domingo, 7 de agosto de 2016

Nicaragua y el discreto encanto de las dictaduras - Antonio Sánchez García --- Se partió en Nicaragua…la democracia - Héctor Schámis



Las “cuasi” dictaduras impuestas por el castrocomunismo, con el auxilio político e ideológico del Foro de Sao Paulo, están lanzando el “cuasi” por la borda y jugando sus últimos cartuchos: transitando mediante “cuasi” golpes de Estado a la dictadura a secas. El caso de Nicaragua es proverbial: hastiado de seguir la comedia de su “cuasi” democracia, Daniel Ortega ordenó liquidar a lo que le queda de oposición, dar por cancelado el Parlamento y asumir el Poder total, sin melindres ni enmascaramientos. Y dar forma al orteguismo hereditario, montando en el trencito del poder a su mujer, la misma que pusiera en el tálamo presidencial a su hija adolescente para que fuera desvirgada por el santo patrono. Su padrastro. Un procedimiento en absoluto desconocido por los venezolanos, practicado con entusiasmo y ardor por Cipriano Castro, el más directo antecesor de Hugo Chávez, como debiera ser del conocimiento de los venezolanos. Particularmente de aquellos que, nacido en esta sórdida etapa de nuestra historia, le conceden a la “cuasi” dictadura militar que nos rige y regimienta alguna originalidad.

Seguramente proveniente de Cuba, la madre del cordero, da la orden de saltar la tenue línea de sombra que separa la cuasidictadura de la dictadura a secas: es la tentación que recorre los pasillos del Poder en Venezuela, por ahora y sepa Dios hasta cuándo amigablemente compartido entre Miraflores y Fuerte Tiuna. Si Venezuela estuviera tan podrida como Nicaragua, sus ejércitos tan manoseados como el de Ortega y su oposición se redujese a docena y media de diputados temblorosos y timoratos, la orden ya hubiera sido obedecida. Es el ínclito deseo de Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez y Tareck el Aissami, la troika del más rancio y puro nazi-estalinismo-castrista y talibán del patio. Ya lo han declarado, como lanzando globitos de ensayo y más de un juez del TSJ, ese sí tan corrupto e ilegítimo como el nicaragüense, está esperando como caimán en boca’e caño para darle el mordisco castrista a nuestra Asamblea Nacional. Que la voluntad, la vocación y la decisión de imponer el castrocomunismo en la región, duélale a quien le duela y opóngase quien se oponga, no ha cedido un ápice en su empeño semicentenario: fue, es y será el sentido histórico mismo de Fidel y Raúl Castro, por más que la blandenguería y pobreza de espíritu político dominantes en Washington y el Vaticano insistan en hacerse los desentendidos.
Pero el poder real del Ortega venezolano lo incapacita para seguir las hitlerianas ocurrencias de su par nicaragüense. Y el poder real de nuestra oposición, así insista ella misma en desconocerlo, es infinitamente superior al de la pobre oposición nicaragüense. Quienes hayan leído la historia del Tercer Reich saben que ese fue el mecanismo inventado por Adolf Hitler para montar su dictadura totalitaria en brazos de una “cuasi” democracia plebiscitaria sin dejar un solo resquicio de escape: la Gleichschaltung, o total y unánime coordinación y unificación de las instituciones bajo los predicados y las órdenes de Adolf Hitler y su nacionalsocialismo. Hacer tabula rasa de cualquier embrión opositor, suspender la vigencia de la Constitución y gobernar por decreto durante trece años, a partir precisamente del incendio del Reichstag y la liquidación fáctica de su existencia. El estado de excepción permanente. Fue el epítome que quisieran copiar, como lo hiciera Fidel Castro en Cuba, los hombrecitos de Castro y los aliados del Estado Islámico en Venezuela. Quien se atreva a negarlo que se enfrente a los hechos.
La troika no puede ser más explícita: declara diariamente a voz en cuello y urbi et orbi que este año no habrá referéndum revocatorio. Si acaso, el próximo año. Están dispuestos a sacrificar a Maduro, el muertito: al régimen, el castrochavista, jamás. Y mal que nos pese, a pesar de que la fuerza ciudadana está mayoritariamente con la oposición democrática y el régimen se halle acorralado, la fuerza de las armas, el pasivo árbitro bonapartista de la circunstancia, sigue deshojando sus municiones.
De modo que en los hechos Venezuela vive un virtual empate de fuerzas que permitirá el atropello de su “cuasi” dictadura bajo el amparo del extremo pudor de las bayonetas, a quienes el “cuasi” les resulta tan potente y poderoso como Karl, el colosal cañón fabricado por Hitler para demoler a sus vecinos. Mientras del lado del verdadero Poder, el del soberano, que asiste al melodrama desde las galerías y las arenas del sacrificio, ya se expresó en forma contundente en contra del régimen y a favor del cambio, se cumple a cabalidad el análisis de Walter Benjamin mencionado en mi anterior artículo: la Asamblea Nacional se niega a reconocer la violencia represada en el arca de la Ley que es el Congreso.
Muchísimo menos a ponerla en acción. Y la dirigencia opositora prefiere marearse apostando a unas eventuales elecciones presidenciales, para que en la perfecta reproducción del cuento de la lechera, su presidente sueñe con ser eventual candidato a la presidencia de una eventual república liberada y disfrutar por fin, tras medio siglo de ambiciones en espera, conquistar una eventual presidencia que hasta hace nada sabía imposible. Es hora de ir precisando las prioridades: ¿apostamos a la presidencia de la república o al desalojo del régimen? Pues creer que una cosa es idéntica a la otra es tomar el rábano por las hojas.
Las tragedias requieren de dos antagonistas que deben cumplir a cabalidad los designios del destino: de un mártir y de un tirano. Un mandatario telecomandado que nombre ministro de Interior y Justicia a quien es perseguido por la ley estadounidense por narcotráfico de estupefacientes y quien figura en las listas de delincuentes a ser detenidos por la Policía Internacional, Interpol; un jefe del partido de gobierno y diputado de la república que asegura que llore y grite quien lo quiera, este año no habrá revocatorio; y un alcalde que fuera vicepresidente de la república que se afinca en el mismo delictual procedimiento, todos ellos violando de manera flagrante el ordenamiento constitucional de esta “cuasi” dictadura, no alcanzan la estatura del tirano. Son el desaguadero de una satrapía.
Pero tampoco una oposición que juega a realizar un referéndum revocatorio con la sublime y muy engañosa ilusión de candidatear a su autoproclamado jefe en treinta días de resuelto favorablemente, si se diera el desiderátum de que se cumplieran satisfactoriamente las aviesas condiciones impuestas por los cancerberos del CNE y llegara a efectuarse en el lapso de los cinco meses que restan del año, alcanza, por fortuna, la estatura del mártir. Más que a una tragedia, el comportamiento de sus dirigentes se aproxima muchísimo más a la actuación de los protagonistas de una opera bufa.
Es el trópico, con el leve encanto de sus dictaduras bananeras y sus democracias de aspillera. En nuestras latitudes, donde las tragedias se bailan en alpargatas, al ritmo del son o del joropo, con arpa, cuatro y maracas. Nuestro mal congénito. La inconsciencia ante la historia.
EL NACIONAL 7 DE AGOSTO 2016 - 00:01
 @sangarccs 


Se partió en Nicaragua…la democracia

Se instaura un régimen de partido único, el partido “Ortega-Murillo”
HÉCTOR E. SCHAMIS

7 AGO 2016 - 03:28 CEST EL PAIS

Se partió en Nicaragua
Otro hierro caliente
Con que el águila daba
Su señal a la gente
Se partió en Nicaragua
Otra soga con cebo
Con que el águila ataba
Por el cuello al obrero

Así cantaba Silvio Rodríguez. Eran los años tiernos de una revolución inspirada en los sueños de Sandino. Muchos de sus combatientes eran mujeres y sus líderes más conocidos, poetas y sacerdotes. Como aquel Cortázar, encandilado en Nicaragua tan violentamente dulce, quien en su travesía a Solentiname—y en el avión con los poetas—reunió a Rimbaud con Marx y Castro en el mismo párrafo.
Fue casi una revolución literaria, la última gran esperanza humanista. Hay que decirlo, quienes iban a la brigada del café no eran únicamente los chicos y chicas del partido comunista. 

Redistribuir tierra, derechos y cultura en un país pobre y durante la Guerra Fría era una aspiración por demás noble. La vía nicaragüense consistía en hacerlo equidistante de Washington y de Moscú.
No sería fácil en la recesión de los ochenta y con Reagan en la Casa Blanca, librando la última batalla de la Guerra Fría en el Caribe y América Central. La elección de 1984 fue una concesión a la amplia coalición anti somocista, pero poco tuvo de libre y justa. Lejos de ser neutrales, las instituciones del Estado estaban al servicio del partido oficial. La alternancia democrática no era parte de la agenda: la magnitud de la operación Irán-Contras tal vez les diera la razón.

La sorpresa fue cuando en 1990 el gobierno reconoció la derrota electoral y entregó el poder a Violeta Chamorro. No sin antes asegurarse el control del ejército y “la piñata”, la reprivatización de activos previamente nacionalizados en beneficio de los jerarcas, la familia Ortega entre ellos. Dio inicio a una cierta transición latinoamericana, aquellas cuya fragilidad emanaba de la dificultad en imponer límites constitucionales a militares autónomos del poder civil y coludidos con grupos económicos concentrados. Excepto que en Nicaragua todos esos eran “de izquierda”.

Esa izquierda luego pactó con la derecha de Alemán para excluir a los demás, como en las democracias restringidas del siglo XIX. Acordaron la reforma electoral, un traje a la medida con un sistema francés de doble vuelta pero a la nicaragüense. Otorgaba la victoria en primera vuelta con el 35% de los votos y 5% de diferencia con el segundo. Así regresó Ortega a la presidencia, en 2006.

Era la época de los petrodólares chavistas, la oposición fragmentada y los grandes acuerdos de negocios, condiciones ideales para la perpetuación. El capitalismo avanzado le pone cloro al alma roja, alguna vez escuché decir a uno de esos revolucionarios felizmente exiliados en el Upper West Side de Manhattan. Pues el capitalismo tardío le pone cloro a los principios legales de los inversores extranjeros. Con riesgo cero gracias a la discrecionalidad del presidente, no se les escuchaba hablar de Estado de Derecho.
Así como la herencia reproduce la riqueza en el tiempo, el nepotismo hace lo propio con el poder

A diferencia de quienes prolongaron su permanencia en el poder por medio de reformas constitucionales, Ortega tomó un camino más simple. Presentó su candidatura en 2009 y la Corte Suprema sentenció que era legal. El más alto tribunal violando la ley suprema para satisfacer los deseos del jefe del Ejecutivo, igualito a los Somoza. La elección de 2011 le dio su tercer período, segundo consecutivo, ambas condiciones inhabilitantes según la constitución.

Reformas posteriores otorgaron al Ejecutivo amplias facultades para legislar. Una buena parte de los medios de comunicación quedaron bajo propiedad del oficialismo. El presidente también pasó a controlar la justicia, las agencias de seguridad, la autoridad electoral y el Poder Legislativo. La reciente remoción de 28 diputados lo ilustra de manera concluyente, dejando sin ciudadanía a miles de votantes despojados de representación parlamentaria. Sin contrapesos democráticos, es un “fujimorazo” que instaura un régimen de partido único.

Un régimen amarrado en el partido “Ortega-Murillo”, aclárese. De manera predecible, la esposa del presidente es ahora candidata a la vicepresidencia, pero antes fue vocera del gobierno y canciller en funciones, y varios de sus hijos son funcionarios de la presidencia. El nepotismo garantiza la concentración endogámica del poder.

Es el microcosmos del patrimonialismo, sistema de dominación en el que el límite entre lo público y lo privado es difuso. El presidente, caudillo o líder administra la cosa pública como su hacienda o su canal de televisión. Una vez que el Estado de Derecho se erosiona, las relaciones de parentesco naturalizan la arbitrariedad. Así como la herencia reproduce la riqueza en el tiempo, el nepotismo hace lo propio con el poder, lo privatiza.

Es una historia que se repite, un ciclo frecuente en la izquierda revolucionaria latinoamericana. Comienzan románticas y moralmente abnegadas, con una narrativa que cautiva. Luego viene la fase de la hipocresía, seguida por la corrupción, el enriquecimiento y el despotismo cuasi dinástico. El relato pierde tracción, se convierte en pieza arqueológica. El realismo descarnado ahuyenta a la poesía. Y al final la política deja de ser aquel sueño colectivo basado en nobles ideales para ser mero poder. Poder desnudo que ejercen igual que aquel que derrocaron con su revolución. ¡Izquierda dirán ellos!

@hectorschamis

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