…y a veces pierdo sin querer…
La derrota política de Maduro ha
alcanzado su clímax. Existe la convicción nacional e internacional según la
cual el régimen pierde las elecciones del 6-D. Firme idea que ha cuajado en la
conciencia colectiva: a pesar de todo, no eran invencibles. Han cosechado los
resultados de un fracaso monumental y la sociedad se apresta a pasar la factura
de la orgía interminable que ahora agoniza entre la desesperanza de los
activistas y las Cortes de Nueva York.
Esa derrota política es la antesala de
la derrota electoral, rúbrica de la voluntad nacional. El fracaso del régimen
puede ser final, en el sentido de que la renuncia de Maduro se haga inevitable
en los próximos días o semanas y se inicie la búsqueda de una transición suave,
o que la debilidad del gobierno se haga extrema y los próceres rojos se avengan
a un cambio interno que ya luce inexorable.
También es desde ya una victoria de la
oposición. Por primera vez y de manera generalizada se ha superado el complejo
de minoría y hay una convicción de que se es amplia mayoría. No es la primera
vez que la oposición es mayoría, pero sí es la primera vez que este
convencimiento tiene carácter de prejuicio popular, compartido por los
dirigentes políticos.
El régimen está derrotado y tiene tres
maneras de abordar su drama.
La primera, es aceptarlo. Camaradas,
hasta aquí nos trajo el río. Tenemos que reconstituirnos, reflexionar mucho,
ver los desastres heredados de Chávez y los que son genuina e intransferible
creación de su heredero tarambana, y tal vez constituir una fuerza democrática
sin el hálito de la corrupción y de los crímenes de estos tres largos lustros.
La segunda, es perder “por poquito”.
Arreglar las cosas de tal modo que la derrota sea más leve. El problema de esta
opción es que sus autores no la creerían, la oposición tampoco y la sociedad
civil menos. En este caso, el régimen cargaría con la culpa del fraude, la
oposición de aceptarlo (si es que lo aceptase) y los ciudadanos desencantados,
en medio de la polémica resultante de cifras poco creíbles.
La tercera manera, enseñoreada la
locura, es que el régimen se ponga a ganar mediante fraude, por mucho o “por
poquito”. Caso en el que la puerca torcería el rabo. Sería lanzar el país por
el despeñadero de las incertidumbres, ilegitimidades y caos. No habría manera
de convencer a nadie de tal victoria. Ni a Tibisay.
Lo sensato es entender que la
commedia è finita por abuso de sustancias tóxicas, principalmente de
los recursos públicos.
Good bye, Nikolai.
CARLOS BLANCO2 DE DICIEMBRE 2015 - 12:01 AM
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