Salvo algunos saltimbanquis que andan por el mundo llamando traidores a quienes se les ponen por delante y algún descerebrado que elabora listas inicuas de “colaboracionistas”, el mundo opositor entendió que conviene pasar la página del 20 de mayo y entrar al capítulo dedicado a cómo enfrentar un mandatario y un régimen que, a pesar de salir averiados de la cita electoral, conservan bien sujetas en sus manos las riendas del poder.
No obstante los rumores y detención de militares, el gobierno mantiene la cohesión del Alto Mando, la unidad del Psuv y de los principales dirigentes oficialistas; preserva el dominio de todas las instituciones del Estado (excluyendo la Asamblea Nacional); mantiene el respaldo de la mayoría de los gobernadores y alcaldes.
Este entramado tan urdido no ha dado muestras de fracturas ostensibles. El régimen evidencia su disposición a enfrentar la creciente presión internacional y endógena con esa malla protectora, incluso a costa de seguir destruyendo lo poco que queda de la nación. No le importa que la hiperinflación siga su curso arrollador, que Pdvsa esté quedando en escombros, que la miseria arrope a un número cada vez mayor de venezolanos y la estampida hacia el exterior alcance cifras siderales. No piensa ceder ni un milímetro sus posiciones. Cuentan con el respaldo de Rusia, China, Irán, Turquía y Cuba.
En este cuadro de dominación hermética y deterioro global, les corresponde moverse a las fuerzas democráticas. Roberto Casanova, el padre Luis Ugalde y Fernando Mires han escrito interesantes artículos acerca de qué hacer a partir del pasado domingo. No voy a repetir lo que ellos dicen. Me limito a recomendar la lectura de sus trabajos, titulados respectivamente, Una propuesta para después del 20 de mayo acusaciones mutuas versus plan unitario, Reflexiones del día después del No al Sí y Venezuela: después del 20-M. Prefiero puntualizar algunos aspectos y señalar otros retos.
Recomponer la unidad, luego de las agresiones mutuas entre los partidarios de Falcón y quienes optaron por llamar a la abstención, autocalificados como la “verdadera oposición”. La política es un arte donde lo primero que debe fortalecerse es la piel. Sin embargo, hay que medir las palabras. Los exaltados deben controlarse. La unidad pasa por la reintegración, e incluso por la incorporación de personajes como Bertucci, a las decisiones y al plan de lucha que se defina en la MUD y en el Frente Nacional, o en la nueva plataforma ad hoc que se cree a partir de las conversaciones entre las fuerzas y grupos políticos. Sólo una férrea unidad de los sectores adversos al gobierno, puede lograr avances significativos en la lucha contra un régimen que ve comprometida su existencia por factores externos tan poderosos como los que reclaman su cabeza.
Reconectarse con los sectores populares. Los padecimientos de la inmensa mayoría de los venezolanos son inenarrables. La sensación de abandono no proviene solamente de su desencanto del gobierno. También existe una enorme decepción con respecto a la alternativa democrática. Los sectores de la clase media y popular sienten que, a pesar de su esfuerzo y contribución para que la situación cambie, los líderes no han estado a la altura de los desafíos. No han conducido con inteligencia la lucha. Esta puede ser una percepción injusta, sin embargo, forma parte del panorama y hay que lidiar con ella. Resulta crucial encontrase con la gente que ha visto erosionar irremediablemente su calidad de vida, canalizar sus deseos y reanimar la esperanza en sí misma, para que vuelva a creer que su esfuerzo puede y tiene que contribuir a cambiar el caos dominante.
Recuperar la confianza en las elecciones tomando en consideración las condiciones reales existentes, caracterizadas por la hegemonía madurista. No resulta conveniente estar proclamando que los demócratas sólo acudirán a nuevas elecciones cuando se haya conformado un nuevo CNE, químicamente puro. Esa aspiración representa un imperativo categórico en una sociedad democrática, pero no en un régimen hamponil. Unas eventuales elecciones presidenciales en un futuro cercano, únicamente se darán en el marco de una crisis colosal que obligue al gobierno a pactar ese mecanismo como fórmula para superar el descalabro. Un punto de esa negociación será la integración de ese hipotético CNE y las condiciones que regirán el proceso. De producirse esa abismal crisis, siempre anunciada pero jamás concretada, el gobierno concertará, cederá y propondrá acuerdos conciliatorios, pero jamás renunciará a demandar algunas garantías. No hacerlo, sería capitular. Ya tenemos evidencias suficientes que indican que la capitulación no se encuentra en sus planes. Un desafío fundamental de la oposición reside en recuperar la confianza del ciudadano en la importancia de su voto, teniendo en cuenta que las elecciones se darán en medio de ese quiebre de la gobernabilidad en la que los bandos en pugna tendrán que ceder en aspectos que consideran cruciales. Lo demás es ilusorio. Si la dirigencia no adquiere plena conciencia de estas restricciones que el cuadro político impone, toda concesión al régimen aparecerá como un signo de debilidad y entrega. El pensamiento simple y maniqueo campea.
El liderazgo que emerja después del 20 de mayo tiene ante sí retos descomunales. Si no los asume con éxito, la labor destructiva del régimen continuará indetenible.
@trinomarquezc
Polis, 24 May 2018
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