Poco cabe agregar al extraordinario artículo de Ibsen Martínez
publicado en El País de
España este 17 de enero, “El ‘diálogo’ y Óscar Pérez”, que sitúa con lacerante
exactitud el contexto político en que ocurrió “la masacre de El Junquito”, el
ominoso papel jugado por la torpe y cobarde oposición oficialista llamada Mesa
de Unidad Democrática, que ya nada tiene de unidad ni de democrática, y el
triste papel jugado por encumbrados opinadores que, traicionando el deber de
enarbolar la verdad como hicieran sus predecesores, se han comportado con
frívola complacencia ante la farsa que se escenifica en Santo Domingo mientras
corre la sangre por las calles de Caracas.
Uno de los más sórdidos capítulos de
esta tragedia: la obsecuencia, la cobardía y la bajeza con las que se han
comportado los bustos parlantes y los escribidores de la MUD y sus amos, los
propietarios de los medios radiales, televisivos e impresos en la Venezuela de
la decadencia. Con muy escasas excepciones, exégetas y apologetas que no le
hacen ningún honor a la verdad, al periodismo ni a la academia.
Solo cabría agregar, a ese respecto, que los mismos que han
impuesto el diálogo, lo llevan a cabo persiguiendo con denuedo la vía electoral
como única vía legítima a la acción política y no aceptan ninguna otra vía, así
sea tan constitucional como la electoral, para simular el combate contra la
tiranía, fueron quienes aceptaron el desafío en cuanto los Castro nos
impusieron a Nicolás Maduro: en febrero de 2014 por voz de Edgar Zambrano,
Henry Ramos Allup declaró que no había otra alternativa a los votos que las
balas. Bastaba ver la realidad para saber que no tenemos más que votos y ellos,
si nos apartamos de tal orientación, no tienen para enfrentarnos más que balas.
Uno de sus primeros efectos: robarnos la vía electoral del revocatorio y
dejarnos inermes ante las balas, en medio del sacrosanto silencio de la MUD.
Maduro aceptó el envite: asesinó a balazos a quienes, apartándose del mandato
de los ventrílocuos, tomaron la vía de la insurrección, asesinando a 140
jóvenes insurrectos y ordenando masacrar a la célula insurreccional de Oscar
Pérez.
Los autores intelectuales se estarán sobando las manos. Como lo
señala Ibsen Martínez: “Para acrecentar el agobio, el horror y la desesperanza,
estas muertes, que se suman al más de un centenar que el año pasado causó la
dictadura, han ocurrido durante el receso de los vergonzosos diálogos de Santo
Domingo. Allí, una desacreditada dirigencia opositora gesticula
parsimoniosamente, junto con los más despiadados y cínicos caimacanes del
régimen chavista, el acuerdo de una improbable ruta hacia elecciones libres y
transparentes. Los voceros de la MUD quizá agradecieron en secreto el respiro
que la atención mediática, centrada ahora en la matanza de El Junquito,
concedería por unos días a su perseverancia en negociar un modus vivendi con
una dictadura asesina. Eso explicaría el cauto silencio que la MUD prolongó
todo cuanto pudo ante el asesinato de Pérez. Su prioridad era vindicar la
justeza de su misión en Santo Domingo, no hacerle olas al dictador”.
Pero no es solamente la concupiscencia entre tartufos y genocidas
lo que nos inquieta. Y los atroces sufrimientos que le imponen a nuestra
sociedad. Es la vergonzosa complicidad y respaldo de las fuerzas armadas en la
acción fascista y genocida del régimen. Poco importa que quienes reconocen
haber ordenado la masacre hoy sean civiles: fueron y siguen siendo militares y
policías en su esencia. Golpistas y asesinos que se asomaran a la vida política
de la nación en los sórdidos hechos del 4 de febrero y del 19 de noviembre de
1992. Agregando a su palmarés la realización y jefatura de los hechos
criminales más repudiables de la modernidad. Y cuyo desparpajo llega al extremo
de proclamar la autoría de este abominable crimen de lesa humanidad, que en
otros lugares llevaran a la horca y a la vindicta pública a sus culpables.
Tan criminal comportamiento, obedecido servilmente por los
colectivos paramilitares y los uniformados que procedieron a disparar y
bombardear a quienes ofrecían deponer las armas y entregarse inermes a quienes
los asaltaban, aún siendo compañeros de armas, ¿no encuentra repudio en las
filas de quienes continúan callando, silenciando y respaldando la criminalidad
de sus compañeros narcotraficantes, negociantes y ladrones encumbrados a la
cúspide de la institución? Dicha masacre, ¿no es suficiente prueba de la
disposición del régimen a escenificar una guerra civil si la obsecuencia del
tartufismo político y mediático venezolano no termina por arrastrarse desde
Santo Domingo a Miraflores?
Reivindico y hago mías las palabras con que Ibsen Martínez culmina
su extraordinario alegato: “La insidiosa acusación que hace la dictadura de que
la MUD colaboró en la localización y muerte de Pérez, con rayar en lo
demencial, debería obligar a los fundamentalistas del voto a revisar su
estrategia de diálogo, diálogo y más diálogo. Debería, pero en la Venezuela de
hoy eso es solo un decir… Su muerte reclama la condena de todos los demócratas
de nuestra América”.
18 DE ENERO DE 2018 12:05 AM
Columna | El “diálogo” y Óscar Pérez; por Ibsen Martínez
https://elpais.com/internacional/2018/01/16/actualidad/1516143470_689682.html?id_externo_rsoc=TW_CC
… vía @elpais_inter
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