Estas líneas que Ud. lee ahora fueron
escritas ayer, es decir, en vísperas de la inauguración, aquí en Caracas, del
XXV Foro de Sao Paulo, ideado en 1992 por Lula Da Silva y Fidel Castro
con el propósito de reunir a los movimientos de izquierda de distintos lugares
del planeta. Escribo alardeando de adivino, atreviéndome a señalar, antes
de que se inicie, la ruta por donde va a transcurrir el evento. Lo hago,
además, sin reclamar ningún mérito especial, pues me ha bastado con mirar
algunas reuniones anteriores y escuchar lo que ha sido la promoción que se le
ha hecho desde el PSUV.
No habrá mea culpa
Supongo, entonces, que se denunciará la
ofensiva contra de las posiciones políticas progresistas, por parte de la
derecha nacional e internacional. En este sentido se hará mención especial a
Venezuela, no en balde ofreció la sede de la conferencia, y se defenderá la
idea de que, a pesar de las amenazas externas, se ha cumplido con el guion de
la revolución bolivariana.
Algo semejante se dirá también, aunque
en tono menor, de otros países e igualmente se evocará con nostalgia la salida
del poder de la izquierda en varios lugares de la región, pero sin que se
formulen autocríticas que ayuden a entender las razones por las que tal cosa
ocurrió.
La crisis venezolana será
invisible
Resulta fácil anticipar que no se dirá
nada con respecto a la grave situación venezolana. No se hablara del hambre o
de la escasez de medicinas. De la violencia. De los espectaculares
niveles de corrupción. De la anomia. De la hiperinflación. De las
debilidades del sistema educativo en todos los niveles. De los severos daños al
medio ambiente. De la precariedad en los servicios públicos. De los retrocesos
en materia de género. Del informe de Michelle Bachellet. De la economía, más
dependiente que nunca del petróleo y, por supuesto, de las importaciones. Ni,
por citar un último aspecto y no alargar demasiado la lista, de los cuatro
millones de ciudadanos que han preferido no seguir viviendo en donde nacieron.
Difícil será, por otro lado, que alguien
tome la palabra para describir el atolladero político en el que se encuentra
nuestro país. No se comentará, ni siquiera en voz baja, que Nicolás Maduro se
mantiene en el gobierno gracias a un proceso electoral claramente irregular.
Nadie expondrá el diagnóstico de unas instituciones públicas, incapaces
de arbitrar la convivencia social. Ni se pondrán en el debate las crecientes
limitaciones impuestas a los medios de comunicación, así como de los mecanismos
de control y vigilancia sobre la sociedad, expresión, entre otras muchas, de un
autoritarismo cada vez más explícito.
En suma, no se hablará de las tantas
cosas que afectan a nuestro país, sino que, por el contrario, se abundará en
los logros que, según la opinión oficial, se acumulan en el currículum vitae
del proceso iniciado hace dos décadas por Hugo Chávez.
El poder como fin
Durante la reunión no se oirá decir,
aunque tal vez habrá más de uno que lo piense, que el Gobierno gobierna con el
único objetivo de mantenerse en el poder. Que su proyecto político se agotó,
que significa cada vez menos esperanza para cada vez más gente, habiéndose convertido
en una propuesta medularmente reaccionaria, maleable como chicle, en la que hay
espacio para todo, como por ejemplo, explotar la riqueza minera del país
conforme a una estrategia capitalista, en su variante salvaje, sin que medie
ninguna vergüenza ideológica.
¿Dónde queda el futuro?
Me temo, así mismo, que no quedará
debidamente subrayada la necesidad de que la izquierda recurra a otros esquemas
para pensar y lidiar con la gravedad del cambio climático, la globalización y
la nueva geopolítica mundial, las modificaciones en el dibujo del Estado
Nacional, en fin. Expresado de otra forma y de manera muy breve, la necesidad
de valerse de otros enfoques para calibrar debidamente las repercusiones que
anuncia la Cuarta Revolución Industrial, fundamentada en cambios que implican
la vinculación de lo físico, lo biológico y lo digital y que colocan en la
palestra problemas muy gruesos, cuyas repercusiones políticas – y en todos los
ámbitos de la vida social y personal- , se pierden de vista.
Imagino, por tanto, que durante el
encuentro nadie prenderá las alarmas advirtiendo que las conversaciones giran
alrededor de una agenda política desactualizada, dando la impresión de que no
se hubiera digerido todavía la caída del muro de Berlín y no se le presta cuidado
al intenso debate que está teniendo lugar con el fin de armar una alternativa
progresista a partir de las claves que rigen la actualidad. En este
sentido, presumo, por tanto, que nadie hablará de China y de su empeño en crear
un modelo que apuesta, con convicción y cuantiosos recursos, al desarrollo
tecnológico como base de un capitalismo administrado por el Partido Comunista,
un injerto peligroso que comienza a verse con simpatía en algunos sectores
ideológicamente vario pintos, en diversas partes del mundo.
En síntesis, si acierto, ojalá que no,
en la que sospecho será la tónica de las deliberaciones en esta nueva edición
del Foro de Sao Paulo, pareciera que a lo largo de su camino la izquierda de
esta zona del mapa ha perdido la brújula y se halla desguarnecida frente
a las condiciones, posibilidades y desafíos políticos que envuelven al
Siglo XXI.
Mala noticia, me parece. Da miedo pensar
que el modelo chino pueda ser considerado como una opción política deseable.
El Nacional jueves 25 de
julio de 2019
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