba acumuló una pesada herencia de las universidades medieval, renacentista y napoleónica.
La medieval, creada por reyes y papas desde 1125, no tuvo sede, era pobre, humilde y desinteresada, una comunidad de frailes maestros y alumnos que vivían de la limosna. La Facultad de Artes, ciclo básico para todos los estudiantes que luego ingresaban a las Facultades de Teología, Derecho Canónigo y Civil y Medicina, unidas desde el hombre y la sociedad hasta Dios por la teología. Había libertad para enseñar y otorgar los grados y un cogobierno que Napoleón eliminó en 1806. Este esquema de Facultades se trasladó a América.
La universidad medieval “era una fuerza cristiana y eclesiástica al servicio exclusivo de la Iglesia y del Papa”, un conservatorio del conocimiento deductivo, que se atesoraba y daba sólo prestigio. En el Renacimiento, se transformaron la universidad y los profesores porque el conocimiento adquirió un valor político y económico, y se vendió. La universidad adquirió propiedades inmobiliarias para funcionamiento y residencias, y nació el concepto de recinto. Los profesores decidieron cobrar matrículas, donaciones y grados directamente de los estudiantes, lo que cerró las puertas a los pobres. Los profesores adquirieron un linaje o casta representado en la riqueza y en ceremonias pomposas con togas, birretes y anillos similares a las eclesiásticas y reales. Un signo del linaje fue la herencia de las cátedras, lo que obstaculizó la renovación (Capelletti, Angel. 1993).
La transferencia a América
Vinieron dos modelos, el de Salamanca, público y el de Alcalá de Henares, privado religioso, mezclas de las universidades medievales y renacentistas. Mientras en el resto de Europa avanzaba la ciencia, en España prevalecían el aristotelismo, el dogmatismo, el escolasticismo, el galenismo con gran atraso en la Península y en América Latina (Rondón, Roberto. 2005).
Al independizarse, los países asumieron el modelo napoleónico, adscrito al Estado, sin autonomía, con facultades separadas constitutivas de la universidad y dedicadas sólo a la docencia, lo que atrasó la ciencia y la tecnología, acumulando esta falencia a los modelos transferidos de España.
En países, se aliaron los gobiernos y los grupos religiosos para una cohabitación en la universidad; en otros, los gobiernos liberales permitieron el positivismo en las universidades públicas para abrirlas a la experimentación y al pensamiento inductivo como en las universidades de Buenos Aires (1821) y La Plata (1903), públicas, pero no en Córdoba, privada y religiosa.
Esta Universidad se creó en 1613 por los jesuitas y autorización del Papa Gregorio XV. Resumía el aislamiento conventual, el enfoque teológico, el interés eclesiástico y cristiano del medioevo; la riqueza, el linaje, la herencia catedrática y ceremonial del renacimiento; el dogmatismo, aristotelismo y escolasticismo coloniales, agregadas aquí las teorías miasmáticas; y el autoritarismo y centralismo institucional y cultural impuestos por los caudillos militares republicanos e implícitos en el modelo napoleónico, y gobernada además por consejeros vitalicios, opuestos a toda innovación y democratización.
“Era formadora durante ocho generaciones de teólogos y doctores en Derecho Canónigo y Civil, ergotistas insignes, comentadores y casuistas. La teología formaba en una mezcla de profano y espiritual con razonamientos puramente humanos, sutilezas, sofismas engañosos, cuestiones frívolas e impertinentes, lo que se convirtió en el gusto dominante de la teología” (Sarmiento, Domingo F. 1976).
“Los terratenientes y la oligarquía comercial prevalecían en esta universidad, pero allí también ingresaron los hijos de la clase media triunfante”. (Tunnermann, Carlos. 1999).
“El estudiante en la época de la Reforma provenía de una zona de escasos privilegios sociales. Pero las masivas inmigraciones europeas, la universalidad de la enseñanza primaria y la creciente popularización del bachillerato aportaron decisivo ritmo al tránsito desde la clase obrera hacia nuevos y diversos niveles de clase media. La reforma no ocurre en Buenos Aires, residencia de clase media en cuya Universidad se enseñaba Derecho del Trabajo, pero sí en Córdoba donde persistían las convenciones, los abolengos y las reminiscencias del estilo colonial, y donde la Universidad enseñaba “Deberes para con los Siervos”. Había muchos contrastes y eso estimuló la reforma” (Cuneo, Dardo. 1976).
Las protestas se iniciaron en marzo de 1916, cuando convocaron una conferencia herética del poeta Arturo Capdevilla sobre Los Incas, en la biblioteca de la Universidad cantando la Marsellesa, lo que alteró el ánimo entre conservadores y liberales, pero que los estudiantes la declararon como inicio de una revolución. Dos años después, la clausura del internado de medicina en el Hospital de Clínicas reinició el conflicto, y en marzo de 1918, se conformó un Comité Pro Reforma, se decretó una huelga general y se publicó un “Manifiesto a la Juventud Argentina”.
El 11 de abril de 1918, por la creciente conflictividad de estudiantes y obreros con protestas en la calle, y con sentimientos de orfandad y opresión pero ideologizados, anarquistas y marxistas, el presidente Yrigoyen intervino la universidad y designó al Dr. José Nicolás Matienzo, rector para resolver esta situación, una de cuyas alternativas fue la elección del rector por profesores representantes universitarios y profesores representantes de los estudiantes. La elección que convocó el Dr. Matienzo el 15 de junio, se describió: “Grupos amorales deseosos de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el triunfo, sin acordar la adhesión públicamente empeñada, el compromiso de honor contraído por los intereses de la universidad. Otros, los más, en nombre del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús, exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno. Curiosa religión que enseña a menospreciar el honor y a deprimir la personalidad. Curiosa religión para vencidos o para esclavos” (Cuneo, Dardo. 1976).
Los estudiantes tomaron la sala de la asamblea de profesores y desconocieron la elección del rector. Declararon al Dr. Matienzo: “La reforma implantada por Usted ha sido defraudada por el juego de las camarillas que resurgen en su esencia”. Redactaron un memorial al Presidente Yrigoyen: “Estamos atravesando una época de profunda renovación. La única autoridad que reconoce la colectividad estudiantil es la de su superior gobierno” (Cuneo, Dardo. 1976).
Luego emitieron el Manifiesto Liminar a los hombres libres de Sud América, excluía Norteamérica, el 21 de junio de 1918, “contra el colonialismo cultural monástico y monárquico residual” , redactado por Deodardo Roca, “ y que no tuviera una proyección provincial o nacional sino continental como la revolución independentista contra el Imperio Español, y que señalara el pasaje del mundo hacia la plenitud de la justicia, de la belleza y con palabras en los Manifiestos que rejuvenecieran y mostraran a los gestores de una historia nueva”, e “incitan a colaborar en la obra de libertad que se inicia”, inspirados en escritores como los José: Ortega y Gasset, Vasconcelos, Martí, Rodó, Ingenieros, Rubén Darío y otros.
En este ambiente, los estudiantes no actuaron inspirados en un análisis social ni en una transformación estructural, sino con un “rechazo emotivo” en un contexto que chocaba contra el autoritarismo y la corrupción de los dirigentes universitarios (Silva M, Héctor y Heins, Sonntag. 1971).
3.- La Reforma Universitaria de Córdoba sólo fue política y jurídica, y no académica porque ese fue el fundamento y alcance del Radicalismo.
Argentina continuaba dividida. Hipólito Yrigoyen en 1916, introdujo el Radicalismo fundado en la solidaridad, opuesto a una sociedad dispersa, inclusivo de grupos contrarios, un movimiento para fines comunes y generales con un pensamiento genérico con raíces en la “esencialidad”.
Postuló la coexistencia porque: “El partido radical puede incluir en su seno a federalistas y unitarios, liberales y conservadores, creyentes y no creyentes ya que es un partido de solidaridad y de reparación nacional”. “Pretendió una zona de derechos más allá de las discrepancias políticas, sociales y económicas, pero construida sobre grandes contradicciones, por lo que la convivencia ciudadana fue sólo moral”.
Apeló a valores metafísicos y éticos en torno a la participación de los excluidos: “Por la ética formulada en el Radicalismo, es propio de su doctrina considerar que la prosperidad y el progreso del país están perfectamente constituidos por sus fuerzas morales; y su grandeza reside, no en los bienes materiales ni en la organización física del poder, sino en las grandes virtudes de su pueblo, que hay que preservar y estimular para que se traduzcan en bienes de validez universal. Las necesarias construcciones y realizaciones materiales deben ser un medio para defender aquellos valores, y no para corromperlos ni anularlos” (Gabriel Del Mazo. 1955).
Esta mística del Partido Radical lo convirtió en una especie de religión cívica, pero también quiso ser revolucionario para alcanzar un estado de derecho o de “reparación”. Esta “reparación” era un orden jurídico que expresara la solidaridad absoluta, representada en EL EJERCICIO PLENO DEL SUFRAGIO, QUE FUE LO MAS ACCESIBLE Y PRINCIPAL EN LA PLATAFORMA DEL RADICALISMO, Y TAMBIEN LO UNICO QUE SE LOGRO”. “Yrigoyen lo llamó FUNDAMENTO DE LA LEGITIMIDAD DE TODOS LOS PODERES. (Roig, Andrés A), y así: “El sufragio universal es un acto magno que al alcanzarse, se verá la transcendental diferencia que hay entre una nación (o universidad) ahogada por las presiones que la circundan y una nación (o universidad) respirando a toda plenitud de su ser, y difundiendo el bien común en su nuevo poder vivificante”. El Radicalismo accedió así a la legalidad del régimen soportado en el sufragio universal. (Villegas, Abelardo. 1977).
Estas fueron las bases ideológicas y políticas que inspiraron la Reforma Universitaria, basadas en una “reparación” expresada en la democratización y el sufragio universal, accesibles a la universidad, que restablecieran la fraternidad y la convivencia, y que por la trascendental diferencia que provocarían, la llevarían “a difundir el bien común en su nuevo poder vivificante” primero para ella, y luego para la sociedad.
La coexistencia del Radicalismo pesó con el tiempo porque su obligación histórica era la promoción revolucionaria de la legalidad cabal de la nación y de las instituciones ya que al final, las contradicciones se impusieron; incluida la universidad, a pesar que allí había fuerzas dispuestas contra el Estatuto de la Iglesia y las órdenes religiosas persistentes desde la Colonia. Esto no prosperó por la tesis de la coexistencia y por la creencia moral de que la sola democratización y el sufragio universal traerían las demás transformaciones reformistas tanto en la universidad como en la sociedad, que no ocurrieron (Halperín, Tulio. 1977).
Esto se expresó claramente cuando en junio de 1918, estudiantes y obreros recorrieron las calles de la ciudad con imágenes de santos con la cabeza hacia abajo, lo que fue declarado por el obispo como blasfemo y “obra de mal inspirados, verdaderos y peligrosos anarquistas acaudillados por agitadores”, y al quejarse ante el gobierno, enviaron al Dr. José Nicolás Matienzo como rector interino para responder a las solicitudes estudiantiles. Al plantear la posibilidad a los estudiantes presididos por Luis F. Barros, de un reenfoque de la Universidad de Córdoba hacia el modelo positivista de la Universidad de La Plata, y la elección del rector con participación estudiantil, lo rechazaron porque el movimiento moral y social no era exclusivo para la universidad, era también para la sociedad.
De la renovación ideológica total e imprecisa propuesta por el Radicalismo, se lograron sólo objetivos concretos, modestos y claros, expresados en la democratización, la universalización y respeto del sufragio. Un ejemplo de este logro es la Reforma Universitaria de Córdoba, el movimiento más anti oligárquico argentino que “resume la inspiración de la revolución rusa y la mexicana, que lucha por la modificación de los estatutos universitarios para eliminar todo el poder que tenían los profesores, conservadores y reclutados por la oligarquía, dogmáticos, inconmovibles en sus puestos, casta divina y hereditable, obligándolos a compartir el gobierno y las decisiones con los estudiantes, provenientes muchos de sectores sociales modestos pero excepcionalmente populares. Por el carácter elitista de la universidad, pidieron la extensión universitaria que la acercara al pueblo y a sus problemas nacionales, políticos, económicos y sociales; la revisión y los concursos de las cátedras y las cátedras libres”(Halperín, Tulio. 1977), (Villegas, Abelardo. 1977), (Tunnermann, Carlos. 1999).
El transcurso de la Reforma
La autonomía conquistada, que Napoleón suprimió en 1806, fue una soberanía que descansaba en el Claustro, que convirtió a la universidad en “un estado dentro del estado” y por analogía, en una “república universitaria” de “ciudadanos universitarios” con profesores, estudiantes y egresados, con una forma de gobierno representativo, temporal y responsable. La primera elección universitaria con participación de profesores, estudiantes y egresados fue la del Dr. Alejandro Korn de la Facultad de Filosofía y Artes de la Universidad de Buenos Aires. Pero la democratización que acompañaba al sufragio, era más que esto: lo era del conocimiento, de los progresos sociales, los ascensos de la época y los ritmos de transformación, lo que no se alcanzó.
La reforma política
La reforma universitaria era parte de una reforma social, en la que la universidad además de formar intelectualmente al estudiante, debía motivarlo para que fuera también un agente dinámico de transformación de la sociedad. Para esta finalidad social y su protección, la universidad debía ser autónoma. (Mayz V, Ernesto. 1984).
La autonomía latinoamericana fue distinta de la libertad medieval para enseñar y otorgar los grados y de la alemana para pensar intelectualmente, porque la universidad empezó a ser el único sitio para ejercer libremente las opiniones que no podían expresarse en otro lugar, asilo para las ideas y para los grupos, ya que el recinto también protege contra las andanadas policiales y militares.
“La universidad fue entonces una tribuna de reemplazo, una fuerza de recambio para aquellos a quienes las presiones les impiden pronunciarse en otro lugar”. Por ello, la Reforma no agotó su eficacia en la universidad y politizó al estudiantado, cuya gravitación dependió de la ausencia de movimientos populares en los países, y de la defensa de los desfavorecidos. Se convirtió en una escuela política para formar líderes revolucionarios y reformistas, y al aparecer como el instrumento de estos grupos y la autonomía como su mejor arma, justificó las intervenciones del poder contra la autonomía, que en ocasiones terminaron en tragedias como la matanza de estudiantes de medicina en la Cuba del dictador Gerardo Machado en 1928, de Tlatelolco en México en 1968, en el golpe de Pinochet en 1973, sin descontar intervenciones y clausuras autoritarias de universidades con prisión y exilio (Halperín, Tulio.1977).
Desde 1918, el movimiento estudiantil fue la única forma y medio de expresarse, pero tuvo ambigüedades. Se les reconoce su valor pero al carecer de fuerza y movilización, su actividad y agitación no comprometió a grupos de izquierda, socialcristianos ni nacionalistas para la lucha y derrocamiento de dictaduras militares ni para motorizar revoluciones. (Halperin, Tulio. 1977).
No se incrustaron permanente y eficazmente en el juego político de América Latina porque un elemento más tradicional, el ejército empezó a gravitar por la existencia de tensiones crecientes que le devolvieron un papel decisivo de árbitro (Huteau, Jean. 1969).
El movimiento estudiantil es contradictorio porque una minoría de su dirigencia obtiene privilegios que dicen combatirlos, lo que genera su aislamiento y al final, su condición es sólo un canal para acceder a grupos de poder.
Provienen de clases sociales distintas e ingresos variados pero inclinados al conservatismo. Los pobres dejan tendencias radicales y muchos revolucionarios abandonan ideales al salir de la universidad porque esta es una actividad temporal, y el grado es sólo para el ascenso social. CEPAL señala la larga lista de dirigentes universitarios estudiantiles, que al llegar al poder como presidentes, ministros y gobernadores reprimen las manifestaciones, y afirman que no es un problema de orden ético personal sino de defensa de la institucionalidad nacional (CEPAL. 1968), que antes en la oposición, no apreciaban así.
No se ocuparon de la calidad de la universidad y su participación en el gobierno universitario tendió a reivindicar la corporación estudiantil, toleraron el modelo napoleónico y al no compartir con la ciencia y tecnología, se pusieron en un déficit frente al mundo. No lograron una transformación ni una alianza entre el humanismo, la teoría y la experimentación, la práctica, aun cuando “La universidad se ha favorecido por períodos interrumpidos con la intervención estudiantil, la autonomía y la docencia libre pero ello resulta instrumentación de alcances precarios y provisorios”.
”Desde temprano, se desmintieron los poderes de la universidad, ya que el mismo Deodardo Roca que en el 18 anunciaba la revolución desde arriba, es decir desde sus claustros hacia la sociedad, sostendría dos años después, que sin sociedad previamente transformada no habría nueva Universidad (Cuneo, Dardo, 1976).
De todos modos, el redactor del Manifiesto de Córdoba planteó: “Comencemos por prohibir el derecho a prohibir… La juventud vive siempre en trance de heroísmo… El derecho divino del profesor se crea por sí mismo”. Estas lecturas aparecieron en las paredes de la Sorbona y en el Mayo Francés en 1968, 50 años después, con efectos en todas las universidades del mundo. En Francia, además por la esclerosis de la educación universitaria, se promulgó la Ley de Orientación de la Enseñanza Superior en la que se consagró la autonomía no sólo para la autogestión sino para la eliminación del centralismo y de la uniformidad, y para diversificar las distintas universidades del país (Cárdenas, Antonio L. 2004), es decir, una Ley Marco de Universidades con lineamientos políticos y estratégicos, que faculte su funcionamiento en Estatutos Internos, como se plantea en Mérida.
A manera de apreciación final
Más que la transformación de la universidad, la Reforma Universitaria de Córdoba fue una proclama para la liberación de los países desde una institución autónoma, democrática y representativa, con nuevos ideales y hombres que llevaran a cabo una gesta emancipadora, equivalente y para completar la revolución independentista de un siglo atrás. La universidad se responsabilizaría de las nuevas expectativas y del reordenamiento social. “Pero el problema planteado fue que nunca se dijo ni se discutió, cuál sería la naturaleza interna de esa universidad para enfocar su creación científica y cultural a tal fin, cuáles serían las disciplinas de los planes de estudio relacionadas con las realidades sociales de los países, cómo deberían responder sus cátedras, laboratorios y bibliotecas, y cómo sería por dentro esa universidad para liberar al pueblo”. Esto no se respondió durante diez años, lapso en el que esta prédica se extendió promisoriamente por América Latina y España, “en su esencia que duró hasta la desaparición de la primera generación reformista”, que Silva Michelena y Sonntag la calcularon en quince años.
La reforma jurídica y no académica
Los criterios jurídicos de la universidad cambiaron definitivamente. Se formularon la autonomía como soberanía, claustro, elección de autoridades, cogobierno, personalidad jurídica y patrimonios propios, reconocimiento de los grados, pero no cambiaron los criterios de la enseñanza, de la ciencia y tecnología ni de los compromisos con el pueblo. Esto permitió la supervivencia de la vieja universidad de aulas, cátedras, profesores, lecciones, estudiantes, apuntes y memorización, que persisten todavía, es decir, los modelos colonial y napoleónico, ahora el cordobés, a los que se agregó luego el modelo científico norteamericano, lo que no ha permitido con claridad la definición de una universidad latinoamericana, según algunos autores; o por el contrario, la caracteriza esta superposición, según otros.
Esta reforma universitaria se inscribió como un hecho social en América Latina porque sus impulsos coincidieron con otro requerimiento de la sociedad: la apertura de aulas a los estudiantes de procedencia popular. Vista así, “más que un proceso de transformación social lo fue de promoción y prestigio social”.
Al final, “la Reforma Universitaria de Córdoba quedó como un capítulo más en las luchas latinoamericanas de emancipación”.
La reforma debe seguir
1.- La autonomía como soberanía de la universidad, protectora de las ideas contra factores externos, debe ampliarse con un concepto de “autonomía autopoiética” para protegerla de factores internos, y para ello, a.- crear una fuerza moral que facilite la auto regeneración y la adaptación de la axiología de la universidad a los cambiantes entornos científicos, tecnológicos, sociales y ambientales, a los que se dan sólo respuestas retardadas y parciales; b.- estimular una capacidad ética para condenar el uso del presupuesto en empresas quebradas y abandonadas, los fraudes y favoritismos en exámenes de promoción de pregrado y postgrado, ascensos, concursos, y la conformación de grupos clientelares; y c.- crear instancias para la defensa del universitario de arbitrariedades e ilegalidades cometidas, y además juzgadas por los mismos funcionarios u organismos que las deciden.
2.- La autonomía universitaria propició por analogía, una “república universitaria” conformada por “ciudadanos universitarios”: profesores, estudiantes y egresados que conforman el Claustro, donde reside su soberanía plena y de donde emerge la elección de sus autoridades, consagrada en la actual Ley de Universidades, y ratificada en el artículo 109 de la Constitución de la República. Hay una tendencia a la inclusión del personal técnico, administrativo y obrero en el Claustro Universitario, lo que pudiera ser apreciado como una ampliación de la democracia universitaria, pero cuya modalidad, forma y cuantía de participación debe ser decidida soberanamente por el Claustro Universitario de profesores, estudiantes y egresados, y no por imposiciones anti autonómicas.
3.- Las medidas anti autonómicas de los gobiernos contra las universidades giran principalmente en torno a su financiamiento. Las universidades para proteger su autonomía, deben prever alternativas de financiamiento distintas a las provenientes directamente del Fisco Nacional. En especial, debe analizarse la situación de la grave proyección de la nómina pasiva de las universidades que sobrepasan el sesenta por ciento del presupuesto ordinario.
4.- Los actores centrales de la Reforma Universitaria de Córdoba fueron los estudiantes. Vale la pena insinuarles la posibilidad de una reflexión sobre su rol en la universidad del futuro, en la era del conocimiento y no del entrenamiento, competida por instituciones no universitarias que han logrado subsumir programas de investigación, y de las TIC´S que plantean la desaparición y aparición de profesiones y el predominio exclusivo del “virtualismo” en la educación sin la formación permanente, ética y de valores que la robótica no requerirá; además la rendición pública de cuentas y la acreditación externa de la universidad para protección y seguridad de la sociedad.
BIBLIOGRAFIA
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Villegas, Abelardo. Reformismo y revolución en el pensamiento latinoamericano. Siglo Veintiuno Editores S.A. México. 1977
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