sábado, 6 de abril de 2019

Lunes 8 de abril. Charla y debate: ¿USA sólo quiere el petróleo venezolano? - Expositora: prof. Luz Varela - anexo documento


 



EE.UU. no creó las condiciones para invadir a Venezuela. Las creó el régimen “revolucionario”. La potencia norteamericana no requiere invadir a un país latinoamericano si el propósito es “apoderarse” de su petróleo. Sucede que EE.UU. es un país muy rico, que tiene dólares, muchos dólares para pagar por el oro negro. Así lo hizo durante todo el siglo XX, cuando se lo quedó, sin necesidad de invadirnos, al establecer una firme tradición de reciprocidad comercial con Venezuela, especialmente, desde los años 40 cuando el petróleo venezolano alimentó la maquinaria necesaria para enfrentar a los fascismos de la SGM. Como parte de esta relación, EEUU ha pagado a Venezuela por el petróleo con regalías de explotación y altos impuestos o comprándolo a precios de mercado. Esta relación convirtió, a su vez, a Venezuela en un país rico; tan rico que atrajo una altísima tasa de inmigrantes europeos y latinoamericanos desde la SGM hasta los años ’80, cuando empezó a contraerse nuestra economía tras la caída de los precios del petróleo y por cuyo motivo el país se vio empujado hacía políticas neoliberales desde 1989 hasta los primeros años del nuevo siglo, cuando nuevamente empezó a subir el precio del petróleo. 

La explosión del pozo petrolero Barroso II, en 1922, dio inicio a la industria de la extracción  petrolera en Venezuela, a través de empresas extranjeras, pero nunca en el siglo XX, ni los pozos ni las reservas petroleras llegaron a pertenecer al “imperio”. Por disposición constitucional heredada de la legislación hispana, toda la riqueza del subsuelo ha sido, históricamente, propiedad del Estado y éste, durante el siglo XX, estuvo imposibilitado de vender, gravar, donar o entregar, de forma alguna, tales riquezas a manos privadas. Pero sí podía permitir la explotación petrolera a través de concesiones petroleras. No había, sin embargo, industria de la cual “apoderarse”. Los capitalistas extranjeros tuvieron que levantar dicha industria a partir de las concesiones otorgadas por el Estado que les permitió explorar, extraer, producir y comercializar el petróleo. Las concesiones, por otra parte, eran otorgadas por un tiempo limitado. Además, la legislación petrolera venezolana fue elevando las regalías e impuestos petroleros hasta aprobar, en los años ’40, el fifty-fifty, que exigía para el Estado un mínimo del 50% de las ganancias que devengaban las empresas petroleras. Quiere decir que Venezuela llegó a percibir más de la mitad de la ganancia producida por una industria sobre la cual no tenía la mayor responsabilidad pero sí muchos derechos. Tenemos, entonces, que las empresas extranjeras ponían el capital, asumían los riesgos, pagaban la mano de obra, costeaban la infraestructura, reinvertían, pagaban altísimos impuestos y, aun así, obtenían ingentes ganancias. (¿Invasión? ¿Para qué?)

Tras la formidable subida del precio del petróleo en 1974, Carlos Andrés Pérez, presidente socialdemócrata, nacionalizó la industria petrolera el 1ro de enero de 1976, adelantando así la reversión de las concesiones pautada para 1983 y rescatando para la nación una ganancia extraordinaria que de otra forma se habrían quedado las empresas. Y sobre la infraestructura de la industria expropiada se fundó PDVSA. CAP también nacionalizó SIDOR, concentrando en la empresa el manejo de las industrias básicas de Guayana que producían hierro y aluminio. (¿Hubo acaso algún conato de invasión ante tales nacionalizaciones?). Tenemos entonces que desde los años ‘70, Venezuela se encargó directamente de la producción de su petróleo, llegando a ser PDVSA, durante los años ‘90, una de las 500 empresas más poderosas del mundo. Mientras, seguía suministrando el petróleo que necesitaba USA a precios de mercado. 

En contraste, es necesario aclarar el tema de la “nacionalización petrolera” realizada por el comandante Chávez. En los años ’90, después de un amplio debate nacional, se otorgaron nuevas concesiones en la Franja Petrolífera del Orinoco, cuya explotación resultaba muy costosa para PDVSA Tenemos, entonces, que durante su mandato, en 2007, con gran publicidad y fanfarria, el comandante expropió a las compañías petroleras de la Franja, para luego, discrecional y calladamente, devolver las concesiones a las mismas empresas (si éstas aceptaban operar en calidad de empresas mixtas) y extender muchas concesiones más a otras empresas extranjeras. Fue todo un montaje propagandístico que ocultó, particularmente, la entrega de concesiones petroleras a empresas de su preferencia y en condiciones poco claras. También fue una estafa para quienes creyeron en la defensa de la soberanía venezolana implícita en la supuesta nacionalización. Actualmente hay empresas de más de 20 países (incluso de los EE.UU.) explotando la Faja Petrolífera del Orinoco. 

En el siglo XXI, tampoco necesita EEUU invadir a Venezuela para “quedarse” con su petróleo, sobre todo desde que ha empezado a producir en su propio territorio tal cantidad de barriles diarios  que podría prescindir del nuestro (solamente en Alaska se han descubierto reservas petroleras que posiblemente superen a las venezolanas, aparte de que los estudios sobre recursos energéticos no fósiles hacen suponer que, próximamente, se verá disminuido a gran escala el uso de combustibles fósiles). De hecho, un objetivo clave para su seguridad, trazado por la política norteamericana a mediano plazo, es prescindir de las compras de petróleo de países extranjeros para no correr el riesgo de bloqueos o presiones que pongan en entredicho su estabilidad energética. 

Por otra parte, el capitalismo funciona según la máxima de la mayor ganancia y el menor costo posible, entonces ¿qué sentido hay en que EEUU fragüe un conflicto para quedarse con nuestro petróleo (o cualquier otra riqueza) por la cual ha pagado siempre a precio de mercado? Un precio que es infinitamente menor del que costaría una invasión armada. Pero el simplismo del análisis basado en una teoría general de América Latina que no mira las particularidades nacionales y, sobre todo, desconoce la historia de Venezuela, los planes trazados por la política petrolera estadounidense (e, incluso, ignora nociones básicas de economía) insiste en el tema de que los “gringos“ se quieren quedar con nuestra riqueza. ¡Siempre lo han hecho, pero pagando en dólares! 

Por tal razón, Venezuela fue, durante el siglo XX, un país rico y próspero, disponiendo de amplios recursos para impulsar su desarrollo económico e integral, expresado, entre muchos otros proyectos, en la construcción del sistema eléctrico nacional, de acueductos, autopistas y aeropuertos, teatros, museos y universidades, escuelas y hospitales, y también viviendas de interés social. (Al punto de que se le caracterizó, de manera crítica, de ser un Estado paternalista). En fin, en el siglo XX, el Estado venezolano levantó con fondos petroleros (provenientes del “imperio”), la infraestructura nacional que heredó el régimen “revolucionario” en 1999.

Muchos de quienes emiten opinión sobre Venezuela lo hacen a partir de una teoría de la historia latinoamericana reduccionista (como la Teoría de la Dependencia) que lleva a generalizaciones ahistóricas. (Hay incluso algunas interpretaciones históricas basadas en teorías más complejas pero aun así, llegan a las mismas genéricas conclusiones). Tal mirada simplista sobre América Latina permitió al comandante engañar con su discurso a la izquierda internacional, la cual ha interpretado la historia venezolana según sus teorías (o creencias) y, posiblemente, en base a su propia experiencia nacional, pero no según los hechos y los procesos históricos venezolanos. Por lo general, nuestra historia es desconocida y, por ello, muchos aceptan, acríticamente, la narrativa del régimen. Esta narrativa, por otra parte, omite la entrega en condiciones poco claras y sin aprobación de la Asamblea Nacional, de grandes extensiones del territorio venezolano en el llamado Arco Minero, cuya explotación está afectando de gravedad la vida de las comunidades indígenas y destruyendo nuestras reservas ecológicas, además de representar un saqueo a la nación, por el secretismo en los contratos de entrega de los territorios mineros. 

En Venezuela no hay una lucha entre derecha e izquierda. Es un enfrentamiento entre civilismo y militarismo, entre una oposición institucional y una delincuencia organizada que se ha apoderado de las riquezas de la nación. La que el entonces teniente coronel retirado denunciaba como realidad nacional cuando llegó a la presidencia en 1999, es, paradójicamente, la que ha sido creada como resultado de su gestión: Una mayoría de venezolanos empobrecidos, enflaquecidos, mal alimentados, con un sistema de salud público en ruinas que condena a muerte a quien no pueda comprar en dólares en el mercado negro los medicamentos y otros insumos que necesita para una operación quirúrgica o para realizar cualquier tratamiento médico de emergencia. (De igual modo, con mucha dificultad se puede acceder a tratamientos rutinarios). La mayoría de los venezolanos como mucho dispone de 20 dólares al mes; ¡pero los productos médicos para una intervención sobrepasan los mil dólares! De allí la catástrofe humanitaria que se vive en Venezuela. Al Estado ya se le dificulta dotar a los hospitales de los insumos básicos; ni siquiera puede dotarlos, en estos momentos, con plantas eléctricas de calidad para restablecer la electricidad, que falla constantemente, afectando a los pacientes durante las cirugías o a quienes están conectados en cuidados intensivos. (Por cierto, casi todos los hospitales públicos fueron construidos antes de la “revolución”, con la excepción del Cardiológico Infantil de Caracas -el que hoy se encuentra en un estado lamentable- que fue inaugurado por el comandante, y de los cientos de CDI, también creados por él. Estos últimos son Centros de Diagnóstico Integral atendidos por “médicos” integrales cubanos (o venezolanos que han ido formando al efecto) que solo prestan atención primaria, para lo cual tienen el necesario equipo e instrumental. Pero no están dotados con los equipos adecuados ni con el personal médico calificado que les permita realizar, siquiera, alguna cirugía menor. No pueden, aún menos, atender emergencias de gravedad, heridos, infartados, partos, etc.). 

Actualmente los hospitales venezolanos están en franco deterioro, derruidos, sin presupuesto adecuado para su mantenimiento y con una infraestructura construida hace más de 20 años para atender a una población infinitamente menor. Cuando el régimen consigue algún crédito para dotarlos, las redes de distribución, controladas por militares, desvían los rubros médicos hacía el mercado negro; esto es: hacia el “bachaqueo” de medicinas. Pero el “bachaqueo” no es producto de guerra económica alguna. Es capitalismo salvaje en acción y no, precisamente, de la mano de empresarios tradicionales. Los controles, regulaciones y expropiaciones llevados a cabo por el régimen han propiciado la creación de redes paralelas de comercialización en cuyo vértice superior se sitúan oficiales de alto rango, quienes controlan y distribuyen en el mercado negro los bienes imprescindibles para los venezolanos (como alimentos y medicinas, entre otros). 

Los venezolanos no solo sufrimos graves problemas de alimentación y de salud. El sistema educativo ha sido casi destruido pese a la creación de un número incontable de universidades. Algo que, de no ser grave, sería risible porque una universidad no se crea simplemente por decreto, por voluntarismo, ni menos, de la noche a la mañana. Mientras, las universidades nacionales públicas y autónomas (gratuitas desde 1958, con el nacimiento del sistema democrático) han sido arrinconadas porque nunca se plegaron al poder. No lo hicieron ni en los años sesenta cuando más bien dieron cobijo a los militantes del PCV y del MIR ‒ partidos de la izquierda venezolana ‒ en su proceso de lucha armada, ni más tarde, tras la Pacificación de los grupos irregulares (1969). De hecho, durante la década de los años setenta muchos guerrilleros fueron incorporados como profesores universitarios. Incluso, algunos entraron al Congreso Nacional como diputados tras elecciones limpias y transparentes (no como las que se vienen realizando en Venezuela desde hace 15 años, con un CNE chavista, “comprometido con la revolución”; o sea, plegado al poder). Nuestras universidades nunca fueron ni de “derecha“ ni “fascistas“, y esto es tan cierto que, por ejemplo, dieron cabida también a muchos profesores exiliados de las dictaduras del Cono Sur. Pero cuando el teniente coronel llegó al poder en 1999, intentó “poner orden” en las universidades esperando orientar las políticas académicas, ante lo cual aquellas defendieron su autonomía, su pluralidad y su libertad. De allí la necesidad que tuvo el régimen de crear sus propias "universidades" y, según su noción de democracia, de ahorcar financieramente a las que calificó como "universidades al servicio de la oligarquía". (No entiendo cómo puede ser considerada como oligarca una universidad pública. A menos que se considere como oligarca la defensa de la libertad académica, además del hecho de insistir en mantener un alto nivel de exigencia).

La mal llamada revolución en absoluto puede alegar que ha resuelto el problema alimenticio, de salud o educativo en Venezuela. No hay precisamente muchos logros sociales que defender. A menos que pueda entenderse como un avance revolucionario, la entrega (irregular en el tiempo y en las cantidades entregadas) de una caja o una bolsa con algunos alimentos, a un sector de la población. Los receptores de tales dádivas, en contraparte a tal “beneficio” deben ser “leales” y marchar con una camisa roja; firmar en donde haga falta; votar en los continuos y reiterados “procesos electorales“, pero a condición de mostrar el votante una fotografía del talón de votación o el propio talón, tras escanear el carnet de la patria en los llamados “puntos rojos” ubicados, abiertamente, en las adyacencias de los centros electorales (violando la ley electoral vigente). 

Si algún sector se ha apoderado de la riqueza de Venezuela es la élite formada a partir de 1999, la cual sí funge como oligarquía. Sí se ha apoderado rapazmente de nuestra riqueza y ha permitido que los cubanos, chinos y rusos también lo hagan a cambio de apoyo político, militar y/o financiero. Venezuela está ahora arruinada, es verdad, pero este es un logro de la élite “revolucionaria”. La cantidad de dinero que han sacado de nuestro país es inconmensurable. No puedo escribirla pues siempre salen a la luz cifras nuevas y mi capacidad de abstracción matemática se anula ante números de tal magnitud. Los venezolanos y la comunidad internacional informada son conscientes del robo perpetrado por estos delincuentes, pues la exhibición de su riqueza es pública y notoria. Basta con hacer un seguimiento de las noticias que informan sobre el congelamiento de las cuentas personales y de los bienes que funcionarios y militares venezolanos poseen en países extranjeros. Son cuentas con montos extraordinarios: millones, cientos de millones y hasta miles de millones de dólares. Es cierto que ante había corrupción pero lo sucedido en Venezuela en los últimos 20 años es único en la historia. Nunca una élite había robado en las magnitudes ni con la rapacidad y crueldad con la que ellos lo han hecho. Un doloroso ejemplo es el caso de los bolichicos, quienes estafaron a la nación con la compra en Rusia y China, de plantas eléctricas usadas para dotar y resguardar a los hospitales al presentarse fallas en el servicio eléctrico. Muchos han fallecido cuando estas plantas dejan de funcionar en momentos críticos de las intervenciones quirúrgicas y en las salas de cuidados intensivos. ¿Nadie en el régimen supo que los bolichicos compraron chatarra que entregaron como si fuesen plantas eléctricas de primera? Es de advertir que los bolichicos no pertenecen a ninguna “rancia oligarquía venezolana”. Son un grupo de jóvenes, hijos y amigos de altos funcionarios y militares vinculados con el poder, que hicieron de las suyas impunemente. Por ese estilo podrían referirse muchos casos más de corrupción. Ad Infinitum.

Cuando el teniente coronel llegó al poder en Venezuela, el precio del petróleo se situaba alrededor de los 15 dólares. Aun así el país funcionaba y PDVSA era muy próspera. Pero era autónoma, algo que no gustaba al nuevo presidente quien tuvo la suerte de que el petróleo subiera de precio de forma creciente y acelerada durante su mandato, sobrepasando los 110 dólares por barril (que, sabemos, los pagó consecuentemente el “imperio”). La bonanza petrolera le permitió al comandante actuar a modo de una mezcla de jeque y Jesucristo, repartiendo dinero a manos llenas, sin hacer reinversión, y sin pensar en ahorrar para cuando llegara el tiempo de las vacas flacas. Y a pesar de su prédica antiimperialista, nunca dejó de venderle petróleo al “malvado imperio”.

En principio, no le fue fácil al comandante hacerse de forma discrecional con los fondos de PDVSA. La empresa era autónoma y al funcionar según los principios de la economía, se negaba a entregar el dinero de forma descontrolada. Por este motivo el comandante decidió forzar la situación. Así, la primera empresa del país, nuestra gallina de los huevos de oro, expulsó a sus profesionales más capaces (pero críticos con el régimen). 

Aproximadamente 20 mil de 28 mil empleados que tenía la empresa fueron despedidos en 2002. A partir de ese momento, la empresa pasó a funcionar como propiedad del presidente; además, se vio desbordada por la contratación de más de 120 mil empleados cuyo mérito profesional, en la mayoría de los casos, era su carnet revolucionario. Posteriormente, el precio del petróleo bajó en 2009 (aunque no llegó a las cifras tan bajas de los años ‘90). El barril se recuperó en 2011, pero nunca más pudo hacerlo la industria petrolera venezolana. De más de tres millones quinientos mil barriles diarios que producía a comienzos del siglo, actualmente produce alrededor de un millón quinientos. Incluso, tales cifras suelen ser cuestionadas por la OPEP, organización que ha llegado a exigirle al régimen transparencia en sus números pues los que aporta ya no le resultan confiables. 

También es necesario aclarar que en los últimos años, y sin ninguna interrupción, EEUU ha venido comprando medio millón de barriles diarios a PDVSA y, al parecer, hasta hace poco, era el único cliente que pagaba regularmente. (Pues a pesar de las sanciones de 2017 que prohibían la compra de nueva emisión de deuda venezolana, no ha habido “bloqueo” hacía nuestro petróleo. No fue hasta el 28 de enero de 2019, con la congelación de los activos de PDVSA, que el gobierno norteamericano aplicó medidas económicas que afectan la actividad comercial petrolera venezolana. Hasta ahora, el “bloqueo” solo era una romántica excusa que alimentaba la narrativa épica revolucionaria). Por otra parte, otros países como Rusia y China están recibiendo el petróleo en pago a deudas contraídas anteriormente por el régimen. Esto es, desde hace años estos delincuentes han estado vendiendo el petróleo a futuro, comprometiendo nuestro presente. Algo completamente ilegal que contraviene nuestra legislación petrolera.
  
PDVSA prácticamente ha sido desmantelada y se encuentra al borde de la ruina. Sus ganancias, en lugar de reinvertirse, se emplearon durante años para saciar las ansias de protagonismo del comandante, regalando a manos llenas, comprando conciencias, estableciendo alianzas e influencia geopolítica pero sin pensar mucho en el futuro; y, recubriéndose, todo el proceso, con el manto de la justicia social. Desde antes de 2010, Venezuela se vio obligada a endeudarse para seguir con la fiesta revolucionaria. Pero ‒hoy día‒ ya el régimen no tiene quien le dé prestado, pues hasta el momento ha entregado todo lo que ha podido de nuestra riqueza a una larga lista de países “no imperialistas”, entre ellos: Cuba, Rusia, China, Irán y Turquía, como garantía de grandes préstamos y de diversos tratos concertados ilegalmente, puesto que no han sido aprobados por la Asamblea Nacional. De allí la crisis mayor. Al parecer, actualmente, buena parte de nuestros activos petroleros está en manos de los chinos y de los rusos quienes se están cobrando de esta forma la mil millonaria deuda contraída con ellos. La opacidad con que el régimen maneja estos tratos nos impide saber en concreto el tamaño de las deudas contraídas y las condiciones en que fueron concertadas, pues suele negociar como si operara con fondos propios y no con dineros públicos. Pero los expertos petroleros hacen seguimiento y denuncian la situación continuamente, por lo cual, quien esté interesado en el tema puede consultarlo por internet.

En Venezuela, como parte de la transición habrá que invertir mucho, habrá que trabajar mucho para reactivar nuestro parque industrial, no solamente la industria petrolera. De hecho, ha sido desmantelada la mayor parte de las empresas venezolanas por los controles, regulaciones, invasiones y expropiaciones. Las haciendas de ganado y las fincas agrícolas, las empresas manufactureras o las comerciales y cualquiera otra organización productiva, caída en manos del Estado, está en situación de ruina. Mal puede culpar el régimen a “los sectores derecha” de que estos le hacen una guerra económica, cuando no sólo controla todos los poderes políticos (con excepción de la Asamblea Nacional, a la que desconoce, oponiéndole un poder paralelo a hechura suya: la Asamblea Nacional Constituyente); también controla los medios de comunicación, las FFAA, el Banco Central (al cual eliminó su autonomía) y maneja, en principio, las riquezas petroleras y minerales de la nación. Además, como se asomó antes, la mayor parte de las industrias “productivas” y compañías importadoras, y casi todos los canales de comercialización están en manos del Estado, de los trabajadores “bolivarianos”, de las comunas o de los militares. De modo que entiendo como muy elemental el análisis de la situación venezolana asentado en la creencia (porque es una creencia sin asidero histórico) de que la crisis venezolana puede entenderse a partir del afán de EEUU y de la derecha por apoderarse de nuestras riquezas. (Con respecto a esto, además, es necesario recordar que entre las críticas que hacen los liberales a la oposición venezolana es señalar a sus líderes como parte de la socialdemocracia o la centroizquierda, en partidos tales como Voluntad Popular, del cual son militantes Leopoldo López y Juan Guaidó). 

Pero no se entiende y, sobre todo, duele que quienes dicen “angustiarse” por el escenario de una “invasión” por parte de los EEUU, nada dicen acerca de las fuerzas represivas empleadas por el régimen sobre el pueblo venezolano, ni se solidarizan con los cientos de presos políticos torturados, los perseguidos, los asesinados, los exiliados, ni con los millones de emigrantes venezolanos que se han visto obligados a huir de su propio país; ni siquiera sienten empatía por los millones de venezolanos que padecen hambre y otras penurias. Pareciera que sólo se “preocupan” por la “entrega de nuestras riquezas”. En todo caso, tal preocupación está mal orientada. 

Los venezolanos afirmamos, de forma irónica, que ni los chinos ni los rusos están haciendo turismo tropical en Venezuela. Por el contrario, pensamos que tras el saqueo y desmantelamiento de PDVSA por parte del comandante y de su “equipo de trabajo”, nuestra industria principal, una de las más ricas y poderosas del mundo en los años ‘90, propiedad del Estado y sustento de la nación, posiblemente no retorne integra a nuestras manos. 43 años después de la nacionalización petrolera, es probable que regresen activamente los “gringos”, pero lo harán compartiendo espacios con los rusos y los chinos. Tras la “revolución”, no solo no hemos alcanzamos la supuesta “verdadera Independencia”. Ahora hay que pagarles hasta el alma a los chinos y una parte de nuestro espíritu a los rusos. Y es que al parecer, ahora, por primera vez en la historia venezolana, la propiedad de nuestras riquezas (y no nos referimos solamente al petróleo o a la industria petrolera) está en manos de empresas extranjeras. Es probable, sí, que hayamos perdido ya buena parte de PDVSA, pero esto ha sucedido como parte de un proceso concretado por el régimen "revolucionario". Un régimen que ha entregado (y robado como nunca en la historia de los países latinoamericanos) nuestras riquezas nacionales. Si los “gringos“ llegaran a entrar a nuestro país, como ya lo hicieron, calladamente, los cubanos, los rusos y los chinos será, no por un plan orquestado por el “imperio” sino por la estulticia concretada en la mala gestión de un régimen corrupto, represivo y hambreador. 

Luz Varela
Universidad de Los Andes, Escuela de Historia 
Mérida, Venezuela - Enero de 2019
(Revisado en Febrero, 2019)

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