Estupefacto ante la escena protagonizada por el
Coronel Vladimir Lugo de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y Julio Borges,
presidente de la Asamblea Nacional, cuando le exigía una explicación sobre la
presencia militar en la sede del Poder Legislativo, no pude dejar de asociar el
hecho con un pasaje de Matar un ruiseñor,
la clásica novela de Harper Lee, una de las primeras y de las más leídas en
relación al tema de la discriminación racial en los Estados Unidos. Me recordó,
específicamente, la escena de la película basada en la obra, en la que a
Gregory Peck, personificando al abogado Atticus Finch, lo escupen en la cara.
Se me quedó grabada en la memoria cuando, de pequeño, la vi por primera vez. No
podía comprender bien que a un hombre al que le escupieran a la cara no tuviese
ninguna reacción física de defensa o retaliación.
Atticus es viudo y tiene a su cargo dos hijos: Jem,
el niño, y Scout, la niña. Es un hombre de claras convicciones morales y acepta
algo inusual para la época: la defensa de Tom Robinson, un hombre de raza negra
acusado de violar a una mujer blanca de nombre Mayella Ewell. La novela se
desarrolla en Alabama a principios de los años treinta durante la Gran
Depresión y está narrada desde el punto de vista de Scout. Ella, con solo seis
años, tiene mucha sensibilidad pero es a la vez impulsiva y a menudo se cae a
golpes con sus compañeros del colegio. Luego de una de esas peleas Atticus le
dice:
—No quiero que pelees. Nunca quiero que pelees. Te
prohíbo que pelees.
A pesar de que es claro que el juez y todos los
presentes en el juicio saben que Tom Robinson es inocente, el jurado lo declara
culpable por los prejuicios raciales. El verdadero violador había sido el padre
de la víctima, Bob Ewell, un borracho del pueblo. Y aunque hayan condenado a
Robinson a prisión y lo hubieran matado ese mismo día en extrañas
circunstancias cuando lo trasladaban a un calabozo, Ewell se siente humillado
por la descollante defensa de Atticus (al que llama nigger-lover), y que lo evidencia ante todo el pueblo
como el verdadero abusador de su propia hija.
Cuando Atticus se dirige a dar la mala noticia a la
esposa de Robinson de que acababan de matar a su marido, se aparece Ewell, pide
que Atticus salga de la casa y cuando lo tiene enfrente le escupe la cara. En
la película podemos ver cómo Gregory Peck se le queda viendo, lleva la mano
hacia el traje (como para sacar un arma) pero toma más bien un pañuelo con el
que se limpia la cara.
No dice nada y se monta en el carro ante la mirada de su
hijo Jem que presencia todo con perplejidad. ¿De qué clase de estatura moral
estaba hecho este abogado Atticus para no responder físicamente a semejante
humillación? En una parte del libro recuerdo que Atticus explica que era
preferible que se dejara escupir a que le diera una nueva paliza a Mayella
Ewell. Pero más que todo podemos interpretar que actuaba cónsono son sus
principios (“No quiero que pelees. Nunca quiero que pelees. Te prohíbo que
pelees”).
El Coronel Lugo, al estilo caribeño y no del sur
racista de la época en Estados Unidos, pero sembrado del mismo sentido de odio
y superioridad, insulta a gritos al presidente de un Poder Público, lo empuja
por el pecho y por la espalda, de una manera degradante y seguramente, como
indicó José I. Hernández, “compromete la responsabilidad penal personal del
agente y la responsabilidad institucional”. ¿Es esto más o menos humillante que
si le hubiera escupido en la cara? Borges le dice a Lugo:
—Yo soy el presidente de la Asamblea.
—Y yo soy el Comandante de la unidad. Usted puede
ser el presidente de la Asamblea, pero yo soy el Comandante de una unidad
militar —responde Lugo sacudiendo con violencia su brazo de arriba abajo.
—¿Y tú crees que gritándome?…
—Le agradezco que se retire. Usted puede ser
presidente de lo que sea. Le agradezco se retire. Ya hablé con usted. No, no,
no importa. ¡Yo manejo mi conflicto como me dé la gana!
Primero lo empuja por el pecho. Borges se voltea
evitando el forcejeo. Y cuando le da la espalda para salir —como ha sido la
actuación de los guardias nacionales durante la represión (atacar por la
espalda, a quemarropa, contaminando los cartuchos con metras y tuercas,
ejecutando lanzamientos prohibidos en línea recta de proyectiles lacrimógenos)—
lo empuja como si lanzara un chorro de agua a un manifestante desde una
ballena. Borges se voltea con asombro, no reacciona, no se limpia la saliva
metafórica de los empujones y sale del recinto.
Al mismo tiempo que asociaba la reacción de Borges
con la reacción de Atticus, ambos abogados por cierto, uno un personaje de
ficción el otro real, no puedo dejar de pensar en el significado del título de
la novela, porque eso es lo que las fuerzas del orden público en Venezuela han
estado haciendo cuando se cumplen 90 días de protestas: matando ruiseñores. En un momento en que comen juntos
Atticus le dice a Scout que no hay nada más sagrado que un pájaro ruiseñor, que
vive para dar alegrías a los humanos, que es un pecado acabar con su vida. El
ruiseñor es un ave que se distingue por encima de las demás, por su gran
registro de silbidos y tonalidades, cantos variables, melodiosos,
desconcertantes y que hasta tiene el hábito de cantar inclusive cuando las
otras aves han callado. Tom Robinson es un ruiseñor al que condenan
injustamente y luego asesinan. En el fondo la novela trata sobre la pérdida de
la inocencia y la justicia racial. Y uno piensa en los jóvenes que han muerto
por Venezuela, esa bandada de ruiseñores, con su inocencia y su canto, en busca
de una justicia (Yo soy libertador)que se traduzca
en el fin de la dictadura.
Ese mismo día las opiniones en las redes se
encontraban divididas: unos se sentían humillados y comentaban que Borges no
“tuvo las esféricas” de mostrar una posición más airada y firme, y otros decían
que había hecho lo correcto al no reaccionar con mayor fuerza. Eso es materia
de interpretaciones pero lo que sí es un hecho es que Borges, al no reaccionar,
colocó aún más en evidencia cómo la dictadura ha puesto la bota militar sobre
todas la instituciones. Esa escena simboliza el dilema de Venezuela de los
últimos dieciocho años. Borges se convirtió en tendencia mundial en Twitter esa
misma noche y hasta fue entrevistado, como primera noticia-análisis al día
siguiente, por la quintaesencia de los periodistas de guerra de los Estados
Unidos: Christiane Amanpour. ¿Habría esta importante entrevista ocurrido si
Borges hubiera alzado la voz, manoteado y hasta irse a los golpes con alguien
de un rango y calificación moral y jerárquica infinitamente inferior a la del
presidente de la Asamblea?
Por otro lado, María Gabriela Chávez, escribe y
opina en Twitter en relación al hecho Borges-Lugo: Pa’ que respete, pues!!! Avalar la actitud y el
uso de la violencia de un coronel desconociendo e irrespetando a una de las
cabezas de los Poderes Públicos, significa directamente que para la hija de
Chávez, haciendo honra a la herencia del padre, considera que lo militar está
siempre por encima de lo civil y, en el fondo, no respeta la separación de
poderes ni ningún sentido de justicia, se coloca ella y todos los defensores de
la cúpula chavista actual al mismo nivel que los racistas sureños que lincharon
al pobre ruiseñor de Tom Robinson.
Por Pedro Plaza Salvati | 29 de junio, 2017
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