Las “cuasi” dictaduras impuestas por el castrocomunismo, con el auxilio
político e ideológico del Foro de Sao Paulo, están lanzando el “cuasi” por la
borda y jugando sus últimos cartuchos: transitando mediante “cuasi” golpes de
Estado a la dictadura a secas. El caso de Nicaragua es proverbial: hastiado de
seguir la comedia de su “cuasi” democracia, Daniel Ortega ordenó liquidar a lo
que le queda de oposición, dar por cancelado el Parlamento y asumir el Poder
total, sin melindres ni enmascaramientos. Y dar forma al orteguismo
hereditario, montando en el trencito del poder a su mujer, la misma que pusiera
en el tálamo presidencial a su hija adolescente para que fuera desvirgada por
el santo patrono. Su padrastro. Un procedimiento en absoluto desconocido por
los venezolanos, practicado con entusiasmo y ardor por Cipriano Castro, el más
directo antecesor de Hugo Chávez, como debiera ser del conocimiento de los
venezolanos. Particularmente de aquellos que, nacido en esta sórdida etapa de
nuestra historia, le conceden a la “cuasi” dictadura militar que nos rige y regimienta
alguna originalidad.
Seguramente proveniente de Cuba, la madre del cordero, da la orden de
saltar la tenue línea de sombra que separa la cuasidictadura de la dictadura a
secas: es la tentación que recorre los pasillos del Poder en Venezuela, por
ahora y sepa Dios hasta cuándo amigablemente compartido entre Miraflores y
Fuerte Tiuna. Si Venezuela estuviera tan podrida como Nicaragua, sus ejércitos
tan manoseados como el de Ortega y su oposición se redujese a docena y media de
diputados temblorosos y timoratos, la orden ya hubiera sido obedecida. Es el
ínclito deseo de Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez y Tareck el Aissami, la
troika del más rancio y puro nazi-estalinismo-castrista y talibán del patio. Ya
lo han declarado, como lanzando globitos de ensayo y más de un juez del TSJ,
ese sí tan corrupto e ilegítimo como el nicaragüense, está esperando como
caimán en boca’e caño para darle el mordisco castrista a nuestra Asamblea
Nacional. Que la voluntad, la vocación y la decisión de imponer el castrocomunismo
en la región, duélale a quien le duela y opóngase quien se oponga, no ha cedido
un ápice en su empeño semicentenario: fue, es y será el sentido histórico mismo
de Fidel y Raúl Castro, por más que la blandenguería y pobreza de espíritu
político dominantes en Washington y el Vaticano insistan en hacerse los
desentendidos.
Pero el poder real del Ortega venezolano lo incapacita para seguir las
hitlerianas ocurrencias de su par nicaragüense. Y el poder real de nuestra
oposición, así insista ella misma en desconocerlo, es infinitamente superior al
de la pobre oposición nicaragüense. Quienes hayan leído la historia del Tercer
Reich saben que ese fue el mecanismo inventado por Adolf Hitler para montar su
dictadura totalitaria en brazos de una “cuasi” democracia plebiscitaria sin
dejar un solo resquicio de escape: la Gleichschaltung, o total y unánime
coordinación y unificación de las instituciones bajo los predicados y las
órdenes de Adolf Hitler y su nacionalsocialismo. Hacer tabula rasa de cualquier
embrión opositor, suspender la vigencia de la Constitución y gobernar por
decreto durante trece años, a partir precisamente del incendio del Reichstag y
la liquidación fáctica de su existencia. El estado de excepción permanente. Fue
el epítome que quisieran copiar, como lo hiciera Fidel Castro en Cuba, los
hombrecitos de Castro y los aliados del Estado Islámico en Venezuela. Quien se
atreva a negarlo que se enfrente a los hechos.
La troika no puede ser más explícita: declara diariamente a voz en
cuello y urbi et orbi que este año no habrá referéndum
revocatorio. Si acaso, el próximo año. Están dispuestos a sacrificar a Maduro,
el muertito: al régimen, el castrochavista, jamás. Y mal que nos pese, a pesar
de que la fuerza ciudadana está mayoritariamente con la oposición democrática y
el régimen se halle acorralado, la fuerza de las armas, el pasivo árbitro
bonapartista de la circunstancia, sigue deshojando sus municiones.
De modo que en los hechos Venezuela vive un virtual empate de fuerzas
que permitirá el atropello de su “cuasi” dictadura bajo el amparo del extremo
pudor de las bayonetas, a quienes el “cuasi” les resulta tan potente y poderoso
como Karl, el colosal cañón fabricado por Hitler para demoler a sus vecinos.
Mientras del lado del verdadero Poder, el del soberano, que asiste al melodrama
desde las galerías y las arenas del sacrificio, ya se expresó en forma
contundente en contra del régimen y a favor del cambio, se cumple a cabalidad
el análisis de Walter Benjamin mencionado en mi anterior artículo: la Asamblea
Nacional se niega a reconocer la violencia represada en el arca de la Ley que
es el Congreso.
Muchísimo menos a ponerla en acción. Y la dirigencia opositora prefiere
marearse apostando a unas eventuales elecciones presidenciales, para que en la
perfecta reproducción del cuento de la lechera, su presidente sueñe con ser
eventual candidato a la presidencia de una eventual república liberada y
disfrutar por fin, tras medio siglo de ambiciones en espera, conquistar una
eventual presidencia que hasta hace nada sabía imposible. Es hora de ir
precisando las prioridades: ¿apostamos a la presidencia de la república o al
desalojo del régimen? Pues creer que una cosa es idéntica a la otra es tomar el
rábano por las hojas.
Las tragedias requieren de dos antagonistas que deben cumplir a
cabalidad los designios del destino: de un mártir y de un tirano. Un mandatario
telecomandado que nombre ministro de Interior y Justicia a quien es perseguido
por la ley estadounidense por narcotráfico de estupefacientes y quien figura en
las listas de delincuentes a ser detenidos por la Policía Internacional,
Interpol; un jefe del partido de gobierno y diputado de la república que
asegura que llore y grite quien lo quiera, este año no habrá revocatorio; y un
alcalde que fuera vicepresidente de la república que se afinca en el mismo
delictual procedimiento, todos ellos violando de manera flagrante el
ordenamiento constitucional de esta “cuasi” dictadura, no alcanzan la estatura
del tirano. Son el desaguadero de una satrapía.
Pero tampoco una oposición que juega a realizar un referéndum
revocatorio con la sublime y muy engañosa ilusión de candidatear a su
autoproclamado jefe en treinta días de resuelto favorablemente, si se diera el
desiderátum de que se cumplieran satisfactoriamente las aviesas condiciones
impuestas por los cancerberos del CNE y llegara a efectuarse en el lapso de los
cinco meses que restan del año, alcanza, por fortuna, la estatura del mártir.
Más que a una tragedia, el comportamiento de sus dirigentes se aproxima muchísimo
más a la actuación de los protagonistas de una opera bufa.
Es el trópico, con el leve encanto de sus dictaduras bananeras y sus
democracias de aspillera. En nuestras latitudes, donde las tragedias se bailan
en alpargatas, al ritmo del son o del joropo, con arpa, cuatro y maracas.
Nuestro mal congénito. La inconsciencia ante la historia.
EL NACIONAL 7 DE AGOSTO 2016 - 00:01
@sangarccs
Se partió en Nicaragua…la democracia
Se instaura un régimen de partido único, el partido
“Ortega-Murillo”
HÉCTOR E. SCHAMIS
7 AGO 2016 - 03:28 CEST EL PAIS
Se
partió en Nicaragua
Otro
hierro caliente
Con
que el águila daba
Su
señal a la gente
Se
partió en Nicaragua
Otra
soga con cebo
Con
que el águila ataba
Por
el cuello al obrero
Así cantaba Silvio Rodríguez. Eran los años tiernos de
una revolución inspirada en los sueños de Sandino. Muchos de sus combatientes
eran mujeres y sus líderes más conocidos, poetas y sacerdotes. Como aquel
Cortázar, encandilado en Nicaragua tan violentamente dulce, quien en su
travesía a Solentiname—y en el avión con los poetas—reunió a Rimbaud con Marx y
Castro en el mismo párrafo.
Fue casi una revolución literaria, la última gran
esperanza humanista. Hay que decirlo, quienes iban a la brigada del café no
eran únicamente los chicos y chicas del partido comunista.
Redistribuir tierra,
derechos y cultura en un país pobre y durante la Guerra Fría era una aspiración
por demás noble. La vía nicaragüense consistía en hacerlo equidistante de
Washington y de Moscú.
No sería fácil en la recesión de los ochenta y con
Reagan en la Casa Blanca, librando la última batalla de la Guerra Fría en el
Caribe y América Central. La elección de 1984 fue una concesión a la amplia
coalición anti somocista, pero poco tuvo de libre y justa. Lejos de ser
neutrales, las instituciones del Estado estaban al servicio del partido
oficial. La alternancia democrática no era parte de la agenda: la magnitud de
la operación Irán-Contras tal vez les diera la razón.
La sorpresa fue cuando en 1990 el gobierno reconoció la
derrota electoral y entregó el poder a Violeta Chamorro. No sin antes
asegurarse el control del ejército y “la piñata”, la reprivatización de activos
previamente nacionalizados en beneficio de los jerarcas, la familia Ortega entre
ellos. Dio inicio a una cierta transición latinoamericana, aquellas cuya
fragilidad emanaba de la dificultad en imponer límites constitucionales a
militares autónomos del poder civil y coludidos con grupos económicos
concentrados. Excepto que en Nicaragua todos esos eran “de izquierda”.
Esa izquierda luego pactó con la derecha de Alemán para
excluir a los demás, como en las democracias restringidas del siglo XIX.
Acordaron la reforma electoral, un traje a la medida con un sistema francés de
doble vuelta pero a la nicaragüense. Otorgaba la victoria en primera vuelta con
el 35% de los votos y 5% de diferencia con el segundo. Así regresó Ortega a la
presidencia, en 2006.
Era la época de los petrodólares chavistas, la
oposición fragmentada y los grandes acuerdos de negocios, condiciones ideales
para la perpetuación. El capitalismo avanzado le pone cloro al alma roja,
alguna vez escuché decir a uno de esos revolucionarios felizmente exiliados en
el Upper West Side de Manhattan. Pues el capitalismo tardío le pone cloro a los
principios legales de los inversores extranjeros. Con riesgo cero gracias a la
discrecionalidad del presidente, no se les escuchaba hablar de Estado de
Derecho.
Así como la herencia reproduce la riqueza en el tiempo,
el nepotismo hace lo propio con el poder
A diferencia de quienes prolongaron su permanencia en
el poder por medio de reformas constitucionales, Ortega tomó un camino más
simple. Presentó su candidatura en 2009 y la Corte Suprema sentenció que era
legal. El más alto tribunal violando la ley suprema para satisfacer los deseos
del jefe del Ejecutivo, igualito a los Somoza. La elección de 2011 le dio su
tercer período, segundo consecutivo, ambas condiciones inhabilitantes según la
constitución.
Reformas posteriores otorgaron al Ejecutivo amplias
facultades para legislar. Una buena parte de los medios de comunicación
quedaron bajo propiedad del oficialismo. El presidente también pasó a controlar
la justicia, las agencias de seguridad, la autoridad electoral y el Poder
Legislativo. La reciente remoción de 28 diputados lo ilustra de manera
concluyente, dejando sin ciudadanía a miles de votantes despojados de
representación parlamentaria. Sin contrapesos democráticos, es un “fujimorazo”
que instaura un régimen de partido único.
Un régimen amarrado en el partido “Ortega-Murillo”,
aclárese. De manera predecible, la esposa del presidente es ahora candidata a
la vicepresidencia, pero antes fue vocera del gobierno y canciller en
funciones, y varios de sus hijos son funcionarios de la presidencia. El
nepotismo garantiza la concentración endogámica del poder.
Es el microcosmos del patrimonialismo, sistema de
dominación en el que el límite entre lo público y lo privado es difuso. El
presidente, caudillo o líder administra la cosa pública como su hacienda o su
canal de televisión. Una vez que el Estado de Derecho se erosiona, las
relaciones de parentesco naturalizan la arbitrariedad. Así como la herencia
reproduce la riqueza en el tiempo, el nepotismo hace lo propio con el poder, lo
privatiza.
Es una historia que se repite, un ciclo frecuente en la
izquierda revolucionaria latinoamericana. Comienzan románticas y moralmente
abnegadas, con una narrativa que cautiva. Luego viene la fase de la hipocresía,
seguida por la corrupción, el enriquecimiento y el despotismo cuasi dinástico.
El relato pierde tracción, se convierte en pieza arqueológica. El realismo
descarnado ahuyenta a la poesía. Y al final la política deja de ser aquel sueño
colectivo basado en nobles ideales para ser mero poder. Poder desnudo que ejercen
igual que aquel que derrocaron con su revolución. ¡Izquierda dirán ellos!
@hectorschamis
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