Discurso pronunciado el sábado 10 de
diciembre de 2016 en el acto de imposición de distinciones a aficionados e
instituciones por parte de la Comisión Taurina de Mérida
“Así como
cada encaste tiene su trapío, cada plaza debería tener el suyo propio”,dice el embajador Eduardo Soto en la primera de sus amenas crónicas
sobre nuestra plaza de toros “Román Eduardo Sandia”. Quienes esta tarde
recibimos el reconocimiento de la Autoridad Taurina hemos puesto lo propio en
la conformación del encaste, para seguir con la metáfora diplomática, como
miles de personas que algo han tenido que ver con nuestra plaza, la mayoría
anónimos que han venido a ella a ver los toros.
La
monumental de Mérida marca el tiempo taurino merideño entre un antes y un
después. Antes de su construcción hubo toros en festejos organizados por
Quijotes que en la plaza Mayor o en cosos más o menos parapetados con palos y
tablones satisfacían esa inexplicable pasión que nos convoca a quienes tenemos
la pretensión de demostrar que tenemos alma, y aportarle fundamentos a las
tesis que en su momento defendió Francisco de Vitoria en las Cátedras de
Salamanca respecto de los que vivían en estos paisajes de las utopías. Entonces
algunos se preguntaban cómo los habitantes de las islas de la mar océano podían
tener alma si allá no se lidiaban toros. Ahora miren como son las cosas: ¡otra
vez se nos niega esa posibilidad por ser taurinos!
Esta plaza
que nos convoca a celebrar sus 50 años ha sido el alma colectiva de Mérida y
cada una de las nuestras se ha elevado al cielo en instantes de sublime belleza
que retenemos en la memoria con el afán de eternizar aquellos destellos fugaces
en que el toro y el toreo nos transmutan a la inmaterialidad del espíritu. Son
momentos que desvanecen las experticias y las ignorancias de un público que se
deja seducir por la más elevada de las expresiones estéticas de las que es
capaz el hombre.
Las
particularidades de esta plaza se dejan ver desde sus prolegómenos, entre
copas, en este hotel tan merideño. Aquellas tertulias reunían a personajes de
una élite polícroma y visionaria heredera de un apacible pasado cultural que
deseaba mayores emociones. La naciente facultad de Arquitectura entusiasmó a
sus profesores y alumnos que en menos de un año, rebuscando ideas en revistas y
libros de bibliotecas particulares, hicieron los trazos del anteproyecto,
proyecto y su revisión para el emplazamiento definitivo en los terrenos de la
hacienda la Liria, de pastos y cafetales olorosos a tiempos coloniales. El
acopio de recursos y su construcción fueron frenéticos y en apenas tres meses
estuvo lista para las primeras corridas. Como para sellar aquel ímpetu
fundacional se bautizó con un diluvio que no logró apagar las pasiones sino
conservarlas hasta el día siguiente en que se sirvieron dos banquetes. Si
singular fue el bautizo que casi ahoga a la naciente criatura que aguantó el
chaparrón, aún fresco el concreto, dos corridas en un mismo día fue la prueba del
temple de la afición merideña, que desde entonces llena numerados y tendidos en
tardes de gloria.
Si las
calvas dominan el paisaje que se ve desde las andanadas de la Catedral de las
Ventas, en Mérida domina la alegría de su juventud, como pasa con los enormes
toros cuya lidia dirigió con maestría por muchos años nuestro compañero Juan
Lamarca. Nuestros toros, si bien modestos en hechuras, les llevan buen terreno
en la alegría que imponen en el ruedo, conformes con el espíritu colectivo de
nuestra ciudad universitaria y el aire más libre que llega del mar Caribe hasta
estas cumbres. En el trapío de la plaza, es decir, en el carácter, las
actitudes y el comportamiento como expresiones de su encaste, prevalece la
alegría juvenil de su afición tantas veces maltratada por los expertos. Como
docente he aprendido a respetar las ignorancias de mis alumnos que son la razón
de mi magisterio. Es la misma actitud que debieran asumir los conocedores,
quizás no justificable en otras plazas de mayor solera, pero si aquí donde se
conjugan el espíritu festivo del carnaval y la generosa alegría de nuestra
juventud.
Alguna vez
comentó el vallisoletano David Lugillano su impresión por la mocedad del
público, la extraordinaria belleza de sus mujeres y ese impresionante ¡ole! que
estalla desde el paseíllo y que sale del alma. Este componente del trapío es
reforzado por el concierto de pasodobles que interpreta, digámoslo de una vez,
una de las mejores bandas taurinas del mundo que ameniza las buenas faenas y el
triunfo de la casta y el arte del torero. En Mérida las corridas son como la
zarzuela, el alegre género español que mezcla música y teatro en un escenario
de sol y a veces de neblina.
También
hay que decir que el trapío del coso merideño tiene mucho de la naturaleza universitaria
de la ciudad. Aposentada en el núcleo La Liria de la Universidad de Los Andes,
comparte espacios con las ciencias sociales y se abre a los otros recintos de
las ciencias duras, de las ciencias médicas y del arte. Por ello tiene
museo, biblioteca, su riquísima colección de anuarios y entre las cátedras
académicas la Taurina, fundada como respuesta del Alma Mater a la ignorancia de
los fanáticos que quieren colocar a los animales en los espacios de la
dignidad, exclusiva de los hijos de Dios. Así, la Universidad dispuso cumplir
con la misión de abrir un espacio para el conocimiento del arte y la pasión que
es componente esencial del gentilicio local. Por ello su Comisión Taurina ocupa
sillones en el Aula Magna y en la Academia, libre de advenedizos y politiqueros,
de intereses ajenos a los superiores de la afición, y es blanco de críticas que
se reciben con voluntad de mejorar, y cuando cargan con malicia ejecuta
el delicado pase del desdén que los merideños conocen desde los
tiempos fundacionales. Su renovación parcial y constante asegura la
solera que le aporta la lenta y segura maduración de la experiencia y su
transmisión al vino nuevo.
La plaza
de toros de Mérida es Mariana. Recibe de la Dulce Madre de Jesús en su
advocación patronal como la Inmaculada Concepción, y en sus advocaciones
taurinas la protección de su manto. Los capellanes de la plaza han sido el
vínculo de la afición con la Mitra Merideña, ahora presidida por su Eminencia
Baltazar Enrique Cardenal Porras Cardozo, que el 8 de diciembre, en la Santa
Misa Patronal celebrada en la Catedral Basílica, dio inicio a la conmemoración
de los 50 años de nuestra plaza de toros.
Por fin,
nuestra plaza de toros tiene casta y bravura. No se rinde a la crisis. Los
empresarios que les ha tocado en suerte colocar las cincuenta velitas han
sabido nadar en las procelosas aguas de estos tiempos y ofrecer unos carteles
con toros de nuestras dehesas y toreros que marcan la pauta de las nuevas
generaciones que ya se asoman a las cumbres de la tauromaquia. Un esfuerzo que
tendrá que ser recompensado con llenos hasta las banderas y unas corridas que
se recordaran en los anales de la fiesta.
Un
representativo grupo de los valores acumulados durante estos 50 años reciben
hoy las distinciones de la Autoridad Taurina. Son toreros, comentaristas, gente
de la plaza que con otros condecorados en ocasiones anteriores son exponentes
de los miles y miles de aficionados que hacen la casta y el trapío de la plaza
monumental de toros “Román Eduardo Sandia”. En su nombre, gracias,
compañeros de la Comisión Taurina Municipal.
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COMISIÓN TAURINA DE
MÉRIDA
AVENIDA LAS
AMÉRICAS, PLAZA DE TOROS MONUMENTAL "ROMÁN EDUARDO SANDIA"
MÉRIDA, ESTADO
MÉRIDA. VENEZUELA
CÓDIGO POSTAL 5101
Rif:
G-20004344-0
0414-3744111
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