Los venezolanos vimos con estupor e indignación el
episodio protagonizado en el Palacio Federal Legislativo por un coronel de la
Guardia Nacional. Un cruce de palabras con Julio Borges que terminó cuando,
como guapo de calle que parece ser, empujó a Borges y, literalmente, lo echó
del salón de la escena. Un suceso de esos que la historia no ignora y que
retrata la oscura época que nos toca vivir.
Julio Borges no solo es un ciudadano —de lo más
respetable por ese solo hecho—, es diputado y está además investido de la mayor
autoridad civil posible por ser el presidente de la Asamblea Nacional. En otras
palabras, Julio Borges representa a todos y cada uno de los venezolanos. En
términos reales, él es la encarnación de la República. Siendo así, el acto del
militar fue una afrenta para todos los venezolanos.
El coronel de apellido Lugo —cognomento que uso
porque es lo único que sé y quiero saber de él—, supone uno, habrá pasado por
la Efofac y probablemente haya sido asistente de los cursos de estado mayor que
organizan los militares. A lo mejor fue a una universidad y quizás fue lo
suficientemente persistente para obtener alguna licenciatura —de haber sido
así, lo lamento por quienes comparten con él la correspondiente Alma Mater—.
Julio Borges fue a reclamar al coronel Lugo la
agresión de la que fueron objeto los diputados que abortaron un intento de
fraude de los que acostumbra realizar el régimen de Nicolás Maduro. El coronel
Lugo, con viveza cuartelaria, tenía preparado el escenario de su actuación y
hasta contaba con una cámara para grabar el episodio (a los pocos minutos el
video estaba en las redes). Quizás piense que le valdrá para su ascenso a
general, o por lo menos para ganar una felicitación auguradora de su jefe.
Si algún error cometió Julio Borges fue actuar con
la candidez de quien sabe que tiene la razón y, además, supone en los otros los
mismos valores republicanos, la misma corrección política y la misma conducta
no violenta que él ha sido capaz de demostrar ante el país de manera reiterada.
(Ante estos malandros, diputado Borges, hay que ser cauteloso y malpensado,
sobre todo lo último, ellos se lo merecen).
De esa manera, el 27 de julio ocurrió algo nunca
visto en la historia republicana: un coronel de la Guardia Nacional insultó y
empujó al presidente del poder legislativo en el propio Palacio Federal. Desde
la antigua Roma, a los fines de que pudieran cumplir con su ministerio, los
representantes de los ciudadanos gozaban de inmunidad y su persona era
sacramentalmente inviolable. Si a alguien se le hubiera ocurrido siquiera
tocarlo, por lo menos las manos le hubieran cortado. En tiempos de la
democracia, a un coronel ni se le hubiera ocurrido. Pero en estos tiempos,
marcados por una administración con funcionarios involucrados en actividades
criminales, ni siquiera un llamado de atención de sus superiores recibirá el
infractor por su conducta tan violenta como anti-republicana, ni por haber
humillado a todos los venezolanos de buena voluntad con su gesto.
El hecho es revelador de lo que ahora ocurre. Si un
oficial se atreve a esa increíble violación de la ley y moral republicanas, qué
puede esperarse de sus subordinados, de un guardia nacional puro y simple. Ese
infausto acto explica de manera clara por qué se acercan a la centena los
jóvenes muertos en las calles por manifestar su opinión. Revela de manera
indiscutible por qué un guardia nacional siente que cumple con su deber cuando
le dispara su pistola a quemarropa a un muchacho desarmado. Ese mismo día,
Nicolás Maduro afirmaba que lo que no han podido alcanzar por los votos (la
mayoría de la AN, por ejemplo), lo harían con las armas. Por lo visto en eso
andan el coronel Lugo, sus superiores y sus subordinados.
Hay quienes afirman que al ser empujado por Lugo,
Julio Borges debió devolver la grosería al coronel. Llegan incluso a considerar
que su comportamiento fue blando. No estoy de acuerdo. Hay en Venezuela una
larga tradición, desde Carujo hasta nuestros días, que confunde la valentía con
el abuso y, sobre todo, el ventajismo. Tradición larga y, por supuesto,
equivocada. Lo de Lugo no fue valentía sino un gesto cobarde y bárbaro.
Valentía fue la de Julio Borges, quien entró solo a reclamar los derechos
vulnerados de los diputados y tuvo luego la suficiente serenidad para no
responder a la agresión con una acción que lo igualaba con el huno. Valentía
que, dicho sea paso, Borges, ha demostrado de manera consisten te a lo largo de
estos años.
Por Francisco Suniaga | 29 de junio, 2017
http://prodavinci.com/blogs/un-coronel-de-apellido-lugo-por-francisco-suniaga/
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