Las alzas de precios, súbitas y
brutales en los últimos meses, tienen un nombre: hiperinflación, una zona
oscura de la economía y de la vida cotidiana de las sociedades que un puñado de
países ha sufrido desde hace un siglo, entre ellos varios vecinos de América
Latina donde hubo, como ocurre en Venezuela, un manejo desordenado de las
cuentas fiscales y la emisión de dinero sin respaldo económico que perdía
rápidamente valor y del que todos buscaban deshacerse antes de que los precios
escalasen más y más. Para atajar ese perverso proceso fueron necesarios
programas de estabilización. ¿Cómo se hicieron? ¿Cuáles sacrificios implicaron?
¿Hay un esfuerzo parecido en el horizonte de la economía y la política en el
país?
En Bolivia, los empleados que
almorzaban en el restaurante de la cuadra ordenaban la comida y la cuenta al
mismo tiempo: el precio del plato podría duplicarse cuando llegasen al postre.
En Argentina, en la mañana de pago al trabajador, su esposa tomaba rápidamente
el sobre con el dinero para correr a hacer compras antes de los aumentos de
precio de cada tarde. En Brasil, las diarias alzas y remarcajes de precios
dispararon las ventas de calculadoras de bolsillo de la empresa Dismac:
anécdotas de la cotidianidad en América Latina de tres décadas atrás, que
asombran, pero ya no tanto, a quienes viven en Venezuela.
La inflación venezolana en 2017, aún
sin las cifras del Banco Central, fue de 2.616%, según calcula la
Comisión de Economía de la Asamblea Nacional. La firma
Ecoanalítica la estimó en 2.735%. Fue en octubre cuando la inflación mensual
fue superior a 50%, cota reconocida por los estudiosos de la economía, desde
hace 60 años, para marcar el ingreso de un país en el túnel de la
hiperinflación: una inflación que no solo es muy alta sino que avanza
aceleradamente, destruyendo la capacidad de compra de la moneda.
“Aunque la hiperinflación suele ser
definida como episodios en los que la tasa de inflación excede 50% en un mes,
muchos expertos consideran que existen episodios hiperinflacionarios cuando es
alta y se acelera continuamente, incluso si la tasa mensual no llega a 50% pero
la tasa anual excede 100% por tres o más años consecutivos. La hiperinflación
refleja el rechazo de la población por el dinero local”, señaló Javier Escobal,
doctor en Economía por la holandesa Universidad de Wageningen e investigador
principal en el peruano Grupo de Análisis para el Desarrollo.
Venezuela tuvo su último año de
inflación con solo un dígito (6,2%) en 1983; entre 1984 y 2012 promedió 32%
anual; en 2013 alcanzó 56,2%, en 2014 fue de 68,5% y en 2015, último año con
cifras del BCV, se le ubicó oficialmente en 180,9%. Para 2016 los economistas
independientes la estimaron en 550% y, tras la disparada de 2017, asoman negros
presagios para el año que comienza.
La inflación “puede llegar a 10.000% si
el BCV sigue financiando al gobierno”, advirtió el diputado opositor José
Guerra, ex director de la Escuela de Economía de la Universidad
Central de Venezuela. Tamara Herrera, de Síntesis Financiera, ha hablado
de 6.000%. La firma Torino Capital la proyectó a 10.554%: precios 100 veces más
altos que al cierre de 2017.
Primero fueron los vecinos
Desde hace un siglo se han registrado
hiperinflaciones en un puñado de países en cuatro continentes, asociadas a
pésimos manejos de su economía o a su desplome en tiempos de posguerra. En América
Latina han acompañado crisis políticas, la mayoría en los años ochenta y
noventa del siglo XX; algunas duraron pocos meses y fueron superadas con
distintos grados de sacrificio. Venezuela reestrena el fenómeno tres décadas
después.
Las más breves fueron las de Chile en
1973 y Perú en 1988, que duraron apenas un mes; una réplica en Perú abarcó dos
meses de 1990; en Brasil duró cuatro meses, a finales de 1989 y comienzos de
1990; en Argentina, por la misma época, 11 meses; en Bolivia 18 meses, entre
1984 y 1985; y la más larga fue la de Nicaragua, 58 meses, desde 1986 hasta
1991.
Un indicador de la gravedad del daño ha
sido el lapso en el cual se duplicaban los precios durante los meses de mayor
inflación. Así, en Perú en agosto de 1990 se duplicaron cada 13 días; en
Nicaragua, en marzo de 1991, cada 16 días; en Argentina, en julio de 1989,
a los 19 días; en Bolivia, en febrero de 1985, a los 20 días; en
Chile, en octubre de 1973, a los 34 días; y en Brasil, en marzo
de 1990, a los 35 días.
En Venezuela, con base en la inflación
del pasado noviembre, los precios se duplicaron cada 47 días, “pero a la
velocidad que avanza la hiperinflación, al cierre del año los precios ya deben
haberse duplicado con una frecuencia menor a 40 días”, indicó Marino González, profesor
del departamento de Ciencias Económicas y Administrativas en la
Universidad Simón Bolívar.
El origen
La existencia de déficit fiscal
permanente financiado con la emisión de dinero inorgánico es la causa principal
de la hiperinflación, afirmó Escobal. Sin embargo, dijo el economista, las
causas últimas están en el manejo de las cuentas fiscales y la manera cómo se
financia el déficit de los gobiernos.
Por ejemplo en Argentina, donde la
inflación escalaba desde mediados del siglo XX y con cada vez menos reservas
internacionales, el gobierno lanzó un plan de cambio de moneda (el austral, en
vez del peso) seguido de continuas devaluaciones para financiar el déficit
fiscal, que al final se hizo incontrolable: la gente perdió toda confianza en
su moneda, corriendo a cambiarla por bienes o divisas, y se dispararon los
precios.
En Bolivia se conjugaron un excesivo
gasto del Estado con un incremento de la deuda por la subida de intereses y
refinanciamiento con más deuda, caída de los precios de las materias primas que
exportaba, devaluación de la moneda, emisión de dinero inorgánico, falta de
credibilidad en las autoridades y demandas sociales en medio de conflictos
políticos.
Otro ejemplo fue Perú, donde “las
principales causas fueron las medidas de corte heterodoxo que los gobiernos de
turno (presidencias de Alan García 1985-1990 y de Alberto Fujimori 1990-2000)
aplicaron para poder superar la crisis heredada de sus antecesores. La
principal medida económica consistió en el congelamiento de precios básicos, sueldos
y la tasa de cambio relativa al dólar. Sin lugar a dudas, la emisión de dinero
sin respaldo también tuvo un papel fundamental en esa coyuntura”, recordó el
gerente de estudios económicos de la Asociación de Bancos del Perú,
Alberto Morisaki.
Debido a la emisión de dinero
inorgánico (sin respaldo en la economía real) la liquidez monetaria en
Venezuela pasó de 2 billones de bolívares en 2015 a 10,4 billones al
terminar 2016 y 127,3 billones al cierre de 2017, con incrementos de hasta 16%
en una sola semana. Entretanto, la economía no creció: el producto interno
bruto (totalización de bienes y servicios producidos durante un año) estaba el
año pasado 35% por debajo del de 2014 y el gobierno informó que solo en 2016
hubo una contracción de 16% del PIB.
El impacto
“La literatura económica ha documentado
que son los pobres los más afectados por la hiperinflación. Mientras que los
menos pobres y los ricos pueden recomponer sus activos y ahorros, quienes
dependen solo de su salario ven su poder adquisitivo mermado rápidamente.
Intentar resolver el problema con una indexación de salarios es inútil,
especialmente si ese incremento es financiado con emisión inorgánica. Los
precios siempre aumentarán más rápido y la capacidad adquisitiva de los más
pobres seguirá reduciéndose”, afirmó Escobal.
En el Perú de 1988, con cada medida
gubernamental que provocaba más inflación y escasez, sobre todo de alimentos,
“el aumento del desempleo y la caída drástica de ingresos fue el costo social
del desastre económico, provocando el surgimiento de un sector informal de
proporciones nunca antes vistas. Además, el Estado en bancarrota ya no podía
cumplir con sus obligaciones de asistencia social, educación, salud y
administración de justicia”, rememoró Morisaki.
En Argentina, en marzo de 1989, 25% de
la población estaba en la pobreza. Para octubre de ese año 47% de sus
habitantes eran pobres.
En Venezuela, según la
Encuesta de Condiciones de Vida desarrollada por tres universidades
caraqueñas, en 2016 la pobreza casi se duplicó al abarcar 82% de la población
versus 48% tres años antes. “Más de la mitad de la población, 51%, tenía
dificultades para mantener una dieta básica de alimentos. Aún no tenemos los
resultados de 2017, pero podemos suponer que la situación ha empeorado, amén de
que la inflación en alimentos suele ser superior al promedio inflacionario. A
alguien le podrá alcanzar el ingreso para comprar un cartón de huevos mañana,
pero no pasado mañana”, ejemplificó González.
¿Cómo se sale?
“Todas las hiperinflaciones en el mundo se han
detenido cuando la autoridad monetaria deja de financiar el déficit del sector
público, y este logra balancear sus ingresos y gastos. ¿El ajuste es doloroso?
Sí. Lo es. Pero más doloroso es continuar transfiriendo riqueza de los pobres a
los ricos a través de ese impuesto llamado inflación”, manifestó Escobal.
En Perú, una semana después de
asumir la Presidencia, acto que ocurrió el 28 de julio de 1990, Alberto
Fujimori lanzó un paquete de medidas contra la inflación: se eliminó el dólar
controlado, subieron precios y tarifas aunque con algún subsidio al transporte,
y se previó un máximo de 600 millones de dólares para compensaciones sociales,
en tanto el gobierno anunció que solo gastaría los ingresos que percibiera. Al
comienzo algunos efectos fueron difíciles: el kilo de azúcar pasó
de 150.000 a 300.000 intis, el pan francés de 9.000
a 25.000, el galón de gasolina de 21.000 a 675.000; pero en el
mediano y largo plazo hubo crecimiento económico, se detuvo la inflación y se
redujo la pobreza.
En el Brasil de los años noventa, bajo
la batuta del entonces ministro de Finanzas y luego presidente Fernando
Henrique Cardoso, se adoptó el Plan Real, ideado por el economista Edmar Bacha,
consistente en crear una moneda ficticia en paridad con el dólar, la UVR (Unidad
de Valor Real), con la que se cotizaban oficialmente sueldos, precios e
impuestos. Los precios se mantenían estables en reais (reales),
aunque esta moneda al paso de los días costase más cruceiros, unidad de cambio
que se fue olvidando en procura de la nueva, en paralelo con medidas de control
del gasto fiscal.
En Nicaragua, entre 1990 y 1991, el
gobierno de Violeta Chamorro, que siguió a la revolución sandinista, cambió la
moneda, el córdoba, por un “córdoba oro” equivalente al dólar y comenzó a pagar
a sus empleados con la nueva denominación, hacia la que fluyó rápidamente el
resto de la economía; luego vinieron ajustes en las tasas de cambio, en precios
y en salarios, y se detuvo la emisión de dinero sin respaldo.
En Argentina se detuvo la hiperinflación
con un plan parecido, que equiparó la moneda local con el dólar y a partir de
allí se controló el gasto. Se dictó la Ley de convertibilidad para
establecer que solo podía emitirse nueva moneda si estaba respaldada en
reservas, es decir, en divisas: cero emisión de dinero inorgánico.
En todos los casos la estabilización
conllevó una inmediata alza de precios que descolocó temporalmente a los
sectores de pocos ingresos, aunque luego llegaron los equilibrios y nuevas
inversiones atraídas por la estabilidad en precios y gastos. Salir de la
hiperinflación también se ha acompañado, a menudo, de relevos políticos,
incluidos cambios de gobiernos, y, sobre todo, de la implantación de una nueva
moneda.
¿Y Venezuela?
Para Asdrúbal Oliveros, director de
Ecoanalítica, es necesario dar un giro total dentro de la política económica:
“Se debe ir a un esquema de disciplina fiscal, restituir la autonomía del BCV,
menguar el control cambiario y solicitar auxilio internacional, de organismos o
del Fondo Monetario Internacional, que puedan proveer de liquidez para hacer
frente a todos los problemas”.
A Venezuela, agrega, le urge el diseño
de un plan profundo de reconstrucción de la economía en el que la prioridad sea
resolver el problema hiperinflacionario. “Con pañitos calientes no se va a
lograr. La historia de los países que han pasado por hiperinflaciones demuestra
que cuando no se hacen los giros de raíz en las políticas que la generaron, la
enfermedad no desaparece”.
González destaca que la
hiperinflación, con su angustioso cambio casi diario en los precios de bienes
esenciales, no está en el primer plano del debate en la agenda venezolana. Al
menos no en la de sus dirigentes. “No lo está en la del gobierno, que no se
plantea un plan o medidas que traten de contener la hiperinflación, ni tampoco
en los movimientos de la oposición política, a pesar de que es el gran tema que
castiga a toda la población”.
Hay además, insistió González, un
agravante: “La hiperinflación es como un tobogán, en cuyo comienzo es posible devolverse,
pero no cuando la inclinación es muy prolongada y es mucho mayor la velocidad
de la caída. Así, los precios se duplicarán cada vez más rápidamente, el
episodio hiperinflacionario podría durar más tiempo y perjudicará sobre
todo a los que están fuera de la economía formal, a los más pobres”.
La hiperinflación venezolana, informó
el experto, es la segunda del siglo XXI, después de la de Zimbabue; la primera
en América Latina en casi tres décadas y la primera en un país petrolero que no
está en guerra. “Se requiere un programa de estabilización que en el corto
plazo desmonte los controles sobre los precios y los tipos de cambio. Como
señaló John Maynard Keynes (el influyente economista británico que vivió entre
1883-1946) hace casi un siglo, no hay efecto más destructivo para una sociedad
que el deterioro de su moneda”.
Alemania, Hungría, Zimbabue
La hiperinflación ha afectado otras
sociedades con hechos y cifras duramente reales, aunque sus alocados números
podrían parecer obra de una amarga fantasía.
Alemania, derrotada en la Primera
Guerra Mundial, debió indemnizar a los vencedores y el gobierno
socialdemócrata, con una crisis para mantener las empresas públicas, emitió e
imprimió dinero en cantidades colosales, llevando la inflación hasta 1 billón por
ciento en 1923. Se imprimieron billetes de 100 billones de marcos. La gente
combatía el frío quemando billetes, más baratos que comprar leña. Las nóminas
se pagaban a los trabajadores hasta 2 veces al día. Los consumidores llevaban
el dinero en carretillas para compras simples. En enero de aquel año una
canilla de pan costaba 250 marcos, 9 meses después llegó a 200 millardos. Una
nueva moneda desde noviembre de 1923, el Rentenmark (marco seguro), con
respaldo no en oro sino en tierras y producción nacional, logró detener la
hiperinflación.
Hungría experimentó la mayor
hiperinflación de la historia, 41,9 trillones por ciento en 1946, destruida la
economía del país tras la ocupación nazi y la expulsión de Alemania por fuerzas
soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial. Con los precios fuera
de control, una tasa de inflación de 207% diarios, con los precios duplicándose
cada pocas horas, su moneda, el pengó, se devaluó de tal modo que llegaron a
emitirse billetes de 100 trillones hasta que el proceso se detuvo al
implantarse en agosto de 1946 una nueva moneda, el florín, que comenzó a
cambiarse a razón de 400.000 cuatrillones de pengós por cada florín.
La de Zimbabue, en África suroriental,
es con la de Venezuela la otra hiperinflación del siglo XXI. El 16 de julio de
2008 llegó a 2,2 millones por ciento. Una bebida cuyo precio era 100.000
millones de dólares zimbabuenses una hora después costaba 150.000 millones.
Cuando el país se independizó en 1980 su moneda se tasaba por encima del dólar
estadounidense, pero una desastrosa economía agrícola, confiscación de tierras,
emisión de dinero sin respaldo para pagar a empleados públicos y controles de
precios por decreto lanzaron al país por el despeñadero de la hiperinflación
desde 2004.
En 2007, cuando la inflación pasó de 1.700% a 11.000%, el gobierno
la declaró “ilegal” y ejecutivos de empresas fueron a la cárcel por aumentar
los precios. En 2008, cuando la inflación se reconocía en varios millones por
ciento, el gobierno emitió billetes de 100.000 millones de dólares zimbabuenses
y preparaba la impresión de los de 200.000 millones, aunque se detuvo por la
negativa de Alemania a venderle papel para esos fines. En agosto de ese año el
emisor Banco de la Reserva comenzó a reducir ceros, 10.000 millones
de dólares zimbabuenses se convirtieron en un nuevo dólar y, desde enero de
2009, se autorizó a los ciudadanos a emplear otras monedas, como el dólar
estadounidense y el rand surafricano.
El presidente Robert Mugabe cedió en
algunas de sus políticas y el pasado noviembre, al cabo de 37 años en el poder,
fue depuesto.
Deterioro de la salud
La hiperinflación llega a Venezuela no
solo bajo un cuadro recesivo de su economía sino en una grave situación en
cuanto a servicios como el de la salud, que se torna inaccesible por la
precariedad de la oferta hospitalaria, la escasez de medicamentos y el que
equivale, en América Latina, al mayor gasto de bolsillo para ese tema tan
vital, señaló Marino González, también miembro de la Academia
Nacional de Medicina.
El gasto de bolsillo mide lo que cada
persona eroga en salud, como pago de honorarios médicos, hospitalización,
pólizas de seguro y compra de medicamentos e insumos médicos.
Con los últimos datos disponibles, de
2014 –“y la situación ahora está más deteriorada”, apuntó González–,
Venezuela tenía el mayor gasto de bolsillo de la región: de cada 100 bolívares
dirigidos a atender esa necesidad, 65 provenían del bolsillo de las personas.
En la vecina Colombia, por ejemplo, ese
gasto de bolsillo es de 13%, en otros vecinos menos de 20% y en los países
industrializados no más de 15%. El resto de los gastos corre por cuenta de los
sistemas de salud del Estado y de la seguridad social.
Hay en Venezuela deterioro además en
los sistemas de seguro privado, pues por los costos asociados a la
hiperinflación la persona puede perder el seguro completo o se hace irrisorio
el monto por el que está amparado y puede serle retribuido.
“Es, con la disminución de la capacidad
de comprar alimentos, otra manifestación de que no hay un fenómeno más destructivo,
en términos sociales, que la hiperinflación”, concluyó González.
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